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martes, 3 de diciembre de 2024

Anatomía de un elevador

¿Qué botón apretaba para llegar a mi destino? ¿O es que apretaba cualquiera y automáticamente el antiguo cajón con olor a humedad hacía paradas en cada piso?...

Claudia Yilén Paz
en Exclusivo 16/11/2018
2 comentarios
Anatomía de un elevador
Puedes sentirte como un tostón: aplastado por los costados. (Alfredo Lorenzo Martirena Hernández / Cubahora)

Los objetos de uso público sin señalización constituyen un peligro inminente para las personas despistadas. Debería existir alguna regulación que prohíba que artefactos colectivos no dispongan de sus respectivos símbolos, ya sean dibujados, grabados, calcados, esculpidos…

No crea que se ha equivocado de sección. Tome asiento y relájese, que la Incubadora de hoy estará divertida.

La primera vez que llegué al edificio del Poligráfico, para una entrevista de trabajo en Cubahora, luego de identificarme en la recepción me dijeron: "Quinto piso. Después de aquella pared, está el elevador".

Crucé la pared y para mi sorpresa había cuatro puertas de elevadores. Tanteé mentalmente, para que nadie se diera cuenta, y opté por la primera de las puertas. Apreté el botón. Silencio. Lo volví a apretar. Otra vez silencio. Una cola empezaba a formarse en la puerta de enfrente. Me acerqué, pregunté. “Este es el único que sirve, mijita”, me dijo una señora. Me monté. ¿Para qué piso vas?- dijo sin mirarme. El quinto, le respondí y apretó un botón cualquiera. Un botón plateado igual que los demás y que no tenía números.

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Un elevador antiguo ruso tiene su forma y su olor característico. Estrechos, apretados, calurosos. Algunos tapizados en un material que semeja a la madera, otros simplemente con planchas de zinc. Algunos tienen un señor o una señora sentado en una silla, cuya función es encargarse de llevarte al piso que deseas y velar por el orden dentro del artefacto.

Mirándolo desde ese punto de vista, un elevador pudiera parecer una guagua. La gente va aglomerada, conversa, suda o simplemente se mira con cara de sueño, de angustia, o de hambre. Los enamorados se apretujan.

*****

Cuando mis amigos en Matanzas me preguntaron cómo era Cubahora y qué me parecía el lugar, lo único que apunté en su contra fue un elevador con botones sin pistas ni señales. Los que me conocen, sabían que los primeros días podían ser muy divertidos.

Y lo fueron. Inicialmente estuvo roto y hacía una gimnasia matutina cinco pisos arriba. Pero cuando lo arreglaron y todos celebraron el regreso del elevador, yo empecé a preocuparme. ¿Qué botón apretaba para llegar a mi destino? ¿O es que apretaba cualquiera y automáticamente el antiguo cajón con olor a humedad hacía paradas en cada piso?

Las primeras veces llegaba en horario pico. Pedía el último y “cogía botella” con alguien a quien decirle que me dejara en el cinco. Trasladé mi preocupación al Sindicato y me enseñaron que el segundo botón de arriba hacia debajo del grupo de la derecha, iba directo al quinto piso.

La historia no termina ahí. He dicho ya que en un elevador, como medio de transporte al fin, pueden suceder muchas cosas. Por ejemplo, hacer una cola para montar o dar un paseo por todo el edificio. No sé cómo sucedió, pero pasó. Nos montamos Laydis y yo en el piso cinco, fuimos al seis, al tres, volvimos al cinco y minutos después llegamos a la planta baja: nuestro destino.

Pero no he sido yo la única víctima del siniestro elevador. Marileisi, la administradora del Centro de Información para la Prensa, me contó de su encierro en el artefacto, en un entrepiso del edificio. Estaba ella embarazada y empezaba a sentirse claustrofóbica cuando dos trabajadores del Polígrafico la ayudaron: uno buscó quien abriera las puertas y el otro le daba ánimos por una rendija.

Sarah planificaba una reunión por teléfono mientras el elevador la llevó al último piso, las personas salieron, el elevador se cerró y ella siguió varios minutos dentro, sin que el transporte andara, pues cuando nadie lo llama por fuera o marca desde dentro, él descansa (ah, sí, a veces adentro hay cobertura).

No he dicho hasta ahora que si descuidas el botón negro que abre las puertas, estas se cierran solas -y rápido- aunque esté entrando o saliendo alguien. Sí, puedes sentirte como un tostón: aplastado por los costados.

Susana, una de las estudiantes de Ciencias de la Información que colaboran con nosotros, también tuvo su percance. Justo cuando llegaba al quinto piso y pretendía bajarse, las puertas no abrieron del todo y el elevador siguió hasta el sexto. Finalmente tuvo que bajar por las escaleras un piso. A veces es mejor hacerle caso a quienes prefieren la vía tradicional.

Ya usted lo sabe, si algún día se decide a visitarnos, estamos en el quinto piso del edificio del Poligráfico. Recuerde presionar el segundo botón de arriba hacia debajo del grupo de la derecha y ¡ojo con la puerta!. Si le parece muy complicado, practique un poco de deporte y suba las escaleras. Acá lo recibiremos igual de alegres.


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Claudia Yilén Paz

Periodista. Santiaguera de nacimiento e hija adoptiva de Matanzas, siempre cubana. Fan del chocolate y las golosinas. Recolectora de libros y canciones de Buena Fe.

Se han publicado 2 comentarios


Arturo Chang
 16/11/18 17:26

Claudia, al leer me has despertado los recuerdos de la década de los 70 del siglo pasado en el Edificio de F y Tercera en La Habana. Prometo que en próximos viernes, en El Foro, hablaré de los dos elevadores de esa beca universitaria en aquellos lejanos años. Por supuesto que no será solamente de los elevadores, sino de los estudiantes que subíamos y bajábamos por ellos y... también por las escaleras que atravesaban los 24 pisos.

Saludos.

Sel
 16/11/18 13:09

Cualkier cosa es un oeligro para los despistados, gracias me encantó

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