La danza como fenómeno de la cultura sobrepasa el lenguaje verbal, lo supera y nos trae las imágenes que pudieran ser imposibles a través de otras artes. El movimiento crea mundos alternos en los cuales sobran las palabras, pero aparecen aquí y allá las sensibilidades de los creadores. No puede haber danza sin espectáculo y este último se debe a la presencia física en los escenarios. La situación de pandemia frenó las programaciones culturales en todo el país, la soledad se adueñó de las plazas y las calles y estuvimos meses en una especie de desolación sin esperanza. Todo ha cambiado y es hora de que vuelvan los demiurgos de la danza a nuestras tablas, plazas y teatros en general. Los festivales que antes eran un hito en ciudades cubanas, requieren que la relectura de la pos pandemia tenga en cuenta cuánto ha cambiado la vida, lo mucho que los danzantes y los coreógrafos sufrieron en el encierro y las diversas ideas que bullen tras un tiempo alejado de los bullicios y los aplausos.
En Cubahora, tuve la oportunidad de hablar de un artista de arte flamenco cuya danza y cantos debieron irse a las redes sociales. Dicho señor tenía una madre con Alzheimer a la cual entretenía con el espectáculo. Las letras de la música eran recursos para mantener activa la mente de la anciana. Paco –que así se llamaba el hombre–, perdió a su madre en medio de la terrible enfermedad que la aquejaba, pero el arte quedó, y aquella columna, que él mismo leyó, fue una especie de aliciente y recordatorio de que la danza es eterna, de que el alma no muere y que nos quedan los mejores y más nobles legados. Hacia fenómenos del espíritu debe ir el arte cubano, dejando de lado otras cuestiones de intrascendencia, de rencillas o de banalidades. Los cuerpos, las figuras y las metáforas nos salvan de la desmemoria, de la muerte, del polvo. Tal y como Paco hizo con su madre. Por cierto, que el artista flamenco ya volvió a los escenarios y llegó a hacerse famoso en toda Europa por las trasmisiones en vivo. Un documentalista cubano, Juan Carlos Roque, le hizo un material de alto valor titulado: “Ea, más que dos vocales”, que puede accederse a través de internet.
Las calles de Cuba necesitan de los danzantes, la cultura quedó resentida luego de meses de silencio, en los cuales solo hubo redes sociales. Reconstruir lo perdido será tarea dura, pero esencial y tiene que hacerse lo antes posible. Pero no solo se trata de los espectáculos, sino de los ensayos, de la enseñanza de la danza, de la divulgación y de la actividad crítica. Todo un universo se mueve en torno a la creación y no solo se trata del hecho mero de bailar o de hacer coreografías. En el caso de Paco, el arte era un reconstructor de memorias, un rescatista contra el olvido y la tristeza. Seamos como él, vayamos hasta su humilde casita o veamos las trasmisiones por internet, para notar cómo hace cultura desde prácticamente la nada, ya que su fuente de ingresos –los espectáculos– desapareció casi por completo a causa de la pandemia y sus muchas restricciones.
- Consultar además: El Decamerón contado por un bailador flamenco (+Video)
Cuba es un país de bailes. Nos distingue la pluralidad de expresiones. Esos caminos deben ser de la belleza y no de la imposición de una sola verdad discursiva, ya que en el arte caben las nociones más extrañas si son honestas. Se trata de hacer, pero no por llevar adelante un oficio de sombras, sino porque la identidad criolla requiere de los esfuerzos del artista. Esa savia que nos pertenece y nos constituye no puede silenciarse aunque pasen mil pandemias. La peor enfermedad es la del alma, la que nos impide ser plenos, jueces del presente, actuantes y espectadores de la mejor y más exigente cultura. Paco puede ser el ejemplo que conozco, pero en los pueblos de Cuba hay muchos que añoran volver a la programación cultural de antaño. Durante el encierro, en la ciudad donde vivo, un fotógrafo y dos bailarines se fueron a entornos cerrados y allí hicieron sesiones de imágenes paras las redes sociales. Fue una forma de combatir el hastío, pero jamás suficiente para sustituir lo que la cultura en sí misma hace.
En realidad lo que facilitan los espacios virtuales es servir de espejos a la danza que acontece en la vida real. No podemos sustituir la creación, sino darle curso a través de las imágenes y de las cortesías del oficio crítico. Paco estaba agradecido de que se le dedique un momento en los escritos de Cubahora, pero debía seguir el duro camino de bailar, de reír, de retornar a pesar de que su madre ya no estaba. Tal es el sino del artista y de la belleza en general. Así se dirime el llamado que existe para restituir los espectáculos y su presencia en nosotros.
Quizás la humanidad atraviese otras pandemias y calamidades, pero lo que sí quedó claro es que no pasará inadvertida la manera que tenemos de ser hermosos, de comportarnos como seres especiales y creativos, casi ángeles. Sin importar lo terrible que sean la vida y las injusticias que se ciernen sobre la especie, ser como Paco es algo que también nos acompaña y nos dignifica. Que los espacios físicos reflejen la realidad es algo que incluye establecer paradigmas morales, conductuales, cívicos. A fin de cuentas la memoria y la danza van de la mano, son elementos que se referencian constantemente en la eventualidad de la historia del arte. Para Cuba, bailar va más allá, ya que es como la sonrisa en medio de la angustia, la luz en lo oscuro, la metáfora que aclara y que conforma un mundo. Nosotros, los de estas islas caribeñas, deseamos que se restituya el sitial de la belleza y que la pandemia y su silencio sean malos recuerdos.
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