José Martí es de esos hombres en los que sintetizan los sentidos que identifican una época, y en su caso, por más de una intensidad, los de una nación. Un obra tan temprana como el poema dramático “Abdala”, “escrito especialmente para la patria”, 5 días antes de cumplir 16 años, no solo fue un reflejo anticipado de su propia existencia, sino de la emergencia de un mapa ideológico isleño, entretejido con ideas y valores que ya se acumulaban como distingos de un “ser cubano” y ser patriota.
Un devenir, marcado hasta nuestros días, por esa esa “ardiente y dulcísima chispa” que deslumbra en el poema, que comparten el “Heredia real y operante de nuestra naturaleza histórica” y “esa intensidad que un día se hizo hombre” y se llamó José Martí, en el buen decir del profundo Cintio Vitier, y que se abraza en el centro de cada frasco de nuestras vacunas con la voluntad de “ser libres o morir”.
Un patriotismo, conceptualizado en “Abdala” y que no puede ser reducido a los versos más conocidos del poema: “El amor, madre, a la patria no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas; es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca”. Una frase que “parece contradecir la necesidad proclamada después por Martí de hacer una guerra limpia de odio”. “El patriotismo no es más que amor”, anotó en 1893.
Lo reafirma en los que siguen a los tan citados versos de la quinta escena: “Y tal amor despierta en nuestro pecho/ El mundo de recuerdos que nos llama/ A la vida otra vez, cuando la sangre, /Herida brota con angustia el alma; ¡La imagen del amor que nos consuela, Y las memorias plácidas que guarda!”. Lo que no puede ser el patriotismo es ridículo, ni superficial afecto por elementos del paisaje físico, o por “pedazos de terreno sin libertad”. Es el amor por esa “comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”; un “deber santo” que “purifica y sublima a los hombres”, “la levadura mejor (entre todas las conocidas) de todas las virtudes humanas”, como escribiera tiempo después.
La estudiosa Fina García Marruz lo apuntó en su imprescindible libro El amor como energía revolucionaria en José Martí, el joven Abdala llama “odio” a lo que es una “activa indignación”, una “cólera de amor”, ante el crimen que se comete contra la Patria. “La diferencia —apunta la autora— es que en tanto el odio es de origen vengativo, o irracionalmente gratuito, esta especie de cólera hermosa procede siempre del amor”.
Ese patriotismo al que consagró su vida, fue definido de distintas maneras en toda la extensión de este poema épico. Debe ser comprendido como el sumun manifiesto de un ímpetu ascendente, resultante de intensidades previas, que supera la altura de las hierbas y de los ademanes artificiosos de los “patrioteros”, que llega hasta los pechos, y más allá, hasta la reflexión alta y purificadora de las palmas, trasciende la cólera hasta alcanzar la revolucionaria energía del amor.
“¿Acaso crees/ Que hay algo más sublime que la patria?”, le pregunta Abdala a su madre. Un sentir que reitera Martí una y otra vez, durante su sacrificada vida: “El martirio por la patria es Dios mismo, como el bien, como las ideas espontanea generosidad universales” (1871); “El patriotismo es más bello cuando se muere por él, que cuando se recibe su recompensa” (1888).
“Abdala” es una elegía a la epopeya de las colectividades esclavizadas o amenazadas por poderes extraños (“Un pueblo extraño nuestra tierra huella: / Con vil esclavitud nos amenaza”. Proclama el derecho legítimo de ser dueños de sus destinos, de defenderse frente a quien intentan doblegar su voluntad de ser auténticos, singulares, distintos. Es una exaltación al deber sagrado de ser patriotas, por ser hijos de la Matria (“Nubia me reclama/Hijo soy/Nací nubio/ Ya no dudo: / ¡Adiós! Yo marcho a defender mi patria”); como correspondencia a ese vínculo fraternal de ser hijos de la misma madre y de ser hermanos en la misma casa (“¡Soy nubio! El pueblo entero/ Por defender su patria aguarda”).
