Por: Norah Hamze Guilart
Para resumir las esencias de un tema tan abarcador, se impone situar la perspectiva de espacio comunitario como lugar, entorno o escenario donde se desarrolla la vida o el trabajo de un conglomerado humano, que determina sus hábitos, modos de relacionarse y maneras de comportamiento.
La sociedad cubana, marcada por su historia colonial y neocolonial, cuenta con una población, por tradición marginada, que mayoritariamente se concentra en las zonas urbanas más desfavorecidas. Ellas han sido el centro de las protecciones gubernamentales a partir de la década del sesenta del pasado siglo, desde un proyecto inclusivo beneficiador a escala de toda la sociedad.
La labor comunitaria desde la cultura artística se ha sustentado en un ejercicio con objetivos definidos y acciones que se generan para la comunidad, como ofertas culturales en respuesta a demandas de grupos poblacionales, y las que se gestan desde la comunidad, donde los actores sociales se insertan mediante un diagnóstico óptimo de sus necesidades y despliegan iniciativas transformadoras; un matiz que determina el grado de influencia y efectividad mediante su impacto, en tanto proceso de modificación de la conducta humana.
Con esa perspectiva se ha creado una plataforma institucional de incidencia directa identificada como casas de Cultura a lo largo de todo el país, paralelamente enriquecida con la generación de otros espacios, al activar focos culturales dada la existencia de tradiciones arraigadas en diferentes regiones, con el fortalecimiento de la labor de los instructores de arte y otros emprendimientos intuitivos realizados por artistas de la música, las artes plásticas, la literatura y las agrupaciones del arte escénico, que han ejercido gran influencia en la reanimación de zonas urbanas y algunas rurales de difícil acceso.
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Como respuesta a la política cultural, este panorama se ha ido perfeccionando y redimensionando en correspondencia con las transformaciones socio-culturales y la experiencia acumulada. Ha transitado hasta llegar a la creación, hace 20 años, del Consejo Nacional de Casas de Cultura (CNCC) para fortalecer los procesos culturales que se gestan en la comunidad. A la par, se ha ido afianzando el movimiento de artistas aficionados, los eventos locales, nacionales e internacionales y, sobre todo, la interacción con otros organismos, asociaciones y centros desde proyectos dirigidos a modificar, enriquecer y dignificar la vida de quienes habitan esas demarcaciones, y ofrecerles las mayores oportunidades de progreso y realización personal.
En la actualidad, el CNCC como órgano rector de la actividad comunitaria, parte de una mirada a la cultura que supera la artística y literaria, afiliada a la concepción de Pierre Bordeau[1] al pensarla como espacio social de acción e influencias en el que confluyen relaciones sociales determinadas, en virtud de factores objetivos muy vinculados con lo material que van condicionando el habitus en tanto forma de pensar, sentir y actuar.
Por su parte, desde 1994 la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) convoca a los miembros a incidir en la espiritualidad de las comunidades desde el arte. Nace el movimiento de coordinadores en La Habana que, junto a cambios estructurales del trabajo de dicha ONG, se va transformando, hasta crear la Oficina de Cultura Comunitaria que funciona hoy y se ampara en un sistema horizontal desplegado desde Pinar del Rio hasta Guantánamo, con un movimiento de coordinadores cuyos proyectos en barrios y municipios se ha ido consolidando y donde se erige la plataforma Red Arte y Comunidad, extendida a todas las regiones de la Isla.
Dicha Red, como estrategia de labor conjunta entre la Uneac, el Centro de Intercambio y Referencia de Iniciativas Comunitarias (CIERIC) y el CNCC, conforma una triada para proporcionar herramientas metodológicas a los creadores, de modo que puedan fortalecer los grupos gestores, concebir talleres, eventos y acciones diversas a favor de sus proyectos. Generalmente, los miembros de la Uneac involucrados son a su vez artistas que responden laboralmente a los centros y consejos nacionales, por lo que el impulso a dicha labor se transversaliza con el de las instituciones de referencia del Ministerio de Cultura, en estrecha relación con las direcciones administrativas y gubernamentales de cada territorio.
Dos sucesos ineludibles marcan el año 2021 en Cuba: el crecimiento acelerado de la contaminación y fallecimientos por la COVID-19 y los disturbios sociales del 11 de julio que, por primera vez en seis décadas, produjeron un desajuste violento de la conducta social. Otro detonante es el hacinamiento por causa de las migraciones internas hacia las ciudades capitales, pues trae aparejado la proliferación de la población marginada al fundarse asentamientos sin la adecuada o mínima urbanización, que ha impedido dar continuidad a las prioridades de los más necesitados.
