La noticia la dio a conocer recientemente el periódico El País, en una entrevista con Joan Manuel Serrat en la que anuncia su despedida de los escenarios el próximo año con una gira que comenzará en Nueva York, el 27 de abril, y terminará el 23 de diciembre en su natal Barcelona.
El periplo, con el que el cantautor de 77 años dirá adiós a los conciertos en vivo en los que durante más de 50 años se desenvolvió, tanto acompañado como en solitario, con gran maestría profesional, llevará el elocuente título de El vicio decantar: 1965-2022, y comprenderá ―cómo podían faltar― países de América Latina aún no precisados.
Tampoco podrán faltar cámaras y micrófonos que dejarán constancia para la posteridad de este emotivo viaje, que en cierta medida representa también una despedida del protagonista de las pantallas, esas en las que estuvo presente mucho más de lo que la generalidad de sus admiradores conoce, primero en algunas películas iniciales de ficción en las que a duras penas se le reconocen cualidades como actor, y luego en una abrumadora cantidad de documentales en los que, además de poeta, compositor y cantante de excelencia, se dibuja su otra trascendental dimensión como hombre de cultura y compromiso social que se interpreta a sí mismo.
“La cultura no es solo conocimiento ―expresó en alguna ocasión―, es también crítica, lo que provoca que haya quienes no se sientan a gusto”.
Detrás de su decisión está sin dudas el efecto paralizante del “dragón” ―“que todavía está ahí”― de la pandemia, que si bien le brindó tiempo para la contemplación, la reflexión y mirarse por dentro, también lo llevó a replantearse a su edad el futuro de su vida artística.No quiere, sin embargo, que la fiesta del hasta siempre sea en casa, sino él mismo ―aprovechando esta “rendija” que el virus ha brindado― marchará a recuperar “a paso ligero” rostros de amigos y paisajes de lugares, olores y sabores, que quiere ver y experimentar de nuevo.
“No me gustó sentirme despedido por una plaga”, afirma.
“Este reencuentro con tantas cosas que han formado parte tan importante de mi vida, es un modo también de despedirme de mí mismo”, recalca.
El origen de la trayectoria cinematográfica del “noi del Poble-sec” (“el niño de Pueblo Seco”, nombre del barrio en que vino al mundo) se remonta a una época en que todavía los cantantes ―incluso por contrato― debían interpretar películas o telenovelas para promocionarse, al no existir televisión las 24 horas ni canales de videoclips, ni internet o redes sociales.
Su primer protagónico lo hizo en Palabras de amor (1968), película dirigida por Antoni Ribas en la que fue secundado en el reparto ―como era la fórmula en la composición del elenco de este tipo de filmes― por actores profesionales como Serena Vergano y Emilio Gutiérrez Caba. Serrat canta en catalán, como uno de los principales exponentes de lo que se dio en llamar la nova cançó, movimiento que reivindicó el uso de esa lengua en la música española.
A partir de 1969 comenzó a cantar fundamentalmente en castellano para expandir su música al resto de la comunidad hispanohablante, y grabaría en toda su carrera más de 500 canciones y 40 discos.
Su segundo largometraje fue La larga agonía de los peces fuera del agua (1970), de Francisco Rovira Beleta, y concluiría su filmografía como actor principal en 1972 con Mi profesora particular, filme en el que trabajaría con una estrella del momento, Analía Gadé (y la actuación especial de José Luis López Vázquez), sería dirigido por un realizador de renombre, Jaime Camino, y fotografiado por uno de los más destacados directores de fotografía del cine español, Luis Cuadrado.
Su incursión en el cine de ficción se cierra con la composición de la música del largometraje Después del diluvio (1968), de Jacinto Esteva, y un pequeño papel en La ciudad quemada (La ciutat cremada, 1976), de nuevo bajo la dirección de Antoni Ribas.
A no ser que mi estimado colega Mario Naito, con su indescriptible memoria, me rectifique, no recuerdo que ninguno de esos títulos fuera exhibido en nuestro país, como sí lo fueron películas de la Massiel, Marisol, Julio Iglesias y Antonio Gades, y no creo que porque Serrat fuera peor actor que todos ellos.
Luego viene una verdadera avalancha de documentales encabezados por esa joya del género que es Serrat y Sabina, el símbolo y el cuate (2013), de Francesc Relea, testimonio de un nuevo recorrido por Latinoamérica de la genial y pintoresca pareja en el espectáculo Dos pájaros contraatacan, segunda parte de Dos pájaros de un tiro (2007).
Vale destacar que la relevancia de la filmografía documental de Serrat radica no solo en los títulos sobre su personalidad y obra ―El Sur también existe (1986), Serrat, el último trovador (2004)―, sino también en todos aquellos en los que interviene mostrando su identificación y conexión ―más allá de relaciones personales de amistad― con otras grandes figuras del arte y la cultura hispanoamericanos.
Es así que participa en Machín, toda una vida (2002), sobre el cantante cubano Antonio Machín; Mercedes Sosa, cantora: un viaje íntimo (2009), con quien compartió canciones e ideales;Pepe & Rubianes (2011), sobre el actor gallego Pepe Rubianes; Joana Biarnés (2016), la primera fotógrafa española que se hizo reportera gráfica profesional; Gila (2017), sobre el dibujante y humorista español del mismo nombre; Ruibal, por libre (2017), sobre el cantautor español Javier Ruibal; Auterretrato (2019), aproximación a otra figura emblemática de la cultura hispana como compositor, escritor, pintor y cineasta, Luis Eduardo Aute; y Palabras verdaderas (2020), semblanza biográfica de Mario Benedetti.
Mención aparte para sus recitales con Ana Belén, Miguel Ríos y Víctor Manuel, recogidos en el dueto fílmico El gusto es nuestro (1996) y El gusto es nuestro. 20 años (2016).
Esa proyección integral y multifacética de Joan Manuel Serrat hacia el mundo artístico e intelectual de su patria y Latinoamérica sustenta el acuerdo del Consejo de Ministros del gobierno español, que el pasado 7 de diciembre le otorgó ―como primera reacción oficial ante el anuncio de su despedida del público― la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, “por su brillante carrera y su contribución a la cultura y el arte españoles”.
Esta distinción le llega el mismo año en que su álbum y canción insignia, Mediterráneo, grabados en un estudio de Milán en junio de 1971, celebra su aniversario 50, motivo por el que se lanzó al mercado una edición remasterizada del disco, que además contiene entre sus diez canciones otros títulos antológicos de su repertorio como Aquellas pequeñas cosas, La mujer que yo quiero, Tío Alberto, Vencidos y Lucía. Según una encuesta realizada por sellos discográficos, Mediterráneo ocupa el tercer lugar entre los 100 mejores álbumes de la música española en el siglo xx.
A pesar de su confirmación de que continuará componiendo y grabando, el impacto mediático del anuncio de su retirada de las plazas públicas se ha hecho sentir. Luego del accidente de Sabina que interrumpió abruptamente ―anticipándose a la COVID-19― la nueva tournée que habían emprendido juntos a principios del pasado año, no son pocos los que han recibido la noticia más que como el adiós de un artista, como el fin de una era del espectáculo musical, el mismo que ambos elevaron a la altura de un deleite artístico, regocijo de camaradas y consagración de la nostalgia sin precedentes.
Serrat, sin embargo, resta solemnidad a los límites que impone la vida y resume su determinación con la misma sencillez de la letra de sus canciones:
“Las cosas llegan por su propio peso; no hay que adelantarlas, pero tampoco retrasarlas”.
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