Escudriño en mi memoria y no puedo encontrar ni un retazo del día en que me pusieron la pañoleta azul. Supongo que haya sido un día lindo, que estuvieron mis padres… pero desapareció en esa nebulosa noble que son los primeros años de una infancia feliz.
Por el contrario, nunca olvidaré, al menos mientras me acompañen todas mis facultades, la pañoleta azul sobre los hombros de mis hijos, por primera vez. Esta semana le tocó a mi hija mayor: recuerdo entrar al aula donde se haría la ceremonia (había llovido la noche anterior), verla con la pañoleta extendida sobre su brazo, y pensar: mi niña creció.
Ella, en el mismo centro de la M que formaban los niños de primer grado, se veía tan feliz que parecía desprender luz. En esos minutos recordé cómo y con qué pasión había organizado el clóset para su llegada mientras estaba embarazada: las baticas, los talcos, las cremas, las colonias, siempre con un miedo tremendo de que algo le impidiera llegar sana y salva a mis brazos.
Y, sin embargo, el tiempo ha pasado arrebatado, hasta ponerme frente a una niña inteligente, seria, sagaz, talentosa, que estudia las primeras letras y que ya es pionera.
Creo que los dedos me temblaban un poco cuando fui a anudarle la pañoleta, había olvidado cómo ponerla, y dos nudos simples vinieron a salvarme del apuro. De lejos, mientras decían el lema, volví a mirarla: qué bella mi flaquita, cumplirá pronto seis años.
El nudo se hizo entonces en mi garganta; es indescriptible la emoción del camino compartido junto a los hijos; para ellos es la primera vista, pero nosotros vamos de repaso, y sabemos bien cuánto significado puede tener ese momento al pasar de los años. Criar es también regalarse otra oportunidad para vivir ciertas cosas.
Ella reía con sus amigas, con la payasa… y yo disfrutaba cada una de sus expresiones. El atributo la hace ver mayor, y cuando finalmente salimos de la escuela, la vi caminar oronda, con toda la apostura de una muchachita estudiante.
Después, en casa, nos acurrucamos para ver muñes y comimos espaguetis. Me pidió abrazos, que le diera la comida, y me miró con los mismos ojos enormes de las madrugadas de recién nacida. Allí está mi bebé, en esa niña hermosa de pañoleta.
A la mañana siguiente, como por arte de magia, recordé cómo hacer el nudo, y me salió elegante. Le di un abrazo grande, hicimos un corazón con nuestros pulgares y le recordé la verdad de todos los días: hoy y siempre.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.