Estas circunstancias suscitan la concentración de esfuerzos en determinados focos poblacionales de comunidades vulnerables, a partir de concepciones interdisciplinarias inclusivas, tanto en el orden material como espiritual, a través de un macroproyecto multifacético de transformación integral en los barrios y la aceleración de procesos productivos, sociales, culturales, académicos, legislativos y todos los que se incluyen en el tejido socio-político de la nación.
Para situar el arte teatral al nivel de las otras expresiones artísticas y fomente las bases del teatro de relaciones en la comunidad, los prestigiosos actores y directores Nancy Campos y Dagoberto Gainza han asumido la iniciativa, desde su grupo A Dos Manos.
El teatro, como manifestación artística transformadora, ha sido un vehículo constructivo durante muchos años vinculado a la labor comunitaria, con notables experiencias creativas e influencia visible en el comportamiento y desarrollo de determinados grupos humanos. Entre los pioneros, han sentado cátedra el Grupo Teatro Escambray en la provincia de Villa Clara, al centro del país, y el Cabildo Teatral Santiago en la región oriental de Santiago de Cuba, al crear la plataforma de un movimiento teatral cuya repercusión favorable se mantiene hasta hoy.
Emprendimientos culturales comunitarios se han convertido en proyectos de referencia nacional, como La Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa; La guerrilla de teatreros, en Granma; Morón Teatro, en Ciego de Ávila; Jobero Verde, en Cumanayagua; otros en municipios de la capital como La Cobija, en Centro Habana; el itinerante Tropatrapos; El parquecito de los cuentos, en La Habana del Este; El jardín de Adalet, en La Lisa, entre otros, con una labor sostenida, significativa y en desarrollo.
En el contexto actual, la labor comunitaria se reactiva como una de las grandes prioridades gubernamentales e institucionales a todos los niveles. La participación del teatro requiere sumarse a esa integralidad con un empuje mayor, para satisfacer apetencias espirituales dirigidas a desarrollar la creatividad individual, despertar la sensibilidad hacia las expresiones artísticas y ampliar el horizonte de aspiraciones de los moradores en sus propios predios.
Este breve acercamiento toma tres referentes de acciones teatrales distintas y vigorosas en comunidades específicas, como Nave Oficio de Isla, en el puerto habanero; el grupo Estro de Montecallado, en el pueblo de Bejucal, provincia Mayabeque (ambos liderados por teatristas experimentados); y la Casa de Cultura José Manuel Poveda, del reparto Nuevo Vista Alegre, en Santiago de Cuba, conducida por instructores de arte. Tres proyectos relevantes que inciden en la transformación y la contribución al mejoramiento humano en dichas comunidades, en tanto escenarios de vida y de trabajo.
Una de las experiencias teatrales de más impacto en la nación por el despliegue de la labor comunitaria y la calidad de sus espectáculos es NaveOficio de Isla. Más que una agrupación de teatro, es una comunidad creativa de artistas que acoge en sus construcciones escénicas a actores, músicos, bailarines, creadores de las artes visuales, dramaturgos, investigadores, críticos y estudiantes de la enseñanza artística de nivel medio y superior.
La sede está enclavada en la zona del puerto habanero, al interior de una gran nave convertida en Centro Cultural de Artesanía, situado en los antiguos almacenes San José, contiguo a los emblemáticos barrios de San Isidro, Belén y Jesús María, reservorios naturales de auténticas y ricas tradiciones populares emplazados en el municipio La Habana Vieja, rostro histórico de la ciudad. El nombre de esta comunidad creativa conjuga el oficio de teatro y el oficio de ceremonia a la Isla que convoca a un ejercicio de reverencia al alma cubana, al decir de su creador Osvaldo Doimeadiós, prestigioso actor y director teatral.
No podemos referirnos a la trascendencia de esta comunidad creativa, sin detenernos en detalles ineludibles sobre el asentamiento humano donde han anclado su oficio cotidiano. Hablar de San Isidro nos remite a una barriada de referente cultural y patriótico por ser cuna de nuestro José Martí, cuya Casa Natal es el museo más antiguo y concurrido de la ciudad. El gremio teatral y literario lo extiende además a un espacio social que conecta con el hampa y la prostitución en la etapa seudorrepublicana, muy bien recreada por Carlos Felipe en su Réquiem por Yarini, uno de los textos clásicos del teatro nacional. En la actualidad, los más jóvenes y otros ciudadanos (sin este último referente) lo asocian de inmediato con el sitio donde hace pocos años se generó un movimiento opositor, con determinada incidencia en la comunidad.
