La capa es azul intenso, y tiene poderes especiales. Basta que se la ponga para que sea más fuerte que todos los fuertes, y más bueno que todos los malos.
Cuando mi hijo viste su capa deja de ser un niño de cuatro años, con cachetes de pan yque necesita a su mamiti cada un milisegundo, para transformarse en superhéroe todo poderoso, que vuela, brinca y se teletransporta.
La capa es muy importante, y justo por eso la deja en cualquier parte, seguro de que lo verdaderamente valioso nunca se pierde. Después todos debemos ayudar a encontrarla; y como es una pieza tan conocida siempre alguien la vio, debajo de la cama, en el cesto de la ropa sucia, en la tendedera, en la caja de los juguetes.
Porque la capa no es cualquier capa, sino la camiseta favorita de mi esposo, y aunque él sigue firme en su condición de dueño, la verdad es que la ha ido perdiendo poco a poco: ¿quién le dice que no a un pequeño que se puede hacer gigante solo con un trozo rectangular de tela?
Y así van, prestándose el nombre y la capa-camiseta. “¿Mamá, viste mi capa?”, “¿Mi amor, tú viste mi camiseta azul?”, “Abelgrande, préstame mi capa” “Abelito, préstame la camiseta”. Increíblemente no se rompe, pese a que pocas veces puede llegar tranquila y limpia a la gaveta de la ropa. Solo se ha estirado un poco, han sido muchas las aventuras.
Y, pese a todo, es una prenda afortunada. Ninguna otra nos producirá en el futuro semejante ternura; quizá cuando ya no sirva, cuando el superhéroe no quiera vestirla para derrotar villanos en la terraza, nos costará mucho trabajo hacerla a un lado. La imaginación le ha dado vida e historia.
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