Hace años, las Parrandas atraviesan una crisis de creatividad que las corroe, que simplifica la propuesta estética y las aleja de su esencia original. Más allá de explicaciones económicas hay un retroceso en las maneras de vertebrar el discurso artístico y se evidencian dificultades para aquellos proyectos que supongan cualquier atrevimiento.
Desde sus inicios, las fiestas tuvieron un ascenso en espiral que implicaba no solo el desarrollo, sino años de fracasos en los cuales el fenómeno se estancó. Sin embargo, si algo ha definido a las Parrandas es su capacidad de resistencia y de adaptación a las duras condiciones, siempre con el pueblo como ingrediente y motor indispensable. Desde la década de los noventa del siglo XX hay un bache que detuvo lo que antes venía produciéndose con naturalidad. A su vez, las respuestas desde la institución han carecido de ese toque efectivo que permita sortear el mal momento.
Si bien se han realizado los festejos en Remedios sin interrupciones, la imposición de la unidimensionalidad en los trabajos de plaza y de la estructura de respaldo en las carrozas (vista frontal, en detrimento de la riqueza de las demás dimensiones); ha relegado a los diseñadores a un plano meramente reproductivo, en el cual persisten las mismas fórmulas. Unido a esto, el abaratamiento del costo trajo consigo vicios en el trabajo artesanal que, además de hacer más sencilla la manualidad, le restan rigor, atrevimiento y exotismo.
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El producto reiterado de los últimos años ha hecho que las fiestas no se parezcan al dinamismo de la década de los ochenta del siglo XX o de décadas anteriores, cuando cada época marcó un paso adelante en el uso de la tecnología y el aprovechamiento de las dimensiones. Pudiéramos decir que la cuestión material desencadenó un descenso necesario y perentorio, pero que ello devino vicio del cual es difícil salir. Para tener una idea, la construcción de metal, a la que se adhiere el trabajo de plaza, limita la estructura del diseño, pues el carpintero muchas veces hace las piezas en función del propio andamio. Esto último sacrifica lo visible (el arte) a lo invisible (el sostén). Una metáfora que habla mucho sobre el daño que cierta ideología pragmática le ha infligido a las Parrandas, limitando lo que antes fuera el campo infinito de los sueños del artista.
Pero no se trata solo de costos, sino de que la subjetividad que antes era popular y compartida se ha encerrado en cábalas de grupos y personalismos, y muchas veces las decisiones en torno a los festejos no son del agrado de los portadores, precisamente porque no fueron consultados. En tal sentido, el sistema de directivas requiere actualizarse, ser más inclusivo, tener en cuenta a actores sociales que están dispersos en un amplio abanico que se desparrama por el mundo a través de las redes sociales.
Por ser un fenómeno universal, las Parrandas marcan el prestigio de la cultura cubana y de la propia gestión de nuestro país, funcionan como una especie de vitrina para despedir el año. Entonces, no debe verse solo como una cuestión local o de provincia, sino con la trascendencia de un proceso sociocultural complejo y de hondas raíces en lo cubano, cuya función no solo es celebrar, sino la reafirmación identitaria y la continuidad de sentidos patrios. Por ello, urgen estudios en torno a la subjetividad de las Parrandas, así como sus diferentes concreciones materiales y simbólicas en el seno del pueblo y su imaginario.
Además, el ejercicio del poder decisorio deberá tener en cuenta la naturaleza compleja y cambiante de esta subjetividad parrandera que abarca toda la geografía central de Cuba. Lo anterior resulta vital en términos comerciales, pues el turismo como actividad económica tendrá que capacitarse y ser responsable a la hora de insertarse como un actor más dentro del fenómeno, no imponer o corregir a su gusto las lógicas de producción socioculturales que marcan el devenir propio de los festejos.
Más allá del encarecimiento del costo de producción, la subjetividad marca el camino del diseño, de la estética, incluso de la elección temática. En los últimos años hay un uso reiterado de los motivos franceses, hindúes, venecianos, griegos y romanos, con una consiguiente deriva hacia el estancamiento estructural en las carrozas. Allí también, la construcción de metal condiciona la parte visible y se estrechan las miras del desarrollo. Se evidencia un recurso desmedido en las luces eléctricas, un empobrecimiento en el decorado y cada vez menos trabajo con el atrezo. El relevo generacional se vio comprometido por el bache creativo durante el periodo especial y se detuvieron las escuelas que sostenían la continuidad y la producción de nuevas lógicas. Actualmente son pocos los grupos de artesanos en materia de decoración y vestuario en comparación con otras décadas. Además, la importación de mano de obra de un pueblo a otro ha lastrado la originalidad del discurso e impone modos estandarizados. Si antes había un estilo en los trajes para carrozas en Caibarién y otro en Camajuaní, ahora no solo se unifican las formas de hacer, sino que las piezas suelen alquilarse, sin que exista en los diferentes territorios un proceso de factura genuino.
La unificación en las producciones, la industrialización de las Parrandas y el pragmatismo son elementos que, mal enfocados, dejan fuera el protagónico de los grupos portadores, que poseen en su imaginario el verdadero valor identitario de las fiestas. Si no se trabaja en este sentido puede ocurrir que el fenómeno pierda arraigo y devenga una meta laboral más, un mero producto para el turismo o parte de un calendario de fechas.