Por su parte, el barrio de Belén alberga una gran cantidad de instituciones eclesiásticas que han tributado a su valor histórico, entre ellas la Iglesia y el Convento de Belén, el Monasterio de Santa Clara y la iglesia de San Francisco de Paula, por solo referir algunas. El de Jesús María surge como un caserío de personas muy humildes donde cohabitan las religiones católica, protestante, cultos sincréticos como el espiritismo, los babalaos y fuerte presencia de la denominación Abakuá. Una reserva originaria de cultura ancestral, de las que derivan tradiciones asociadas como nutrientes de nuestros genuinos géneros musicales, y donde han germinado célebres exponentes de la música cubana.
El teatro, como manifestación artística transformadora, ha sido un vehículo constructivo durante muchos años vinculado a la labor comunitaria, con notables experiencias creativas e influencia visible en el comportamiento y desarrollo de determinados grupos humanos.
Entre los primeros habitantes de estos barrios colindantes abundaban trabajadores portuarios, luchadores sociales y artistas. La composición tan diversa, activa e intensa se ha ido renovando para adquirir nuevos matices con la asimilación de migrantes internos de otras regiones. Esta idiosincrasia, en su conjunto, ha impregnado el sentido a Nave Oficio de Isla y a la manera de articularse con los pobladores del lugar de diferentes grupos etarios, la comunidad de artesanos-artistas y todos los que pueblan el territorio de La Habana Vieja, junto a sus proyectos de desarrollo local.
La génesis del diálogo con la comunidad ocurrió en un almacén cercano (primera sede del colectivo) al presentar el espectáculo Oficio de Isla. A través de una mirada inteligente, descolonizada, multifactorial, creativa, real y amena, recrean un tema histórico-cultural sensible a los cubanos, que involucra física y emocionalmente a los asistentes, pues se inicia con un recorrido desde la calle, que continúa en tránsito junto al mar antes de internarse en el recinto, y finaliza en un intercambio directo. Ahí se originó la motivación de los pobladores para acercarse, interesarse en compartir con los artistas y servir de promotores espontáneos para el resto de los convivientes.
Cuando accedieron a un espacio con las condiciones idóneas dentro de la Nave Centro Cultural de Artesanía, la primera apuesta comenzó a modificarse en virtud de la zona toda y las nuevas relaciones cotidianas en el lugar, que determinaron otros diálogos con el entorno en su sentido más abarcador. Iniciaron una investigación profunda sobre el enclave y decidieron nombrarse Nave Oficio de Isla, pues de inmediato fueron asumidos por la comunidad de artesanos-artistas quienes, atraídos por los nuevos moradores, expresan el deseo de involucrarse en ese movimiento cultural que va más allá de la feria de venta de sus productos. De manera recíproca, se corrobora en el colectivo la implicación simbólica de oficiantes del teatro que, con su accionar, reverencian a la nación cubana, y enarbolan su eslogan “lugar donde conviven la historia, el presente, el arte y la memoria”.
La mirada holística a las comunidades, a esas identidades que convergen en La Habana Vieja, ha reorientado a Nave Oficio de Isla, en cuya sede habitualmente se llevan a cabo acciones que refuerzan su perfil de comunidad creativa. Como espacio de pensamiento promueven conferencias, debates, paneles, presentaciones de libros, encuentros literarios y otras prácticas en las que participan insignes intelectuales y creadores cubanos y foráneos, así como convocatorias de talleres para niños, jóvenes, artistas de diferentes perfiles, especialistas y otros interesados, además de ofrecer sus obras para todo tipo de público, como ha ocurrido con Luz, la más reciente puesta en escena, tan aclamada por espectadores de diversas procedencias y por la crítica.
Esta labor ha ido atrayendo a la vecindad del área con quienes comparten las calles en cafeterías, negocios, vendutas y mercado, suscitando el interés por lo que está sucediendo en la Nave. Son esas personas las que promueven las actividades y se aproximan a solicitarles que participen en sus proyectos socioculturales en los barrios.
