Por: Dayron Rodríguez Rosales
A partir de un suceso real, el ecléctico cineasta norteamericano David Gordon Green erigió Más fuerte que el destino (2017), filme con más hallazgos que carencias y excesos.
Tal historia se basa en lo ocurrido a una de las “víctimas” de la explosión de dos bombas en la línea de meta de la Maratón de Boston, EE. UU, en abril de 2013, y cuyo saldo fue de tres fallecidos y 260 heridos.
Uno de los últimos es Jeff Bauman —encarnado, magistralmente, por el guapo y talentoso actor Jake Gyllenhaal—, sujeto que sufrió el impacto de decenas de clavos y otros fragmentos de metal en sus piernas, obligando a los doctores que le atendieron a amputárselas por encima de las rodillas.
Así, el film rinde tributo a la historia de su lucha, sus debates internos y su renacimiento como ser humano que debe empezar otra vez sin apenas la ayuda de alguien.
El núcleo narrativo de la obra cinematográfica en cuestión se centra, por tanto, en la exploración de los sentimientos y sensaciones de Bauman y sus familiares antes las consecuencias del terrible atentado terrorista.
Más fuerte que el destino comienza como un drama con toques de comedia negra con la disfuncionalidad familiar como eje, pero más adelante se transforma en un melodrama romántico centrado en el protagonista y su novia (Tatiana Maslany), quien con la culpa a flor de piel se hace cargo del personaje interpretado por Gyllenhaal, ganador (por cierto) de los más prestigiosos galardones por este significativo papel.
Y para los últimos minutos, Green reserva algunas escenas dramáticas intensas y un extenso flashback innecesario, saliéndose de la senda de sobriedad que había mantenido hasta ese entonces con acierto.
La película, además, enfatiza en ciertos aspectos dignos de destacar como las operaciones de rescate en medio del caos, los daños físicos y en especial humanos causados a los maratonistas y el sentido de la justicia, mostrando siempre un ambiente optimista incluso para al espectador.
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