Quizás nunca imaginó Edgar Rice Burroughs que su creación literaria, con la figura de un “hombre-mono” rendiría financieramente tanto como ideológicamente al proceso de construcción de imágenes negativas de los pueblos de África.
El autor nació en 1875 —diez años antes de la Conferencia de Berlín, cuando las metrópolis europeas dividieron al continente—. Fue soldado del VII de Caballería de Estados Unidos, tristemente famoso por sus masacres contra los pueblos originarios Cheyenne y Sioux, y muchos años después por participar en la guerra de Vietnam.
Rice Burroughs creó el personaje de Tarzán hace 110 años, y así, mediante la narrativa de aventuras glorificó la colonización y el desmontaje de la estructura tradicional del continente africano, una traslación a la literatura de ficción del proyecto imperial de destrucción sistemática de siglos de historias ajenas.
El personaje, cuya fama ganó saltando entre árboles de la jungla, conjuga patrones de la modernidad urbana industrial emergente en Occidente y del colonialismo como base de sustentación para fomentar el esplendor de esa sociedad en el tránsito entre las centurias XIX y XX, y justificar la discriminación y subordinación de los “indígenas”.
Es notable cómo esa insistente retórica de supremacía induce a pensar que situaciones distintas —realidad histórica y ficción literaria— se superponen para moldear la percepción de que existe un único triunfador, el perfecto ejemplar a quienes los demás deben rendir pleitesía por encarnar el orden en el caos.
Tarzàn, portador del genoma colonial. (Fotograma del filme Tarzàn y el león de oro 1927)
Tal fue la propuesta de Tarzán, un supuesto héroe británico que perdió su familia siendo un niño durante un viaje en barco a África, y fue salvado y adoptado por una manada de simios, de ellos aprendió a comportarse y a reaccionar como un animal en su intercambio con la naturaleza y la sociedad.
La trayectoria del hombre-mono llega a ser ofensiva para la dignidad humana por encarnar expresiones concretas del darwinismo social, por el cual el individuo sobrevive en su soledad como ente ajeno y especial, lo que significa alienación, exclusión, discriminación y un racismo manifiesto o subyacente, según convenga.
A Edgar Rice Burroughs se le escaparon alegorías sobre la lucha de clase cuando presenta el origen de John Clayton III, Lord Greystoke, un niño hijo de una pareja de aristócratas que perece abandonada en la selva, tras una sublevación en el buque en el que viajaban, y es rescatado por protohumanos (ojo, no por personas civilizadas).
Para el escritor José María Ridao, el autor de Tarzán y los monos es uno de los más acabados exponentes del sueño americano, mientras que Juan Sanguino afirma que ese personaje “se ha mantenido como un símbolo y un espejo en el que la sociedad occidental posrevolución industrial se ha examinado a sí misma”.
La primera edición del libro fue en 1912 y su filmografía comenzó en 1918, es decir, en el cine silente, con las actuaciones de Elmo Lincoln y Enid Markey, pero sin dudas el más famoso protagonista de cintas de Tarzán fue el exatleta de origen rumano Johnny Weissmüller.
Durante los años 20 del pasado siglo ganó cinco medallas de oro olímpicas y una de bronce; triunfó en 52 campeonatos nacionales estadounidenses y estableció un total de 67 récords mundiales, una trayectoria que le abrió las puertas del séptimo arte y le concedió fama mundial, con 12 películas del hombre-mono.
Tarzàn, enemigo jurado de los nacionalistas africanos. (Tomada de osetorregrosa.wordpress.com.)
Además de popularizar el grito de Tarzán en medio de los sets selváticos, Weissmüller conquistó al público por su decisión de imponerse a la vida, tras ser víctima de poliomielitis y convertirse en un magnífico nadador y una estrella de cine, donde encarnó al rey de los monos hasta 1949.
Si bien no hay dudas de las condiciones atléticas y actorales del rumano nacionalizado estadounidense, la maquinaria ideológica explotó su popularidad para convencer al gran auditorio de la superioridad de aquella figura literaria, muestra de la hipocresía colonial que hirió el corazón de la nación africana.
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