Nave Oficio de Isla, en sus pocos años de existencia, ha encontrado la manera personal de acoplar con los gremios comunitarios sin imposiciones, sin invadir sus predios, a partir de un espacio propio y a la vez múltiple y compartido. Ha ido delineando la gestión cultural que incluye la promoción e intercambio con otras comunidades de artistas en su sede.
El pasacalle organizado el 27 de marzo por el Día Internacional del Teatro, con proyectos teatrales para niños y de títeres, espectáculos de teatro callejero, grupos de clowns y la banda de música, iniciado en la calle Cuba, del Centro Histórico de La Habana Vieja, vino arrastrando a una multitud hasta la Nave, donde se produjo un estimable toma y daca, acoplado a presentaciones artísticas que han calado hondo en la espiritualidad de los moradores y artistas, como parte de un conglomerado humano con intereses afines.
A diferencia de otros núcleos teatrales, quienes lo integran no son oriundos de esas barriadas. Son seres que apuestan por la mixtura orgánica con ese fragmento de la capital cubana como médula teatral creativa, dinámica, enriquecedora, apta para revitalizar la cultura y la identidad junto a sus pobladores. Un ejercicio interactivo retribuido por la comunidad con notables experiencias y saberes, que amplían las capacidades expresivas de los creadores y les aportan otras herramientas para hacer del arte teatral un medio a favor del mejoramiento humano.
Teatro Estro de Montecallado es una agrupación que sobresale por su permanente intercambio con las comunidades. Nació en Bejucal en febrero del año 2000 y está radicado aún en ese territorio perteneciente a la actual provincia de Mayabeque. Se funda y sostiene sobre la base de la resistencia y la continuidad de la historia teatral del pequeño, añejo y pintoresco pueblo, permeado por el arraigo de las patrimoniales Charangas de Bejucal.[2]
El nombre de la agrupación se relaciona con la obra del célebre escritor, poeta, periodista, narrador, dramaturgo y crítico literario bejucaleño Félix Pita Rodríguez (1909-1990), extraído de uno de sus relatos, donde ubica al personaje protagónico en las tierras de Montecallado, lugar de ficción que, como bien declara el autor, existe en algún sitio, pues “…todo lo que nos rodea y lo que está en nosotros es como zumo de un deslizamiento inmenso, que abarca a lo que fue y a lo que será…”.[3] Para el colectivo, el grupo es Montecallado, pues contiene la esencia de radicar en un pueblo del interior de una provincia que se está reinventando constantemente.
(Cortesía de la autora)
Estro de Montecallado ha logrado una sinergia con el medio social de su enclave mediante su proceder cotidiano, que comporta el peritaje del territorio para detectar sus urgencias ante la nueva realidad.
Por acepción etimológica, Estro funciona como “inspiración poética” para los involucrados, en sus años fundacionales, hoy y sucesivamente; un impulso en la travesía mágica de hacer teatro tierra adentro, sostenido en la pujanza, la continuidad de la historia teatral del viejo poblado y de sus tradiciones patrimoniales, bajo el influjo inspirador del maestro, cultor de arraigadas prácticas locales, charanguero insigne y padre del teatro bejucaleño, Juan J. Barona González (1929-2010).[4]
Es una agrupación que, al gestarse en la labor comunitaria, se nutre de ella, lo cual condiciona la proyección multifacética dirigida a espectadores plurales de edades diferentes. Su repertorio se afianza en obras de teatro para niños y de títeres, espectáculos con temática juvenil, narración oral escénica, piezas para adultos, y extiende su acción a bateyes de centrales azucareros, asentamientos rurales de difícil acceso, instituciones de todos los niveles de enseñanza del territorio, además de sumarse con un programa especial de presentaciones en centros penitenciarios de La Habana. De ahí se desprende el uso de escenarios alternativos que ha ido conformando una estética de trabajo cuyo primer destinatario es “la comunidad” como copartícipe de sus creaciones.
Bajo el liderazgo de José Miguel Díaz (Jochi), oriundo de la zona, los teatristas han logrado una empatía con los moradores de la comarca que los ha fortalecido, sorteando numerosos desafíos creativos ante la poca atención de las direcciones administrativas y culturales de la provincia y de la crítica especializada. No obstante, han insistido en la formación técnico-profesional que ―paralelamente― les posibilite desarrollar una línea con la solidez artística idónea, para presentarse en recintos teatrales de cualquier área geográfica del país y animar la sede ganada y reacomodada por la agrupación hace algunos años, labor que, por su espectro e impacto, supera las expectativas del colectivo, e incluso de sus públicos.
