Remedios es un sitio donde se nace y se vive en la misma cuerda de lo mágico y lo concreto. La gente en la villa está a la vez detenida y en movimiento, en una colosal contradicción que haría palidecer los mejores relatos en torno a lo fantástico. Desde que se viene al mundo, uno oye la oralidad que abunda y habita las calles. Aquí un fantasma, allá un ser sobrenatural. En la infancia rebosan los mitos en torno a las madres de aguas, especie de mujeres-serpientes gigantes que viven en los patios coloniales, allí donde existen pozos, fuentes y abundantes jardines. Los recuerdos de ese entorno se mezclan con las flores de la primavera cada mes de junio, cuando se celebra la remedianidad.
¿Existe una marca distintiva para los que provienen de la Octava Villa, hay algo que los haga ir y venir de una forma especial? En más de una ocasión, en muchas partes del mundo, los remedianos se encontraron mediante un sistema de señales muy suyas: el toque de corneta de las parrandas, la mención del oro de la Iglesia, la simpatía y el buen gusto de un pueblo culto y antiguo. En el sitio donde tantas cosas importantes sucedieron, lo mayor y más trascendental será la fundación de la ciudad, un lugar que llega ya a sus 507 años y que ha renovado su estética y ha conservado la esencia.
La remedianidad es una categoría que pudiera repartirse de muchas formas, en la comida, el vestir, el habla, los festejos, las historias orales, etc. Pero quienes han estado en la villa saben que, una vez que dormimos allí, se siente ese aliento de misterio, la certeza de que algo se nos oculta y habita los recovecos de los edificios y de los altares en los templos. Ese misterio se puede sentir en las estribaciones de la colina del Texico a poca distancia de la ciudad, donde surgiera el primer asiento poblacional allá por 1514 el día de la Santa Cruz. Quienes visitan ese accidente geográfico dan cuenta de los muchos seres mitológicos y extraños que existen a la vera de los caminos. Ruidos, voces, apariciones, un universo de rarezas. Incluso se puede decir que todo lo que significa espíritu y esencia sigue girando en torno a dicha loma, desde donde se aprecia una excelente vista de Remedios. Entonces las categorías que explican el cómo se vive en el lugar van más allá de lo académico, de lo meramente figurativo o argumental. Algo hay en esa colina que sigue impactando desde arriba a los remedianos, dándoles ese sello maravilloso.
Durante mucho tiempo apartado de lo mundano, en silencio, el pueblo remediano vivió una existencia casi pura, donde todo lo que recordara el pasado glorioso se guardaba con celo. Las instituciones que atesoran esas piezas son casi templos y fungen como ejemplo de ese tesón por lo identitario, por lo entrañable. En cada remediano hay a la vez que un ciudadano responsable, un duende, un ser mitológico que sabe de los poderes sobrenaturales de la memoria, de lo bello y lo bueno. Por eso cuando se restauró el centro histórico bajo la protección de Eutimio Falla Bonet, allá por el siglo pasado, los lugareños colocaron tarjas en toda la plaza que conmemoraban la grandeza de sus abuelos. Lo mismo sucedió en 1980, cuando la ciudad fue declarada Monumento Nacional. Remedios, la detenida en el tiempo, aporta, con sus luces y la parsimonia consustancial a su historia, grandes capítulos de cultura y de tesón identitario. En el núcleo fundacional existe la dualidad del fuego y del agua, amalgama de elementos que se manifiesta en las tradicionales fiestas, cuando más de una vez se disparan al cielo las infinitas explosiones en medio de aguaceros, de temporales y vientos. Todo en Remedios asume ese ropaje legendario y ancestral, ese aire de ciudad y de villa a la vez.
Quizás haya que hablar de remedianidad sobre todo en el caso de aquellos que llevan el alma del sitio natal a cualquier parte y la exponen en cada acto cotidiano. El escudo de las tres palmas, las dos torres y la estatua de la libertad figuran como imágenes en la mente de cada uno de los hijos. Las noches tumultuosas, en las cuales se bebe y se ríe, se goza y a veces se llora; son ese suvenir del cual hablan los remedianos allende las distancias, cuando fungen como embajadores de la cultura. En una ocasión, estando de misión en tierra muy lejana, un fanático parrandero realizó un simulacro de festejos con una carroza. Allí mismo, debió asistir como médico el parto de una de sus pacientes, cuya hija fue bautizada con el nombre de Victoria del Carmen.
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En los sucesos de esta villa perviven lo creíble y lo inverosímil, lo cotidiano y aquello que nos ilumina la conciencia por su originalidad y contundencia. Allí mismo, en la colina del Texico, un grupo de artistas celebró el cumpleaños 70 de Samuel Feijoó, momento que fue propicio para que la ciudad quedase bautizada con la imaginación y la personalidad de uno de los mayores exponentes de la identidad cubana. Dicen que en la velada estuvieron atentos a los seres mitológicos, pero que la quietud reinaba. Quizás porque ellos mismos fueron integrados a esa remedianidad metafísica que va más allá de lo visible o sensitivo, que abarca planos más puros, donde se puede hablar de belleza, de búsquedas y de hallazgos existenciales. Feijoó volvería muchas veces a Remedios, donde situó uno de sus tantos talleres para la creación, pero más que eso, la ciudad y el genio literario fueron amigos cercanos y se influenciaron eternamente.
Hablar del sitio es hacerlo desde sus fantasmas y su gente viva, desde su amalgama y su gentileza, desde el recuerdo y el plano de lo tangible aquí y ahora. Villa y ciudad tienen una condición concreta, en la cual se habita y donde se sienten todas las vibraciones de lo que resulta sobrenatural. La remedianidad define el contorno más allá de lo físico, el espacio existencial, el cardumen donde conviven las esencias ancestrales. Remedios despierta durante el mes de junio, cuando se conmemora el nacimiento de cada uno de sus abismos y logros, de sus risas y preocupaciones. Así es como transcurre la historia, entre el sobresalto de las transformaciones y la belleza que se esconde en los gestos imperceptibles y llanos. Quizás, en algún recorrido que se haga por las intrincadas calles del sitio, los hallazgos y las luces aparezcan a la vera del camino o, como sucedió con Feijoó, los seres queden en silencio y no se manifiesten, pero lo que siempre se tendrá en cuenta cuando se enumere la grandeza de Remedios será su sello, ese que huele a misterio y que se mezcla con las flores y la humedad de los patios. Allí, junto a las madres de aguas, pervive aquello que nadie podrá borrar.
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