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sábado, 23 de noviembre de 2024

Extraños tiempos modernos (+Video)

Rare Beasts es una película para los que le ponen el cerebro y no tanto el corazón a las situaciones sentimentales, aunque quiera y trate temas similares en la modernidad en que se vive...

Daryel Hernández Vázquez
en Exclusivo 28/09/2021
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Fotograma 1 Rare Beasts
Rare Beasts va de buenas observaciones y perspectivas en la búsqueda de la pareja estable o de una relación tal cual.

Confieso que disfruto mucho de un buen trabajo fotográfico en un largometraje. Cuando se desarrolla un buen diseño de edición junto a las observaciones meticulosas de la dirección de fotografía es capaz de adentrarse el espectador completamente en la atmósfera que se desea configurar. Esos planos secuencias, primeros planos, que otorgan una capacidad de emoción, dirección y de cercanía interesantes a la interpretación y desenvolvimiento del personaje son totalmente impresionantes al generar la empatía necesaria para que el público capte la verdad desde sus ojos y a la semejanza que expresa el creador de la obra.

En este enfoque generalmente se tratan las desvirtuaciones de la imagen para producir un acercamiento a la mente humana que se desea explorar más allá del envoltorio. Esta exploración subyuga todo un movimiento fílmico desde el guion que desarrolla la historia hasta el poder ambiental e histriónico que se genera. Donde los modos de actuar y anteponerse a las situaciones reinan y reinarán en este ámbito – comercial y no tan comercial -.

El arbitraje cinematográfico es increíble. Cada día salen nuevas maneras de crear y ver este mundo. Películas como The Father (2020) y Funny Face (2020) que tienen un diseño intimista del personaje que protagoniza el argumento y su imagen de frente a la pantalla, son claros ejemplos del progreso creativo dentro del séptimo arte. Y de esto venimos a hablar.

No deja de resultarme curioso cuando un cantante/performático decide traspolar sus ideas al cine y enfrentarse a esta bestia indomable. Pueden suceder muchas cosas aquí. Magníficas cosas que pueden ser desechables como el mismo papel donde se plasma por primera vez la idea o no. Sin embargo, con Billie Piper, quien ya ha tenido experiencia en este sector (The Calcium Kid, Things to do before you´re 30, City of Tiny Lights), me sucede lo contrario. Era tanta mi predisposición que me terminó captando esta mujer en contra de todas mis expectativas. Y ella, si lee esto, simplemente dirá: - ah qué se puede creer este muchacho de veinticinco años -. Su historia es el reflejo abstracto de una actualidad. De la modernidad absoluta de un universo alterno. De la cotidianidad hecha sueño o distorsión de la imaginación al dormir. Tantas cosas se me podrían ocurrir para desentrañar cuan interesante se me hace este guion. La magia de perder al espectador nace dentro de su capacidad para expresar el eufemismo de esta época. Palabras, solo palabras por decir.

Rare Beasts (Bestias Raras – 2019) es una declaración de honestidad de pies a cabeza. Una muestra de los comportamientos sin barreras de la humanidad moderna. Estos especímenes, que a simple vista se nos hacen extraños y difíciles de comprender, no son más que la verdad de una supuesta atmósfera en la realidad del primer mundo, sin disfraces, sin máscaras, sin abstracciones en donde rebuscar. Una transmutación de personalidades a las cuales les han quitado cada filtro posible de especulación, estatus y modos de actuar. Aquí, la gente comprende que quiere expresar lo que desea expresar, así sean escuchados o no.

Ingmar Bergman (Jungfrukällan, Fanny och Alexander, Ansiktet) conocía lo que sus creaciones podían lograr y que serían recicladas por el desarrollo del tratamiento consciente y explotado de la imagen para reflejar el espectro cognitivo del personaje externo e interno a la misma situación que vive, lo sucedido con Persona (1966) y los desequilibrios entre seres, confusiones ancestrales de personalidades y la búsqueda de paridad, equidad, atención o incluso superioridad. Algo sabíamos que sucedía, cuando cada nueva entrega del cine independiente es una renovada expresión de la “persona”. De la persona como ser y ente, (de estar, igual) en esa exploración profunda hacia el alma del individuo. Gobernante del mundo a confusiones posibles de la mente, el cuerpo y el alma. Y se hace tan excitante la forma en que se refleja en la pantalla, en que se dialoga con los diferentes mundos posibles del individuo cotidiano. Algo así muestra Piper en su simbiosis de vida y cine (o de cine y vida, que suena parecido, pero no es lo mismo). Tópicos como la inseguridad, la desconfianza, el abuso, el juicio muy personal de la imagen y el autoconvencimiento para afrontar el día a día, son recurrentes en este agudo filme en una nítida imagen con cortes editoriales poco ambiguos e intencionales.

Rare Beasts es una película para los que le ponen el cerebro y no tanto el corazón a las situaciones sentimentales, aunque quiera y trate temas similares en la modernidad en que se vive. Va de buenas observaciones y perspectivas en la búsqueda de la pareja estable o de una relación tal cual.

Nota interesante para un debut en el cinema. Donde figuran a manera de mostrar en lo que se ha convertido la sociedad enmarcada en ese ámbito de situación. Aquí, la mujer, tiene el centro, en una bizarra adaptación del feminismo, del feminismo que no suele abandonar esa imagen de pareja (hombre – mujer, en ese caso y particular orden), del feminismo que aún no se ha empoderado. Que en sus líneas conceptuales lidia con sus cuadros sociales: familia, trabajo, quehacer. Que, ella, Mandy, la protagonista, en sí no busca ser un mesías salvaje para las mujeres dentro de las calles no habituales a filmar del paisaje londinense. No quiere ser una diosa que lo logre todo y se anteponga a todo. Ella quiere estabilidad y tranquilidad en su vida, o eso nos muestran.

