Noel Guzmán Boffil era un muchacho humilde que cavilaba la mejor manera de expresar aquello que llevó desde niño en su pecho. En su habitación, una noche, bajó una luz que le dijo que pintara y de ahí salió él y arrancó un madero de una cerca, con el cual realizó la primera obra totémica, repleta de simbologías extrañas, parlanchinas. Así lo cuenta su hermana, Gladys Aponte, quien quiso guardar el origen del arte de una de las voces más trascendentes del naive en Cuba. Para ella, Boffil expresaba, a través de lo que hacía, un fenómeno del más allá, un algo inexplicable. Remedios posee una energía a veces oscura, que niega el progreso a determinadas personas, y el joven artista tuvo que recorrer tierras lejanas, donde halló temas y motivos para pintar. No obstante, siempre soñó con una galería en su ciudad, un espacio donde exponer, experimentar, hacer que no callara el ángel, sino que pueda remontar vuelo lejos de la mezquindad, de la humana saña, de lo mediocre que niega cada luz y talento.
Este hombre fue uno de esos que en el siglo XX marcó la importancia de un pequeño pueblo cubano en el panorama de la creación, llegando a exponer en sitios como el Museo Nacional de Bellas Artes o en el Museo de Arte Moderno (MOMA). Y es que Boffil, gracias a su lazo con el escritor Samuel Feijoó y con la revista Signos de la provincia de Las Villas, llegó a vertebrar un discurso propio, en el cual estuvieron presentes los colores, los ritmos y las sonrisas del Caribe como zona y como metafísica, como espacio y como proyección. El recorrido para llegar a dicho destino no fue fácil, Boffil, fue antes que artista, corredor de carreras de resistencia, recitador popular, conversador incansable, poeta que llevaba en su pecho ese misterio que desparramaba en los cuadros y que lo hizo tan querido para muchos. La dureza de la vida, la incomprensión, lo castigaban, lo juzgaron sin justicia. Pero él prevaleció y resurgió muchas veces, siendo más humano, más profundo en cada uno de sus retornos a la vida.
Boffil dibujaba un rostro muy reiterado en todas sus obras. Algunos dicen que se trata de él mismo, otros, que es la imagen de Jesucristo; lo cierto radica en que ese motivo aparece desde la hechura totémica del madero en la cual dejaría plasmado además ese carácter firme y expresivo que caracteriza su paleta. El ser mitológico de las pinturas nos habla desde cada una de las exposiciones, en las cuales se metamorfosea como la Virgen de la Caridad del Cobre, como un héroe nacional cubano o como una mezcla maravillosa e indefinida de cosas. De una locura quijotesca, Boffil lograba ideas sintéticas, de hecho en su última exposición, hizo que losas y tejas narraran su encierro en medio de la pandemia de la Covid 19. Entre los motivos recurrentes estaban los viajes, las amistades y los amores de la vida; quizás como una manera inmóvil de recorrer cada uno de los pasajes que estuvieron vedados por el terror, la muerte y la enfermedad. En ese núcleo de belleza, el autor sabía situarse por encima de las tinieblas del momento y dar un antídoto que no se halla en ninguna farmacia u hospital, el de lo real visto desde lo estético.
De niño, este hombre soñaba con la trascendencia y solía hablar con una voz educada, como de quien ya es mayor y posee madurez. Iba marcando entonces su devenir, con una fuerza que nadie pudo frenar, que no se podía negar. Amén de ingratitudes y de bajezas que debió padecer, su nombre hoy se halla libre de toda tacha y en el universo de las personas que hacen de Remedios un sitio donde hay cultura, donde fluyen la creatividad y el orgullo, donde se perdonan las insuficiencias humanas y se aspira a las suficiencias. Boffil viajó a muchos países, pero siempre volvía. Los amigos lo recuerdan visitando las casas de la villa, para dar a la gente un regalo, especie de suvenir de las correrías y de los éxitos que el arte iba ganando universalmente.
En un libro de poemas, que publicó poco antes de fallecer, el pintor hablaba de los mejores artistas y personajes populares de la ciudad. Así hizo con el escritor Omar Rodríguez, quien se criara muy cerca de Boffil. De hecho, hay un proyecto para colocar una tarja en el edificio donde estaban las casas natales de ambos artistas. Omar fue, para muchos, el contrapunto literario de quien desde la pintura reflejaba un mundo loco, pero bello, desordenado, pero coherente, lleno de colores y a la vez persistente en la seriedad. Noel Guzmán Boffil iba como un bólido por la vida, rellenando los vacíos de la cotidianidad con ese ser maravilloso, ese ángel tan suyo. Omar, en cambio, era un taciturno creador de imaginerías que vagaba solitario los parques de la ciudad, a la casa de un verso. Los que los recuerdan saben de ese contrapunto, los evocan y los respetan. La existencia de los artistas tiene esa luz de otro mundo, esa impresión a veces hasta dolorosa.
Cuando el mundo supo que Boffil había fallecido asfixiado en medio de un cubículo de un hospital, estalló una ola de tristeza. La consternación hizo que la gente se enterara de que los grandes también son mortales y cargan con pesarosos fardos. Antes, llevado por el amor, hablaba con sus amigos de los proyectos, de las exposiciones, de los sueños de tener una galería en Remedios no solo para colgar sus cuados, sino para establecer con la ciudad esa conversación conciliatoria de un hijo con su familia. El pintor había hecho de su vivienda, en el poblado de Santo Domingo, una catedral de signos: todo, hasta el refrigerador, ostentaba las huellas de la paleta del artista. Ni una pared había escapado de la sed de expresión. Miles de cuadros en colecciones privadas y museos desparramados por el mundo, reconocimientos, premios, gestos de cariño.
La risa de Boffil no volvió a las calles, tampoco su acento desenfadado, ni su reflexiva angustia existencial. Alguna vez alguien dijo que lo soñó, enfrente de su caballete, con una luz encendida, como siempre trabajaba desde aquella aparición infantil, cuando la voz le indicó el camino. Se fue de manera abrupta en medio de la peor ola de una pandemia mundial, cuando el ruido de tanta tristeza intentó acallarlo. Sin embargo, hay quien da fe de que pueden sentirlo recitando poemas, enviando cartas a los más ilustres personajes y sosteniendo tertulias interesantes. Conversador, hombre bueno y educado, el ser de otro mundo aun camina en este mundo. Esa dualidad lo define como una especie de premoción del buen gusto y de la belleza. Remedios, la ciudad donde hacía sus carreras como corredor de resistencia, el sitio donde se enamoró tantas veces, donde también fue incomprendido; puede decir que el hijo cumplió con el cometido de aquella voz misteriosa que lo conminaba a la creación.
En uno de sus últimos cuadros, aparecía un Cristo tropical, con el rostro del artista. La gente miraba impresionada aquella imagen, de hecho más allá del contenido religioso había un hálito de fuerza, una potencia de imaginerías que desafiaba cualquier prejuicio o mediocridad. Boffil era un buen artista y un mejor ser, que a veces sigue caminando entre nosotros, con su luz encendida.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.