Hace años, cuando accedí a la militancia en la Asociación Hermanos Saíz, alguien refirió con tono burlón sobre la supuesta inutilidad de dicho espacio para el artista joven. Nada más alejado, amén de insuficiencias, puntos de conflicto y tareas pendientes, pues la AHS lleva el peso de un trabajo muy lejos de ser fácil. Este organismo se define por lo sacrificado, por el perfeccionamiento y la aspiración a una obra mayor desde las diferencias particulares, el aporte del artista irreverente y soñador.
Mucho ha llovido desde aquel día en que comencé en la AHS, pero jamás podré dar testimonio en negativo acerca de un espacio en el cual, siendo yo un simple periodista, sin “pedigrí” pude compartir con otros consagrados, grandes de las artes y las letras. Porque la Asociación es, de hecho, la puerta a la cultura en términos de realización, a través de dimensiones verdaderamente amplias.
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La AHS es un sitio democrático que da voz a los artistas que no tengan una obra extensa ni publicada, a los escritores que apenas comienzan a andar en los caminos del siempre duro trabajo de crear mundos, de tejer ensayos críticos, de vertebrarse a sí mismos. Nadie jamás me ha dicho cómo debo pensar, sino que se me invita a pensar y a hacer un aporte desde lo que puedo, desde mis potencialidades y carencias.
Digámoslo más claro: pocos espacios hay en el mundo tan elitistas como democráticos, tan de vanguardia como inclusivos. Así es la AHS, sin concesiones a la mediocridad, pero aspirando a que todos nos sintamos parte, a que nadie sea víctima de la exclusión. Este organismo es fruto de la política cultural que, desde que se implementaran los reajustes introducidos por nuestro Armando Hart, ha privilegiado el pensamiento crítico y la irreverencia como partes del sistema de creación, de revolución y de establecimiento de un futuro no solo socialista, sino bello, ético, artístico, plural en sus voces y unido en su propuesta.
La AHS es también un grupo extenso de amigos, que nos leemos los textos unos a otros, debajo de un árbol en la sede de la organización en Santa Clara o que nos vamos de fiesta con una guitarra para el Malecón, rones de por medio. No hay burocracias, ni jerarquías. Puedo dar fe de la forma diáfana con que se me trata cuando visito la sede nacional. Siendo yo un villareño, un habitante de esos pueblos que tanto elogiara Feijoó, pudiéramos pensar que las élites habaneras me excluyan. Pero no, otros jóvenes, más premiados y con éxito como autores, me dan la mano, me invitan. Los espacios confluyen en la camaradería, en las letras que se comparten, en la vida que transcurre sin que existan distingos.
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Quizás pudiéramos socializar más el sistema de premios y becas, así como clarificar los paradigmas estéticos bajo los cuales se mueve la vanguardia cubana. Ello facilita el proceso de inserción del creador, le abre caminos, lo convierte en un agente activo del proceso revolucionario desde la belleza, desde el crecimiento y la superación. La AHS ha trascendido sus anteriores versiones, milita al lado de la UNEAC y le sirve de antesala. Su sitio web ha logrado convertirse en una comunión de intereses y sensibilidades. La cantera de talentos deviene una oportunidad para el relevo, para que el discurso no decaiga, sino que sobrevenga un renuevo que vivifique y de lustre a una realidad nacional recontada mil veces.
Autores como Lezama Lima no tuvieron una Asociación parecida y carecían de recursos para llevar adelante el tortuoso proceso de la cultura. No obstante, podemos situar en aquellos jóvenes el antecedente de la obra en curso. Las vanguardias cubanas se nucleaban en torno a Orígenes, al Grupo Minorista, y otros tantos espacios.
Hoy, se cuenta con una institución unida al sistema de la cultura sin que por ello deje su esencia independiente, aguerrida y crítica, de conciencia social joven e inconforme. Puedo ver cómo hay una liberación a partir de las bases de la AHS, una búsqueda colectiva de la autonomía, de los sucesos definitivos que ofrezcan un camino no solo al éxito individual, sino a la concreción del papel de la cultura en la vida de un país hecho por y para la belleza.
Este año, se me acercaron varios colegas de la UNEAC en mi municipio. Es necesario que la organización crezca y he aceptado iniciar el proceso de militancia. La AHS ha sido una antesala justa, necesaria. Estoy seguro de que si tengo el privilegio de entrar al gremio de los artistas y escritores que dirigiera Nicolás Guillén, lo haría con responsabilidad, respetando el espacio del que provengo, siendo consciente de que otros transitarán ese necesario destino que implica la Asociación.
Vivo en San Juan de los Remedios, donde varios pertenecemos a la vanguardia artística, sin embargo la UNEAC quiere renovarse, tener una membresía donde exista un activismo más allá de la pasividad, del papel, de lo consabido. Nadie podrá decir que el tránsito ha sido fácil, pero fue mejor junto a la Asociación Hermanos Saíz.
Nunca he creído merecer el privilegio de tanta luz, de que amigos tan valiosos me acojan y valoren. Ser artista definitivamente es más que la obra, más que el papel en blanco que se repleta de palabras. Nada se lo lleva el viento, si estamos acompañados. La soledad del creador es solo una metáfora romántica que se esfuma ante la camaradería y la bondad, ante el discurso realista de ser virtuosos. La Asociación, sin dudas, es muy útil.
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