El mar de árboles

Existe un bosque muy famoso. Lo llaman El mar de árboles y se encuentra en Japón. Todos los años miles de personas van para allá a quitarse la vida. Es, según google y esta película, homónima, el sitio más hermoso para suicidarse.

El protagonista del filme estadounidense El mar de árboles (2015) (Mathew Mcconaughey) emprende desde Estados Unidos un viaje en primera clase para cometer suicidio en Japón.

Estamos ante el director Gus Van Sant, alguien a quien extrañábamos desde que ganó la Palma de Oro por Elefante en el año 2003. En esta ocasión nos presenta una historia de supervivencia y de introspección en el bosque japonés de Aokigahara.

En la entrada del bosque las autoridades japonesas han colocado un montón de carteles que hablan de lo hermosa que es la vida y de cómo los problemas deben enfrentarse con valentía, de cómo nadie está exento de dificultades en la vida... y demás frases bonitas que algunos solemos recibir en Power Point por correo.

Pero ya se sabe que no hay peor ciego que el que no quiere ver. La afectividad es un terreno que no se llena con un cartel. Matthew McConaughey tiene en esta cinta el corazón roto. Por medio de flash backs nos enteramos que su esposa (Naomi Watts) ha fallecido. De hecho, este recurso se vuelve una línea temporal que coexiste durante toda la película y va explicando el porqué este personaje está varado en un sitio emocional tan desgraciado.

Una vez que ya ha tomado par de pastillas para morir, McConaughey conoce a un japonés (Ken Watanabe). Él, opuesto a lo que un occidental entendería, se quiere suicidar porque cometió una ineptitud en su trabajo. La cinta no teme hacer hipérbole con algunas características propias de las diferentes culturas a las que pertenecemos los seres humanos.

Ahora. En la tristeza... no hay culturas distintas. Ahí somos simples y puros como bebé recién nacido, en tabla rasa la mente: McConaughey y Watanabe se ayudan mutuamente. Pasan —en giro bien llevado pero predecible— de querer suicidarse a luchar por su supervivencia en un bosque inmenso y fantasmagórico.

La grandiosidad del bosque y la fuerza interpretativa de McConaughey son los dos mejores elementos de la película. El bosque, endemoniado, intenso. Matthew, accesible, emotivo. En cada paso carga la culpa de un hombre que pensó que su esposa lo acompañaría para siempre... cuando ella murió, el cae en cuenta que nunca le pidió perdón por sus errores.

Esta cinta, aparentemente sobre el suicidio, se convierte en una afirmación de la vida. En un grito de ayuda a todos los afligidos. Un consejo de cómo se debe encontrar siempre un camino de optimismo dentro del amargo dolor que la vida implica.

Probablemente sea por ciertas concesiones que hizo Van Sant en la cinta (en la búsqueda de ser agradable para la mayoría del público), el caso es que el filme no tuvo buena acogida en el Festival de Cannes, hace par de años. La crítica del Festival dijo que el filme parecía “una clase de yoga impartida por un mono”.

Es que a ratos Van Sant parece demasiado preocupado por lograr una fotografía perfecta, como si de postal de Navidad se tratase. Eso… y que la historia es por momentos absolutamente predecible. En cada escena se avizora lo que será dicho en los próximos cuatro o cinco diálogos de la película, flash backs incluidos.

Pero creo que el saldo, gracias a la calidad actoral, sobre todo, es positivo. Una triada de actores de renombre bien ganado emprenden un viaje de introspección... que los salva del suicidio.