“…maneras distintas y efectivas de asumir ese espacio social como escenario de progreso humano desde el teatro, para quienes lo habitan y para los creadores, sin recetas que dictaminen procederes, sino como ejercicio que responde ―ante todo― a la necesidad de diálogo con el enclave…”
La estrategia de trabajo comunitario que despliegan responde a la certidumbre de la necesidad de llegar a los espectadores en aquellos sitios donde a otros creadores ni les interesa ni desean ir por temor a los obstáculos, y a la exposición como víctimas de prejuicios que se ciernen sobre los colectivos artísticos que privilegian la labor en zonas semiurbanas o rurales, y sufren la marginación por la duda de la calidad de sus propuestas y la competencia de sus creadores, alejados habitualmente de los circuitos teatrales urbanos.
Por su sentido de pertenencia al lugar y mediante la experiencia, la agrupación ha legitimado determinados procesos con la posibilidad de promover los cambios necesarios como agentes que van generando transformaciones. En tal sentido, los talleres son acciones permanentes; cada función se completa con un ejercicio de integración comunitaria. Por otra parte, ofrecen dos talleres cada año en escuelas primarias de Bejucal y dos en el Preuniversitario, orientados a la formación vocacional y estética, así como otros dentro del plan de verano en los meses de julio y agosto, de donde han surgido actores y técnicos de la escena para el grupo, y buen número de talleristas han logrado el ingreso en la Escuela Nacional de Arte, en la de Instructores de Teatro, la Universidad de las Artes y en otras carreras de Ciencias Sociales.
Estro de Montecallado es de esos colectivos que se internan en las profundidades del hombre común, porque han descubierto el poder rehabilitador en los receptores, y en ellos mismos, al hacer teatro desde y para las comunidades. Se alimenta de un público que pone sus historias a disposición del colectivo y son devueltas artísticamente para llenar sus carencias espirituales, en un acto retronutricional donde actores, técnicos y todos los que integran el equipo se apoyan en el lenguaje y recursos comunicativos del teatro popular, de los relacioneros, el clown, los juglares y narradores orales, en espacios flexibles, cercanos al espectador y a sus códigos. Como grupo de creación se ha estado reinventando constantemente desde sus capacidades y apropiándose de otras mediante el entrenamiento, los intercambios y la asimilación de diferentes maneras de asumir lo teatral.
Sus integrantes son egresados de la Escuela Nacional de Arte, de la Universidad de las Artes (ISA), de la Escuela Nacional de Instructores de Teatro, de la Universidad de La Habana, del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, de la Universidad Agraria de La Habana, y algunos provienen del movimiento de aficionados en diferentes ramas artísticas. Esta formación de amplio espectro facilita el entrecruzamiento de saberes con un aporte a las pericias del elenco bien entrenado, versátil, de alto calibre y una base teórica suficiente para entender el fenómeno de las comunidades, con su potencial como grupo humano que pertenece a un lugar, se identifica y fusiona con sus tradiciones. Esa cualidad incorporada les facilita la interacción de forma efectiva con públicos de edades, intereses culturales y aspiraciones diferentes, como exige el trabajo comunitario, y a la vez les permite abordar textos dramatúrgicamente complejos que puedan ser disfrutados en la sede, debatidos y comprendidos por los pobladores de Bejucal como Abracémonos en el jardín de los cerezos, de Patrice Pavis,[5] que aún se mantiene en repertorio.
“En el contexto actual, la labor comunitaria se reactiva como una de las grandes prioridades gubernamentales e institucionales a todos los niveles”.
La apuesta por el teatro comunitario, cuyos ejes fundamentales nacieron de la espontaneidad, ha permitido a Estro de Montecallado desarrollar una estrategia interpretativa de la realidad circundante en un espacio de estudio y reflexión; una especie de laboratorio creativo-investigativo que incluye a los moradores de las comunidades, donde transforman la vida en experiencias artísticas, de modo que los vean como parte de su hábitat y no como interventores o colonizadores culturales.
