Fui dejando pasar los días para estar dispuesto a ver con ganas una película como El séptimo día (Justin P. Lange, 2021). No disimulo mi preferencia por Guy Pearce, quien me sigue pareciendo (y es) un actor maravilloso, le asignen el papel que sea. La sorpresa esta vez vino acompañada de contrariedad. El mayor problema de ese filme radica en el propio relato por su argumento demasiado previsible y trivial. Pearce, como siempre, está muy bien, aunque su personaje se asemeja a los villanos del llamado terror para adolescentes. Es mucho el terror que se ha hecho durante estos años. Me puse entonces a pensar en aquellas películas que sobre exorcismo habían llamado mi atención.
Recordé El exorcista (William Friedkin, 1973), que vine a verla después de los 20 años. La regular en su línea argumental, pero bien realizada en su puesta en escena Maleficio (Courtney Solomon, 2005), con el veterano Donald Sutherland; y El rito (Mikael Håfström, 2011), en la que se aprecia al señor Anthony Hopkins. En el terror, el exorcismo tiende a repetirse tal vez porque se quiere emular y superar con las ventajas de los efectos especiales generados por computadora el clásico de Friedkin. Aunque pasen los años y se mejoren o actualicen en posproducción los resultados en favor de los intervalos del sobresalto, El exorcista continúa marcando visualmente y por historia la diferencia.
Cuando en el 2005 los tráileres de Maleficio y otros terrores intentaban estimular a los espectadores para que asistieran a las salas oscuras, Francis Lawrence (Soy leyenda, Kings, Agua para elefantes, Los juegos del hambre…) propuso el suyo de Constantine, largometraje que exhibiera recientemente la televisión cubana. Reconocido por sus anuncios y videoclips, a Lawrence venía rondándole la idea de llevar a la pantalla la historia del personaje de comic books de terror para adultos John Constantine, de Hellblazer, creado por Alan Moore, Stephen Bissette y John Totleben, los cuales han estado asistidos por numerosos guionistas (Jamie Delano, Garth Ennis, Paul Jenkins, Peter Milligan…) e historietistas (Mark Buckingham, Tim Bradstreet, Steve Dillon, Leonardo Manco, Sean Phillips, Marcelo Frusin y John Ridgway).
Como personaje, Constantine es una suerte de detective nigromante muy solitario y hasta amargado que se encarga de exterminar toda entidad maligna que se le ponga en su camino. En tal sentido parece un héroe, pero como a él le es indiferente la especie humana común y corriente, no duda en sacrificar a aquellas personas que estén cerca de un demonio o criatura mítica sospechosa. Para colmo, no se cuida: fuma a más no poder y por lo general sale a trabajar a veces alcoholizado, lo que no le impide dar en el blanco. La profesión de purificación de este antihéroe posee un extendido historial de cadáveres ya olvidados.
En la película de Lawrence, el personaje ya no es inglés sino estadounidense. Mantiene cierta amargura y decepción, pero es, sin dudarlo, más humano. Keanu Reeves, que es un actor carismático si bien bastante sobrio en sus emociones, es Constantine en la adaptación cinematográfica. El rol le vino como anillo al dedo. Estaba muy arriba luego de haber protagonizado la trilogía de The Matrix. En el año 2005 estuvo también en la trama de Thumbsucker (Mike Mills), pero lo que sus fans esperaban era su Constantine.
Los seguidores del cómic estuvieron un tanto decepcionados. Sin embargo, quienes conocieron al personaje directamente por el cineasta, se quedaron encantados. De todas las entrevistas que en su momento dio Francis Lawrence expresaría en una:
“Constantine tiene este seguimiento de culto que ha sido grande. Se aceptó. Sería muy bueno realizar una secuela. Hemos tratado de hallar una. Sería estupendo hacerla muy oscura, de miedo. Nos quedamos atrapados en esa extraña PG-13 tierra de nadie, y debemos hacer la versión de miedo y dura que es la clasificación R y que me encantaría hacer”.
Y es que, como en la atmósfera de la adaptación, el mundo decadente del protagonista es opresivo y ambivalente. Constantine emerge del orbe gótico, donde ocurre el reemplazo del terror por el amor y también ―en la línea de Leslie Fiedler— prevalecen el sueño y la imaginación ante la razón. El personaje cinematográfico sobrevive en circunstancias caóticas, de ahí que no pueda creer en un sistema de valores puesto en entredicho. A diferencia del cómic, ahora es un ser más presto a autodestruirse que a destruir a otros. Lo atormentan los muertos ajenos y esos demonios familiares del presente. Su voz en off rememora cómo ha sido su pasado, que justifica su actual desconfianza y recelo con casi toda la humanidad.
Para rendirle a lo gótico, la atmósfera es asfixiante, fría, continuamente lluviosa y nocturna. A propósito de la oscuridad propagada que rarifica más la naturaleza confusa del antihéroe, pudiera traerse a colación lo siguiente: “El ‘misticismo de la Noche’ y el lado onírico de la psique son la esencia del goticismo, lo que revela los aspectos instintivos e inconscientes de la psique y abunda en la fantasía literal o figurativa de sueño pesadilla y sus efectos”1.
La complejidad del Constantine del cómic no está en la película. Mas no por ello deja de ser un cazador a ratos malogrado pero atractivo. Aquí se reconoce más en el bien que en el mal y hasta admite la compañía de la detective Angela Dodson (Rachel Weisz) y Chas Kramer (Shia LaBeouf). Además de la impactante visualidad que asoma en cada momento, junto a los intérpretes ya mencionados, le asisten además Peter Stormare en el papel de Lucifer y la excelsa Tilda Swuinton como el Arcángel Gabriel.
Referencia bibliográfica:
1 Kerr, E. M. (1979). El imperio gótico de William Faulkner. Editores, S. A.:
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