miércoles, 25 de septiembre de 2024

Un viaje en el tiempo a través de Federico Mialhe

El grabado expresa su potencia, sin que por eso se pierda el encanto de ciudad antigua, ingenua en sus actitudes, bella en sus poses...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 11/10/2022
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Grabado-Federico Mialhe
Grabado de Remedios en el siglo XIX por Federico Mialhe.

Miro el grabado de Federico Mialhe sobe la plaza central de Remedios y veo que la historia sobresale por encima de la obra y camina junto a nosotros. Es un paisaje de inicios del siglo XIX, que expresa la configuración de una de las ciudades iniciales de Cuba, esas que estaban cuando muy pocos le llamaban patria a esta tierra. El grabador francés hizo su obra como parte de un recorrido por la Isla, quería que quedase registrada la incipiente modernidad de una colonia que se erigía entre las principales en América. Con ello, el grabado estuvo entre las primeras formas de vivenciar y graficar la vida, entre los destellos de una identidad que se negaba a la desaparición y que pujaba con fuerza por salirse del marco estrecho del oscurantismo, de la opresión y los dolores. En la villa de Remedios, las dos iglesias católicas junto a la plaza, los vestuarios de la gente, expresan la jerarquía y el orden de una sociedad ya ida, esa que entrañaba los quejidos de la dominación española pero que enseñaba que en esta villa había diversidad humana, figuraciones de un país que ya iba naciendo.

El grabado nos acompaña a los remedianos, es parte de la vida de varias generaciones. Hay dos versiones, uno en blanco y negro y otro a color, pero es el mismo paisaje de siempre, con los sombreros de copa, los tricornios, los bastones, los vestidos largos, la gente humilde en los alrededores de la plaza. ¿Cuántas historias no se habrán perdido en medio del olvido y del tiempo? Esta gente que aparece ahí se parece a nosotros, solo que expresan otros momentos, otro devenir. Mialhe fue el artista, pero el pueblo era el modelo, el protagonista. Quizás esta expresiones de arte se hayan olvidado un poco o no les demos el debido valor, a lo mejor es porque creemos que la modernidad de hoy resulta superior, pero Mialhe sigue ahí y cuando queremos recordar quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, el grabado se hace omnipresente y posee la misma locuacidad de los primeros años, cuando era una obra actual.

El arte colonial fue representativo de los tipos de la sociedad de entonces, quería poseer un valor documental, pero  conservaba un alma, un más allá de sí mismo que lo hace querido, amable. En Remedios había anónimos artistas que grabaron, en madera y con una tinta oscura, los motivos de la naturaleza y los oficios de aquellos momentos. Los postes fueron erigidos hasta el techo de la Iglesia Mayor y allí están como testimonio de lo que fue Cuba hace 300 años o más. Se trata de una personificación del espíritu de resistencia, de una estampa que nos reunifica como país en torno a cuestiones existenciales.  Remedios no era un apéndice perdido en la geografía, sino una villa azucarera, en la cual el número de ingenios y los cultivos de tabaco, además del contrabando por los mares del norte; nos hacían poderosos, atrevidos, prósperos. De aquello quedan el adormecimiento, la vigilia de los cañones rendidos en los ángulos de la plaza central, armas ya inutilizables, podridas por el paso del tiempo, llenas del hollín típico de los acontecimientos. Todo ello lo refiere el grabado de Mialhe si nos detenemos delante, si vemos el detalle, si nos fijamos en que la obra  es capaz de hablarnos y sorprendernos.

La villa duerme, como es obvio, pero pudiera despertarse en cualquier momento. El grabado expresa la potencia, sin que por eso se pierda el encanto de ciudad antigua, ingenua en sus actitudes, bella en sus poses. A Remedios se vuelve de forma física y de manera espiritual, pues se la vive en dos dimensiones totalmente intocadas entre sí. Cuando estamos lejos y vamos a sus brazos, ahí están la gente, el golpe cotidiano del viento en la cara, el mar cercano y sus olores, las calles enrevesadas. Pero además, están el grabado, esa plaza llena de fantasmas y de estampas que te hablan de la estirpe ilustre, de aquello que nos sobrepasa y nos repleta de un orgullo de patria chica. Remedios es esa fuerza pictórica, esa victoria estética, esa estática en el tiempo que nos distingue. Por eso Mialhe es intocable entre nosotros, porque vemos su obra como un trazo en el tiempo, en lo inasible, en lo más fino.

Cuando vayamos andando por la plaza y entremos a la Iglesia Mayor, cuando toquemos el brillo viejo de los altares y veamos las losas del piso llenas de huellas del tiempo, pensemos que somos parte de esta película efímera, de este grabado que se nos va y que quisiéramos un Mialhe que nos retratara, que nos detuviera, que nos inmortalizara. Pero los genios documentalistas no nacen en todas las eras y la nuestra a lo mejor carece de algún que otro ingrediente maravilloso.

Podremos no obstante volver al pasado, hundirnos en los fantasmas, ser la sombra de los tiempos, oler la visión perdida de los ancestros en los papeles viejos. Porque de eso se trata, de que un alma gigante salga del grabado, nos salude y nos habite. Esa es la única mística que vale la pena en estos lares.

En tiempos de Mialhe ya existían las parrandas y casi oímos el toque de los tambores venir por una de las esquinas de la plaza. Los libertos venden dulces y artesanías en el otro extremo del lugar y más allá un grupo de personas debate cuestiones relativas el estado del tiempo, a la política del instante o mundanales cosas. Remedios está en el grabado, la estampa, la vivencia y también, en el amor por lo propio. Si nos sorprenden las parrandas en este paisaje maravilloso seremos más que afortunados.

Pareciera que la villa viviera de nuevo más allá de los marcos de la obra, que entramos en este mundo sin tiempo, maravilloso. Y es que le pertenecemos, le damos vida. Los fantasmas han vuelto a su origen, caminan, hablan, poseen todo el sentido del mundo cuando disertan en torno a cuestiones cotidianas.

Somos esas almas del grabado, vestimos sus sombreros de copa y sus trajes y vestidos, comemos sus dulces en torno a la plaza, creemos en sus demonios y supercherías y quisiéramos que la realidad fuera esa para siempre. Mialhe ha logrado su objetivo, al dejarnos ahí cosificados en la quintaesencia de la villa.

Más allá, en un costado de la Iglesia Mayor, los toques de tambor anuncian unas parrandas incipientes, identitarias, que  nos recuerdan que el alma común es un hogar habitable para todos.

Hemos cumplido un sueño, el de vivenciar lo que somos.

En el grabado nos hemos quedado.

 

 Pie: Grabado de Remedios en el siglo XIX por Federico Mialhe.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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