Desde hace 15 años el grupo está vinculado a la plataforma Red Arte y Comunidad como gestores permanentes en acciones desplegadas por la Uneac y el CIERIC. El espacio teatral Nu-estro creado por ellos, en sus 22 años de existencia se ha tornado móvil, en sitios fértiles donde arden disímiles raigambres culturales determinantes en los modos de interpretar el mundo, gestos y apuestas por la superación y la vida. Estro de Montecallado ha logrado una sinergia con el medio social de su enclave mediante su proceder cotidiano, que comporta el peritaje del territorio para detectar sus urgencias ante la nueva realidad, e idear la manera más favorable de contribuir con el arte de las tablas a la progresiva transformación. Un accionar recíproco que va ocasionando cambios en el colectivo y lo eleva a escalas superiores de desarrollo.
En la ciudad de Santiago de Cuba, cerca del Cementerio de Santa Ifigenia, en el otrora asentamiento insalubre “Manzana de Gómez”, se erige el Nuevo Vista Alegre, barriada que hoy tiene en la Casa de Cultura José Manuel Poveda,[6] un centro promotor de expresiones artísticas amateur, con una labor comunitaria de amplio espectro, estable y participativa de alcance nacional.
A partir de los cambios estructurales y sociales del país en 1959, se sustituye el caserío, en su mayoría de tablas, yaguas y guano, por esta comunidad de casas confortables que se ha ido repoblando y dimensionando. El nombre responde a una analogía con el reparto Vista Alegre, donde en épocas pasadas se concentraba la alta burguesía santiaguera.
La ciudad, ubicada al sureste de la Isla, bañada por el mar Caribe, con una población mayoritariamente negra, de idiosincrasia peculiar fruto de las sucesivas transculturaciones y la influencia de asentamientos franceses y haitianos en la región, atesora robustas tradiciones ancestrales, conservadas, defendidas y desarrolladas por sus pobladores.
Como otros barrios de la urbe, el Nuevo Vista Alegre ha sido cuna de célebres artistas de las artes plásticas, la música y la danza, lo que constituye una fortaleza en la diversidad de prácticas artísticas y la integración para impulsar la labor comunitaria.
La estructura administrativa y metodológica de la Casa de Cultura se corresponde con lo estipulado institucionalmente. En algunos aspectos influyen las características del territorio, pues el personal especializado lo integran instructores de arte de diversos perfiles residentes en el barrio, quienes conocen las peculiaridades y potencial de su gente. Esta condición ha favorecido un movimiento artístico sólido reconocido con lauros locales, nacionales e internacionales, como los del dúo de clowns y La Colmenita Santiago[7] que, desde 2015, dejó de ser un proyecto artístico para convertirse en sociocultural y representar a la región oriental en acciones de la Red Arte y Comunidad y en las del CIERIC.
La labor abarcadora de la Casa les facilita insertarse activamente en la vida cultural de la ciudad. Ejercitan el teatro, la danza, la música, la literatura, la narración oral y las técnicas de clown a través de talleres permanentes con gran incidencia en todos los grupos etarios, donde participan familias enteras; trabajan la investigación sobre el influjo de la danza de creación en la personalidad de niños y adolescentes, a partir de resultados palpables en este sentido.
Tanto Nave Oficio de Isla en la capital cubana, como Estro de Montecallado en el pueblo de Bejucal, y la Casa de Cultura José Manuel Poveda, en el Nuevo Vista Alegre en Santiago de Cuba, han acogido el espacio comunitario como territorio que amplía el horizonte de sus creaciones, e incide favorablemente en la cotidianidad de sus moradores.
En los primeros años, su labor estaba dirigida también a zonas de silencio y lugares de difícil acceso. Con la consolidación y diversificación del encargo cultural, se ha convertido en un recinto muy operativo, por lo que su acción extensiva han debido centrarla en espacios de la propia comunidad para contar con la interacción del vecindario, además de incorporarse en calidad de invitados a programaciones especiales de las direcciones culturales y gubernamentales de la provincia y concentrar esfuerzos formativos en La Colmenita, de donde egresan alumnos para la Escuela Vocacional de Arte, principalmente en especialidades de música, danza contemporánea y ballet.
Históricamente, esta Casa de Cultura ha desarrollado la actividad teatral de forma un tanto empírica, a partir de los conocimientos básicos de algunos instructores, al no contar con uno especializado en teatro o algún profesional en la comunidad que asuma ese rol. Eso ha limitado el florecimiento del perfil respecto a los otros que sí cuentan con una evolución acelerada, en una ciudad donde existe la tradición popular de teatro de relaciones[8] viva y resemantizada.
