¿Qué ha estado pasando con los pueblos y ciudades que hacen parrandas en Cuba en los últimos años? Un acercamiento crítico a la situación nos arroja que el carácter complejo de estos sucesos de la cultura los acerca a panoramas de graves dificultades tanto en el orden material como subjetivo, lo cual impacta en la concreción de las identidades tanto locales como regionales y por ende en la nacionalidad espiritual. Las parrandas conforman un entramado de festividades en el centro norte de Cuba que requieren de una atención diferenciada y de un trabajo metodológico serio más allá de la pura producción material o el apoyo como tal de las instituciones.
Estamos hablando aquí de que los sucesos de la cultura de masas cubana se inscriben en el patrimonio de la nación y que son los puntales más puros de lo que reconocemos como la soberanía. O sea, no hay que alejarse mucho de las parrandas para tener una visión objetiva de cuánto estas construyen lo que se valida como cubanidad. Es importante destacar que este fenómeno, aunque ha estado atravesado por el accionar de las instituciones o de las épocas y los sistemas políticos, se ha mantenido en una esencia a la vez dinámica y tradicional, lo cual le imprime sus propias tensiones, aspiraciones e incluso gobernanza. Las parrandas poseen una estructura que no puede imponerse desde afuera, más bien respetarse y darle el espacio que le corresponde en la sociedad. Quizás por ello, por no accionarse en la dirección correcta del respeto y la comprensión, se esté llegando a un punto subjetivo de cierta implosión del complejo cultural y patrimonial. Cosa esta que, aunque discutible y complicada, pudiera ser el punto de partida para un análisis más profundo.
El impacto que la crisis material de la sociedad está teniendo va más allá de poseer o no los mecanismos efectivos para la producción de los elementos del arte, en realidad existe una concreción más grave de este asunto hacia el interior de la subjetividad de los creadores, lo cual se traduce en un freno a su avance en cuanto a los proyectos. Si antiguamente había con qué hacer grandes evoluciones desde la dimensionalidad, ahora pervive una carencia de personal, de formación y de trasmisión de los saberes que no será fácil revertir, sobre todo cuando no se ha comprendido esto a nivel de las instituciones que rigen la política cultural. No todo se trata de garantizar una carroza o un trabajo de plaza para un día en el año, hay que meterse por dentro del fenómeno y verlo en su calidad y esencia para percatarnos de que las carestías son subjetivas, formativas, de crecimiento y de aprendizaje de saberes y oficios.
En la tensa relación entre las instituciones y lo popular hubo en no pocas ocasiones quien comprendiera que ese conflicto, insalvable, era una ventaja más que una traba y de ese ángulo partieron muchos aciertos en el campo de las parrandas. ¿Cómo si no se entiende que exista un Roberto Prieto en Camajuaní, para quien lo importante era elevar el nivel de la población desde carrozas cada vez más distanciadas de lo que para entonces las instituciones entendían como arte popular? Las parrandas pusieron siempre el puntal más alto y obligaron a los demás a seguir el ritmo, aunque hasta muy avanzada su evolución no existiera un reconocimiento de aquellas autoridades que en el terreno de la cultura o de las decisiones la pueden beneficiar o perjudicar.
Dicho de esa manera, las parrandas no van a perecer, pero sí pueden atravesar por momentos de una crisis muy parecida al fin si no se toma nota de los efectos de una situación que va más allá de tener o los materiales para hacerla. Dejando de lado que el presupuesto hoy es risible debido al impacto de la inflación en el país, hay que anotar que el éxodo de los artistas ha dejado una cantera vacía que difícilmente pueda suplirse en los próximos diez años. La ruptura en la trasmisión de saberes ha estado apuntalada por las redes sociales y lo que ello determina en el mantenimiento del nexo entre quienes hacían las parrandas y el propio fenómeno. Porque hay que tener en cuenta que estas fiestas dependen de la noción de comunidad, que sirve de sostén, de justificación a la efectividad de un fenómeno complejo de creación colectiva.
Y es que las parrandas atraviesan un terreno poco fértil entre los cortes de electricidad, la ausencia de recursos, la carencia de dineros para sufragar la inflación. Una misma carroza, hecha en Camajuaní, le ha dado la vuelta a tres pueblos parranderos como un elemento de alquiler, lastrando la capacidad de esos sitios de hacer sus propias propuestas. Sin las donaciones del exterior, que tanto aportan a la calidad de las fiestas, los barrios que deben conformarse con los recursos internos no llegan siquiera al primer escalón de lo que debería ser el sueño de los creadores dentro de este fenómeno. En ello va mucho de la metodología dictaminada por la política cultural, que ya presenta señales de obsolescencia y de necesaria actualización. Las parrandas puede que sigan vivas porque dependen de los imaginarios, pero más que lo intangible, perviven las dificultades, la no trasmisión oral, la no permanencia de una memoria que requiere de la preservación consciente y comedida.
Por ello, en los últimos años persiste más que la parranda su recordación en los espacios virtuales que han surgido como hongos detrás de la tormenta. Ese respiro no solo soporta los presupuestos del pasado visual de los festejos a partir de los debates, las fotos, los videos; sino que es un recurso socorrido por los artistas en momentos en los cuales soñar con la materialidad de las parrandas es una utopía. Las redes sociales y los grupos de parranderos además han suplido las distancias y establecieron lazos universales e intergeneracionales que impiden que decaiga del todo la esencia viva de la oralidad. Se puede decir que, a falta de un sueño que pueda realizarse, se ha llegado al sueño mismo como un bálsamo.
Cada 24 de diciembre, el ciclo de las parrandas cierra con la cuna, las de Remedios, por lo cual los que viven inmersos en esa comunidad todo el año hacen los balances y lanzan los proyectos del próximo año. Pero precisamente ese caminar en el tiempo y ese reloj impecable que son estas fiestas permanecen a expensas de una incertidumbre que atraviesa el carácter existencial de las mismas. Quizás haya que decir que el parrandero es el único poeta que cada año reescribe sus libros como si fuera la primera vez y se erige incluso sobre la desmemoria.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.