-Ahí está Maritza –me dijo Gladys Aponte cuando desembocamos en la entrecalle en medio de dos pedraplenes del pueblo.
La mujer traslucía una inmensa sencillez, no solo en el vestir sino en la forma en que nos hablaba. La casa, confortable, pero pequeña, estaba en uno de los recodos de este sitio apartado de la geografía, llamado Santo Domingo. Todas las paredes, incluyendo el techo, estaban pintados con elementos e imaginerías salidos del mundo del difunto artista Noel Guzmán Bofil, una gloria de la ciudad de Remedios que pasó toda su vida en medio de la ensoñación y de la belleza, con la poesía como único consuelo. Maritza, con ese tono de mujer humilde, nos brindaba una taza de café. Para ella, todo gira en torno a la pintura, a las figuraciones, a la cultura. La pérdida de su esposo ha sido un abismo existencial, uno de esos golpes de Dios donde va empotrado todo el sufrimiento.
-En este mural estamos él y yo, en los mejores años.
La pieza es un fresco en una de las paredes, junto al televisor, que reproduce dos figuras desnudas en el paraíso. Hombre y mujer caminan entre las aves y la vegetación, rodeados de un azul inmenso que refresca la vista. El rostro inconfundible de Noel nos rodea y nos asalta a lo largo de toda la casa, reproducido en miles de autorretratos en las paredes del pasillo, el comedor, el baño, los dormitorios.
-Era un hombre bueno, que perdonaba todo. A un año de su muerte lo tengo bien presente. No solo como artista, sino como amigo y padre.
Maritza también es una artista que posee su propio currículo, luego de haberse dedicado toda la vida a la cría de aves en una granja cercana. El matrimonio con Bofil despertó en ella el amor por las figuraciones, los colores y la luz. Los trazos de sus cuadros son distintos, más bien expresan la misma sencillez de su rostro, vestido y proyección. Un pájaro inmenso hecho con madera, cuelga de una de las esquinas de la casa, como recordación a esa etapa profesional entre los animales y la naturaleza.
En Santo Domingo, decir Bofil es mencionar a una persona conocida. Todos enseguida te muestran la dirección de la casa y dicen: “Es aquella de los dibujos”. A la entrada del pueblo hay unos trabajos hechos por el pintor, colocados con orgullo por los habitantes. En Remedios, Bofil resulta no solo querido por su obra, sino porque se le recuerda desde sus etapas de niño, muchacho y adulto, como uno de los seres más chispeantes y ocurrentes que pasaran por los predios locales. En el camposanto, al cual fuimos Gladys Aponte (hermana del artista), Maritza, el chofer del auto y yo, reinaba el silencio sacro de estos momentos sublimes. La vida en el más allá pareciera una verdad categórica, a juzgar por las buenas vibraciones del lecho de Bofil, en el cual yace una bandera cubana dibujada por el propio difunto. No faltaron las lágrimas, las confesiones y los secretos, hubo respeto hacia la persona inmensa que nos legó una de las obras del arte visual más importantes de los últimos años. La belleza posee la capacidad de borrar las nubes de la vida y de darle color a los más nefastos episodios. Así nos sentimos, transidos por la maravilla de este ser, que nos acompañaba desde su plano inasible.
Foto: Del autor.
Quizás no es la pandemia la causa de que Bofil se fuese, sino que ya había logrado la grandeza suficiente y era hora de partir hacia otros recodos existenciales. Pintaba en los últimos años sus mejores cuadros, frescos, obras inclasificables. Por ello, necesitaba el cielo para proseguir con la imaginación, el ensueño y la bondad siempre fecunda. Hacia ese inmenso azul, el que reflejó en la sala de su casa, hacia ese paraíso, marchaba hace un año, el 3 de agosto del 2021, el hombre siempre risueño, el que no paraba de recitar décimas en medio de los peores momentos, de llamarnos a una cordura nunca quieta, sino creativa y mágica. Bofil está presente en su esposa, en los cuadros, en la casa y en la bandera pintoresca de su lecho último, pero más allá de esos detalles reveladores, el artista posee una locuacidad y un carácter firme, una mensaje actual y vitalista que nos dice que más allá de la tumba, de la cruz y la muerte, está él mismo. Tal esencia, sencilla, propia de los genios, nos acompaña a la salida y la entrada del cementerio. El chofer, un señor ya bastante anciano que anda con muletas, camina con la piel erizada luego del ritual de homenaje y de las palabras de quienes fuimos al sitio. Nos miramos todos con un silencio ruidoso en los rostros, hemos palpado que Bofil no perdió, no está ido de este mundo, sino que en su energía renace para darnos aun lecciones.
Los pedraplenes del poblado de Santo Domingo se extienden delante del auto en el viaje de regreso. Ninguno habla, todos quedamos impactados. Maritza a veces llora, ocultando el rostro en una mirada hacia el horizonte que se pierde. Pasamos por la casa dibujada con imaginerías y carteles, dejamos allí a la viuda y nos despedimos luego de otro café. A las doce del dia, el calor de agosto nos abrasa. Somos sobrevivientes de una hermosa odisea en medio de aquel sitio apartado de nuestro territorio nacional, al cual fue a dar Bofil para hacerse grande y libre.
Foto: Del autor.
¿Será real el silencio de la muerte? Viendo lo acontecido en el homenaje al artista pudiéramos hablar de otra vida mucho mejor y más genuina, una que abarca la inmensidad de las dimensiones del ser. No importa que el cuerpo yazca en un rincón del camposanto con todos los honores mundanos y merecidos, sino la savia espiritual que se lega, la resonancia que se siente en las inmediaciones del recuerdo. Esos sucedidos nos estremecen en el viaje, entre una que otra palabra.
Los amigos de Bofil sabemos que hace un año el hombre desapareció físicamente, pero tenemos conciencia plena de que el alma flota y que aún obra. Más allá del viaje, de la odisea exquisita que se vive entre los dibujos y las anécdotas, nos persigue la certeza de la vida y de la belleza, del arte y sus funciones imprescindibles. Los dotados por ese misterio, como lo fue el pintor de Remedios, vuelven a cada rato y se encuentran con nosotros, para decirnos que solo existe un camino.
A ese mundo mágico nos dirigimos, con el resonar del auto, a través de tantas imaginerías y de la sensación rara de habernos visto frente a frente con algo insólito.
Foto: Del autor
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