Como modalidad teatral creativa, aguda y eficaz, las relaciones han dado pruebas del éxito en la comunicación con el gran público. Su teatralidad incluye una narrativa muy próxima al espectador común, identificable por códigos de la tradición popular de la región, reforzada con música en vivo, canto, danza, oralidad y atributos similares. Un teatro idóneo para la labor comunitaria, pues privilegia los espacios alternativos y al aire libre, es fácil de mover e incorporar a las grandes masas en sus procesos de retroalimentación.
Ante la posibilidad de un emprendimiento que sitúe el arte teatral al nivel de las otras expresiones artísticas, contribuya a enriquecer la actuación de colmeneros y narradores orales y fomente las bases del teatro de relaciones en la comunidad, los prestigiosos actores y directores Nancy Campos y Dagoberto Gainza han asumido la iniciativa, desde su grupo A Dos Manos y la experiencia como protagonistas del movimiento relacionero. Para el éxito, confían en la efervescente comunidad, donde niños y adolescentes comprometen la mayor parte de su tiempo libre en la ampliación de sus habilidades artísticas, y el resto de la familia se involucra orgánicamente; donde la gestión y el consumo artístico desde la Casa se ha convertido en el mejor sustento de sus apetencias espirituales en favor del crecimiento personal y colectivo.
Tanto Nave Oficio de Isla en la capital cubana, como Estro de Montecallado en el pueblo de Bejucal, y la Casa de Cultura José Manuel Poveda, en el Nuevo Vista Alegre en Santiago de Cuba, han acogido el espacio comunitario como territorio que amplía el horizonte de sus creaciones, e incide favorablemente en la cotidianidad de sus moradores.
En el contexto actual, la transformación de las condiciones materiales de vida en las comunidades más desfavorecidas, es una gestión priorizada con proyectos interdisciplinarios articulados con la cultura artística y literaria. Los tres modelos de creación despliegan maneras distintas y efectivas de asumir ese espacio social como escenario de progreso humano desde el teatro, para quienes lo habitan y para los creadores, sin recetas que dictaminen procederes, sino como ejercicio que responde ―ante todo― a la necesidad de diálogo con el enclave, donde la tradición impone las reglas del juego, en aras de una comunicación e interacción más saludables.
(Cortesía de la autora)
(Cortesía de la autora)
(Cortesía de la autora)
Fuentes utilizadas
-Entrevista al Ms.C. Osvaldo Doimeadiós Aguilera, director general y artístico de la comunidad creativa Nave Oficio de Isla.
-Entrevista al MS.C. José Miguel Díaz Pérez (Jochy) director general y artístico del grupo Estro de Montecallado.
-Entrevista al Lic. Rafael Báez, gestor cultural, instructor de Literatura y director artístico de La Colmenita Santiago. Casa de Cultura José Manuel Poveda.
-Visionaje presencial de espectáculos y procesos de estos equipos creativos del arte escénico.
-Entrevista a las licenciadas Violeta Rodríguez Fernández y Martha Elizabeth Laguna Enrique, metodólogas de Programas Culturales del Departamento de Gestión y Desarrollo Cultural del Consejo Nacional de Casas de Cultura.
-Entrevista al Lic. Jorge Coloma, subdirector de la Oficina de Cultura Comunitaria de la Uneac.
Notas
[1] Pierre Bordeau. Sociólogo francés que analiza la cultura desde la teoría de los campos.
[2] Charangas de Bejucal: festividades populares donde se funden armónicamente el folclor español con la cultura afrocubana.
[3] Entrevista a Félix Pita Rodríguez en el periódico El Habanero, el 9 de mayo de 1989.
[4] Entrevista estructurada a José Miguel Díaz (Jochy), director del grupo.
[5] Patrice Pavis. Destacado profesor, teórico teatral y dramaturgo.
[6] José Manuel Poveda (1888-1926). Uno de los poetas cubanos más transgresores de principios del siglo XX. Su poema “El grito abuelo” está considerado como antecedente del Negrismo.
[7] Colmenita: nombre genérico para compañías artísticas infantojuveniles donde se cultivan todas las expresiones artísticas, han sentado cátedra en Cuba y se han extendido a otras regiones de Latinoamérica.
[8] Teatro de relaciones: añeja tradición de teatro popular derivada de las festividades del Corpus Christi, vinculada al carnaval, que ha sido reelaborada por el Cabildo Teatral Santiago en la década del setenta del siglo XX y con su estética ha marcado el teatro santiaguero contemporáneo.
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