Una voluntad, de Martí y de los independentista, vertida en esta estrofa de “Abdala”: “¡A la guerra corred!¡A la batalla,/ Y de escudo te sirva ¡oh patria mía!/ El bélico valor de nuestras almas.”, “¡A la guerra corred, nobles guerreros, / Que con vosotros el caudillo marcha!” y “¡Corramos a la lucha, y nuestra sangre/ Pruebe al conquistador que la derraman/ Pechos que son altares de la Nubia, Brazos que son sus fuertes murallas!” Sentido equivalente al de “A las armas, valientes corred” del Himno de Bayamo escrito por Perucho Figueredo y al de “Aux armes citoyens!”, de la “Oda a los Franceses”, firmada por Ecouchard en 1762.
Patriotas por un mandato raigal (“Y nos manda el honor/ y Dios nos manda”). Con lo que hace confluir razones éticas y espirituales, como antes Félix Varela con su “No hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad”.
Un compromiso llevado hasta las últimas consecuencias, resumido en un “Morir por la patria es vivir” de nuestro Himno, y aludido al final del poema épico del joven Martí: “¡Nubia venció! muero feliz: la muerte/ Poco me importa, pues logré salvarla/ ¡Oh, qué dulce es morir, cuando se muere/ Luchando audaz por defender la patria!”
Versos que abrazan a los del bardo santiaguero José María Heredia, en su “Himno del desterrado”, escrito en septiembre de 1825, cuando se pregunta: “¿Osaré maldecir mi destino, Cuando aún puedo vencer o morir?” y a los siguientes cuando afirma: “Aun habrá corazones en Cuba/ Que me envidien de mártir la suerte, / Y prefieran espléndida muerte/ A su amargo, azaroso vivir”.
La primera obra teatral de Martí vio la luz el 23 de enero de 1869 en el “semanario” habanero La Patria Libre, periódico creado por el entonces estudiante del colegio San Pablo e impreso una única vez en “El Iris”, imprenta localizada en Obispo 20 y 22, en la capital de la colonia que se resistía a ser colonia. Tres meses después del inicio en Oriente de la Revolución de Céspedes, a la que había manifestado públicamente su adhesión pocos días antes, el 19 de enero, en el único número del Diablo Cojuelo.
Su posicionamiento político frente a la disyuntiva “¡O Yara o Madrid!”; también había tenido cercanas manifestaciones, de actos y de palabras, durante los trágicos sucesos del Teatro Villanueva, en los que fue detenido su Maestro Rafael María de Mendive. Es difícil creer que en menos de 24 horas haya podio redactar tan grandiosa alegoría con ocho escenas. Pero el espíritu que emana del poema fue el mismo de aquella noche rebelde. Como parece que una de las más emotivas escenas, cuando la temerosa Espirta va en busca del héroe nubio y trata de convencerlo para que no marche a la guerra, evoca a aquella noche descrita varios años después en sus Versos Sencillos, en que su madre, Leonor, salió por él, en medio de la violencia desatada por los “viles” Voluntarios.
Resulta muy significativo que el adolescente Martí ubique su historia en Nubia, "la tierra de los arcos" como la llamaban los antiguos egipcios, sus primeros colonizadores. A esa región al sur, entre la primera y la sexta catarata del Nilo, la equipara con Esparta (“Y luche Nubia cual luchaba Esparta!”), por el valor de sus hijos y por el desbalance entre las fuerzas contendientes (“Hay un héroe por veinte de sus lanzas”), como alegoría de la Cuba insurgente. Por igual, que llame “bárbaro” a quien se pretende “civilizador”. Y que nos presente como protagonista de su drama épico a un guerrero africano. Por vez primera el negro escapa de esa posición exótica y divertida que había mantenido en el teatro bufo. En Abdala” el de piel oscura es un héroe, un patriota valiente e impetuoso.
No es difícil descubrir en “Abdala” las semillas de las más sublimes metáforas martianas, los asomos de un devenir heroico, apostólico, vital. Aquel aforismo suyo de que “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”, late en estas frases que declama su Abdala: “Que prepare su gente,-y que a sus lanzas/ Brillo dé y esplendor. Más fuertes brillan/ Robustas y valientes nuestras almas!”
Transversaliza el poema aquella máxima tan suya de que “El deber de un hombre está allí donde es más útil” que escribiera en la última carta a su madre, del 25 de marzo de 1895, y que había compartido con sus compatriotas el 10 de octubre de 1890, en el Hardman Hall de Nueva York: “el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ese es el verdadero hombre.”
Ideas estas que orientaron su ejemplar conducta, y que lo convirtieron en adalid de los patriotas cubanos.
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