La cultura es una manera de divertirse, de aprender y de aprovechar el tiempo. Más allá de recreaciones nada sanas, los programas de las instituciones por lo general tratan de que exista algún tipo de variedad en las propuestas, aunque pocas veces se logre. Los proyectos comunitarios que están tomando parte en la vida estival pueden ser buenas alternativas, sobre todo porque muchos se basan en la autogestión y en el sector por cuenta propia, pero en esa misma fortaleza está la debilidad. Y es que la masividad suele leerse como una vía para el facilismo, la fiesta burda de bebidas y banalidades. Divertirse no está mal, tampoco es malo que venga una orquesta y haya música popular bailable, pero no puede ser lo único, ya que el público cubano es altamente informado y posee un gusto exigente. Por ejemplo, en Villa Clara existe una oferta llamada Conciertos Compartidos, que lleva adelante el Centro Provincial de la Música. En tales presentaciones, todos los escenarios de la provincia tienen la posibilidad de intercambiar con grandes figuras de la interpretación y de la composición. Un proyecto sin dudas de lujo.
En la vida estival, además, existe la necesidad de aprender, de poner a funcionar las capacidades adormecidas por meses de trabajo monótono. Este cambio, esta inquietud por los cursos, deberán surtirse a partir de las universidades y centros de estudio, que aún tienen mucho que perfeccionar en su relación con la comunidad. Conste que nada de esto requiere dinero ni recursos excesivos, sino de una acertada programación, con los balances justos, ya que el problema del verano en Cuba muchas veces no está en la cantidad de actividades como en la variedad y la profundidad de las mismas. Y es que no es hacer por hacer, sino llevarle al cubano un divertimento lo más parecido a sus gustos, a sus aspiraciones y a su nivel cultural. Una colega especialista de una oficina del conservador me decía cómo en uno de los barrios vulnerables de su ciudad las personas habían acudido con devoción a un concierto de Eduardo Sosa, a pesar de la lluvia, del fango, los mosquitos y la oscuridad, lo cual demostraba la necesidad de arte y belleza de los cubanos en todos los ámbitos. A veces creemos que estamos dando recreación y en realidad subestimamos a los públicos y les colocamos muy por debajo de su potencial. Ello resulta realmente de una fatalidad insufrible.
El pueblo cubano siempre gustó de programas como De la Gran Escena y otros de factura elevada, no se entiende luego que la programación televisiva haya abandonado estas visiones y se coloquen espacios en parrilla que responden a otras lógicas de consumo. Está bien que exista un fragmento comercial, pero basta de cultura chatarra o de reposiciones. La gente merece lo mejor y lo cierto es que, allí, en la pequeña cajita que yace en las salas de nuestras casas, muchas veces no lo hallamos. Tanto la radio como los demás medios televisivos y el cine tienen un largo trecho que recorrer para alcanzar el buen gusto que exigen estos tiempos. Y es que la visión estratégica debería ser que la cultura y la recreación también son armas ideológicas y espacios en disputa en el campo de la hegemonía comunicacional política. Con esto quiero decir que lo que se deja a la banalidad o el aburrimiento será rellenado por los públicos muy a su manera y que ello tiene un impacto en la creación de conciencia social. Es hora de revitalizar el movimiento de los cineclubes y de los festivales de cine de provincia, en los cuales se privilegiaba la creación y el aprendizaje, a la vez que se cultivaba el gusto por el buen arte. Notemos que aquellas iniciativas tomaron cuerpo en tiempos peores en los cuales faltaba todo lo que materialmente pudiera ser nombrado.
Una manera cómoda es agarrarnos de la coyuntura para decir que no se puede, que no hay recursos, que no se hará nada. Pero eso pone en peligro no solo el verano, sino la visión política de un país que tiene derecho al descanso creativo, con opciones para todos, a la vida común y a la belleza. De manera que la programación tanto de cultura como la de las demás instituciones y medios de difusión tienen el deber y el reto de trabajar con lo que tienen y de hacerlo bien, de profundizar en las opciones y de volverse creativos. A veces basta con sonreír y hacer sonreír a otros, porque recrearse, divertirse es de hecho ser feliz. Y he ahí lo difícil, porque hemos asumido que nada se hace si no media el alcohol, el consumo desmedido y determinados ritmos y símbolos. Todo ello hace el mismo daño que las programaciones vacías y mediocres.
Con la emergencia de los actores sociales del cuentapropismo hay que capacitar a los dueños de bares y demás establecimientos en torno a lo que es cultura, lo cual no se trata de crear una camisa de fuerza, sino de que las personas sepan balancear las propuestas, hacer un guion coherente y lejos de la chapucería. La porción que pertenece al sector privado suele padecer de ciertos conceptos que aunque no son dañinos, sí atentan contra los públicos a la larga y generan vicios que luego son incurables. No se trata de prohibir, sino de acompañar y de que el pueblo acceda a sitios decentes, conducidos con el mejor de los servicios tanto en lo material como en lo educativo y espiritual.
Puede que todas las provincias no puedan hacer una ronda como los Conciertos Compartidos, pero talento hay y ganas de hacer. Más allá del socorrido adagio del palo y la lata que harían una rumba para poner a bailar a cualquier cubano, debe haber un trazado, una imagen y una concreción, de manera que las propuestas funcionen. La etapa estival espera lo mejor, porque se supone que sea la mejor etapa del año.
Queda mucho por hacer en tal dirección, pero nadie dijo que divertirse sea tarea fácil, ya que como todo, lleva trabajo serio y continuado.
Pie de foto: Conciertos compartidos, una propuesta estival que arriba a otra edición en los escenarios de Villa Clara.
Tomado de Vanguardia.
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