Esto se complica aún más cuando se le agrega una disfuncionalidad familiar que va en crescendo durante el recorrido del filme hasta su cierre. ¿Cómo esta mujer puede con todo? Al parecer lo resuelve sin que el guion se haga apesadumbrado o demasiado cargado, contando con los desconciertos. Atravesando por situaciones hilarantes y exageradas a la realidad natural y normalizada. Así lo hace, sencillamente así. Cargando con ese lastre de su pasado que no nos cuentan, mas sabemos que muy bueno no fue. Todo no debe ser contado en el arte y no todo es contado en la película de Piper. Estos problemas invisibles tal vez sean lo que nos expresan lo sucesos que ella tiene y las metas que persigue tan siquiera sin proponérselo, su manera de actuar. Su forma de lidiar con Pete (Leo Bill) quien funge como una especia de opresor masculino inocente que tampoco sabe lo que quiere, pero se conforma. Se conforman ambos, hasta ese espacio liberador del personaje al final del filme. El efecto de revelación de la supremacía y la evolución de la historia, carácter y consciencia. Saliendo de la simulación de esa relación tóxica, donde la frialdad y la diferencia de pensamientos, sentimientos y peculiaridades no se sobreponen a la necesidad de mantenerse juntos. Piper ha estudiado y lo agradecemos.

A lo largo del celuloide se muestran expresiones críticas que subyugan la trama. En ocasiones esto nos da pinceladas de protesta y demanda por encima de una simple observación sobre un argumento dentro de la realidad. La fatalidad amén de ser tenue, en términos de limitaciones extremas, está alrededor de todo el largo. Desde los estigmatismos y estipulaciones sociales que consumen la miseria y el dolor del “otro”, hasta las desinhibiciones particulares de cada ser. Esto reflejado con inteligibles tomas fotográficas a cargo de Patrick Meller (Beast, Get Duked!) que profundizan en la compresión del escenario y la situación. Un arriesgado supuesto para una primera aproximación cinematográfica dentro de lo que podría ser un experimento Mata Hari.

Lo malo de la visión de Piper es que generacionalmente la cadena de eventos y decisiones en la vida sin aparente consecuencia ha conllevado a la ruina de la persona como tal. Su visión provoca el pensamiento (por lo menos en este humilde cinéfilo) de que en la vida no se encuentra bondad o belleza, solo enfermedad, crueldad o distancia, a no ser que halles la iluminadora y casi milagrosa libertad. Su externalidad de las emociones da la maquiavélica sensación de que el universo está bajo la prueba del polígrafo. Puros deseos inmersos en la exaltación de toda la rareza que existe en este mundo. Algo adverso y, sinceramente, muy tergiversado a las condiciones en que se vive, sin querer menospreciar su interpretación (la de la directora) de la realidad.

Cosa que va de la mano con las actuaciones mismas de los personajes. Aquí existe algo importante en esta película que se nos hace profunda, mas tiene un objetivo simple y detallado (ya hablado antes). Las actuaciones algunas tímidas, otras totalmente atrevidas desenlazan una gama de características que rodean el caos interno de la misma realidad interna. Mirando con detenimiento esta construcción: el hijo (Toby Woolf, bailando dentro del guion con las habilidades de un niño) es la clara representación de la desesperación. Una desorientación brusca y escondida dentro de la aprehensión y la discapacidad, amén de que la madre esté y sea capaz de otorgársela. Una necesidad de atención que se propaga venenosamente por diferentes índices del filme. Por otra parte, la madre (Kerry Fox, discreta y eficaz), una vida resignada a los cambios y el sosiego en ese mismo desperdicio vital que poco a poco la ha ido consumiendo. Lidiando con el padre (David Thewlis, ofreciéndonos una actuación dinámica en todo su esplendor) vividor empedernido quien le da coherencia a este mejunje familiar, quien tal vez conlleve en su persona la razón de todas estas descoordinaciones intimas de cada cual. El culpable de toda la desesperanza, pero que se mantiene ahí, se ocupa y se preocupa. Y Pete, una vez más Pete, hombre que resalta el conformismo a la n potencia, la infelicidad, más bien el desconocimiento de esta infelicidad.

En todos está la descripción exacta y minuciosa de cada uno de los aspectos que construyen una relación humana en tiempos violentos y convulsos. En el poderoso caos. La relación de los malos frijoles que no dejan de saber igual y de proclamar sus derechos. De la madurez equivoca, de ella que busca y merece al indicado por encima de muchos otros deseos necesarios y vitales. O eso creía hasta la iluminación. Hasta percatarse que su sensible felicidad radica en su hijo. Hasta los miles procesos de edición y cámara que la llevaron a ese justo momento en que expresa su verdadera aspiración en la vida.

No hay ningún producto que no pase por un proceso de edición y en el mundo de Billie Piper es algo que predomina y nos muestra cuan certero y poderoso puede llegar a ser, aunque simule mentira. Tal vez su teatralidad la consuma un poco, pero es una orquesta de pequeñas verdades que circuncida la intimidad del sujeto independiente. Queda como una interesante propuesta de nuestra verdad interna y de la imaginación de un buen director. Sin tratar de ser con ello vanidoso.


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Daryel Hernández Vázquez

Licenciado en Ciencias de la Información en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Cinéfilo y editor. Aspirante prematuro a director de cine. Novelista, poeta y loco.


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