En realidad, se requiere que las Parrandas conserven su esencia y a partir de allí las nuevas lógicas tengan un desarrollo orgánico, en consonancia con los intereses estéticos y socioculturales de la comunidad. Una dinámica que debe comprenderse y estar plasmada en documentos legales que respalden la existencia de las fiestas como un derecho del pueblo.
Queda mucho por aprender acerca del encadenamiento entre producción y arte en este fenómeno masivo. No solo porque se habla de un suceso cuyo entramado subyace en lo más profundo de la gente, con sensibilidades muy agudas, sino por el impacto del discurso festivo en la tranquilidad, en el desenvolvimiento de la vida ciudadana.
Como bacanal cubana, la ocurrencia de estas celebraciones sirve como catalizador de emotividades, como escape, como una bajada en la tensión diaria. No se está muy lejos de las fiestas romanas en tal sentido, si bien hablamos de un fenómeno parrandero que genera arte, ganancias, empleos, estética, subjetividad y espíritu compartido. Solo que cuando se discute de Parrandas, fuera de la geografía central, suele hacerse un paralelismo con el carnaval u otras manifestaciones. Y nada más alejado de la realidad. Es necesario que nos acerquemos a lo escrito por tantos etnógrafos y estudiosos para entender de qué se trata. Ramiro Guerra, por ejemplo, reconoce en las celebraciones una forma insustituible y cubana de teatro popular, con todas las concreciones que ello conlleva. En verdad existen, en el entramado del fenómeno, los resortes dramáticos esenciales para reafirmarlo, pero además hay que decir que ello marca la ocurrencia de procesos más complejos en el tiempo. Las Parrandas como un escenario de lo cubano, como una representación anual de nuestras tensiones y conflictos, una solución simbólica de dichas guerras cotidianas, un bálsamo contra los demonios.
En ese entramado que es la cultura cubana, el 24 de diciembre para Remedios y las tantas otras fechas parranderas son más que puntos en el año y enfocan con fuerza la funcionabilidad social de las instituciones, las dinámicas de las comunidades, el devenir orgánico del tiempo entre nosotros. Más que fiestas, son conmemoraciones mitológicas que reafirman una existencia colectiva.
En tal sentido, la subjetividad de las Parrandas le brinda contenido a la vida concreta, la define, le da su toque de realidad otra. Se sabe que el pueblo, como artífice, inscribe en el fenómeno aquellos significados que le son más entrañables, propios y expresivos. La conservación de esas cercanías no pasa por el elemento material o la filosofía del pragmatismo, sino por el estudio consciente de la fibra sensible y sus derivaciones en el entorno sociocultural. El patrimonio intangible se cuida mediante la ciencia social aplicada y los diferentes foros en los cuales se desarrollan los estudios etnográficos.
No solo se trata de una labor de memoria histórica, aunque eso es importante, sino de constante relación con los portadores. Iniciativas como la del Museo de las Parrandas en Remedios, fundado en 1980, evidencian que el trabajo de conservación no se hace hacia el pasado solamente, sino y sobre todo en dirección al futuro.
Ningún proceso cultural está incólume y puro, detenido en un tiempo, sino que se mueve y se ensucia con el barro de la historia. Ese viaje puede darse con el acompañamiento consciente de quienes mejor conocen la evolución de la cultura y sus posibles implicaciones. Hasta ahora, los esfuerzos por apoyar las Parrandas, sin bien aceptables, padecen de una lógica asistencialista, cuando debiera tratarse de empoderar a los grupos hacedores y portadores. Porque en definitiva las fiestas tienen la potencia suficiente para andar.
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Las Parrandas deben diversificarse y salir de la lógica reproductiva para retornar al cauce fértil de la creación. Muchos pueblos que perdieron su tradición durante el periodo especial quieren prender de nuevo la llama de las celebraciones. El imaginario sigue siendo el ingrediente más dinámico y determinante. Se requiere un aprovechamiento cabal de las fuerzas espirituales que mueven el fenómeno, más allá de un visionaje meramente económico y pragmático. El asistencialismo estatal, que beneficia por un lado, puede haber detenido, por otro, los empujes internos y autónomos que le otorgaban al proceso su propia ruta. Lo material sigue siendo el obstáculo para los sueños, pero la capacidad intelectiva del ser humano sobrepasa todos los escollos y ha encontrado hasta el momento un resquicio para innovar.
Los elementos analizados no solo conciernen al evento festivo, sino a lo invisible dentro de lo visible. El espíritu y sus procesos de permanencia y movimiento entre nosotros marcan el tiempo y nos determinan como habitantes de un espacio físico y metafísico. Siempre será difícil entender las lógicas colectivas de la identidad nacional, pero depende de ello el ejercicio de la soberanía cultural y la continuidad de tantos otros sentidos.
La condición humana, de la cual somos parte, se nutre de aciertos e infortunios. El fenómeno sociocultural en cuestión sobrevive y brilla, avanza y retrocede, posee una respiración propia, a veces saludable y otras, agónica. Como organismo que existe en un contexto determinado, está bajo los caprichos de cierto azar, pero ello no quiere decir que se prescinda de los esfuerzos para la comprensión, de las lógicas que preservan y de las tantas protecciones que pueden hacer llevaderos la erosión y los embates.
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