Calificada por muchos como uno de los grandes desafíos a la sensatez humana y posibilidad casi última de no caotizar aún más el entorno planetario, la Cumbre de París sobre Medio Ambiente abrirá sus puertas a finales de noviembre en la capital francesa bajo una enorme expectativa global.
Se espera que al menos 117 jefes de Estado y Gobierno se den cita en la llamada Ciudad Luz, lo que debería significar precisamente un cambio radical de actitud mundial frente al creciente deterioro de nuestro hábitat, que desde hace cuarenta y cinco años es incapaz de regenerarse por si mismo a partir de los altos montos de contaminación derivados de economías y actitudes apegadas al más destructivo e ilógico derroche.
Y ciertamente, explican medios de prensa desde París, al menos en las reuniones preparatorias del vital cónclave se respiran aires de optimismo, sobre todo porque a estas alturas ciento sesenta naciones llegan al foro con planes nacionales destinados a reducir sus respectivas emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, y con la voluntad expresa de grandes potencias como China y los Estados Unidos de trabajar duro con igual criterio.
Y es que la añeja porfía sobre los efectos destructivos o no del provocado cambio climático ya no cabe. Quienes intentaron disminuir y anular el criterio de los daños brutales de la polución a cuenta de mantener sus depredadoras economía locales, se han quedado sin argucias ni argumentos.
Las altas temperaturas que va asumiendo nuestro habitat provocaron, por ejemplo, que el pasado año se elevase de forma inusitada la intensidad de al menos catorce desastres naturales, y que por tanto aumentase sensiblemente el número de personas amenazadas por tales eventos en diferentes regiones.
En consecuencia, explican las mismas fuentes, parece comenzar a prevalecer entre los asistentes a la Cumbre que ya no solo sería posible lograr compromisos internacionales firmes para intentar contener el alza la temperatura global en dos grados, sino incluso reducir esa cifra hasta uno coma cinco grados.
Otros comentarios aluden a notables cambios de actitud nacionales, como es el caso de Canadá, cuyas nuevas autoridades, encabezadas por el debutante primer ministro Justin Trudeau, han mostrado su interés con colaborar en la lucha contra el cambio climático, luego de negarse a firmar el tan llevado y traído Protocolo de Kyoto contra las emisiones de gases de efecto invernadero de 1997.
No obstante, y pese a las alarmas, buenas voluntades tradicionales y cambios positivos de actitud, quedan aspectos importantes que resolver en materia de lucha contra el calentamiento global.
Y uno de ellos es el reconocimiento claro de que existen diferentes grados de responsabilidad internacional en materia de emisión de gases tóxicos a la atmósfera a tono, esencialmente, con el desarrollo económico de cada nación y sobre todo con la organización y estructuración de los procesos productivos y su “limpieza” en materia ambiental.
El segundo es el peliagudo tema del financiamiento que requiere el mundo subdesarrollado -unos cien mil millones de dólares por año- para poder desarrollar efectivos programa que armonicen sus acciones de progreso con la preservación del entorno.
Suma que, aunque cuantiosa -y ya lo habíamos hecho constar en comentarios anteriores sobre este asunto- es casi seis veces inferior a la fortuna que los sectores belicistas norteamericanos dedican cada año a gastos en armas y guerras.
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