EL pasado 6 de mayo (2021) se cumplió el centenario del fallecimiento de una de las mujeres cubanas que más cantó —principalmente en la emigración— por Cuba en plena lucha por la independencia.
El nombre completo de La Calandria, como muchos le apodaron al escuchar su voz de soprano, era Ana Carlota de la Cruz Aguado y Andreu (1866), la menor de cuatro hermanos,[1] fruto del matrimonio creado por Andrés Aguado Salinas, natural de La Habana y de ascendencia española y Carolina Andreu.[2] La familia de Ana se establece por vez primera en Cuba en la villa de Trinidad y para el año 1825 se trasladan a Cienfuegos. Su primer acercamiento a la música lo realiza a través de sus estudios de solfeo y luego ingresa en la escuela de Rafaela González. Al cumplir los 10 años de edad, se traslada junto a su familia a la Coruña, España, donde recibió clases del pianista Casas, y de canto con el presbítero Antonio Díaz.[3] Es en este lugar donde realiza su primer debut; sin embargo, una vida marcada por importantes batallas que librar se le avecinaba a Ana.
En el último quinquenio de la década de los ochenta del siglo XIX, regresa a Cienfuegos y comienza sus actuaciones en la Sociedad de Instrucción y Recreo El Artesano. Conformó el trío francés La Montañesa (integrado por piano, violín y flauta), formato que se caracterizaba por la interpretación de contradanzas, minués, gavotas, paspiés. En este sentido se destaca el concierto vocal e instrumental efectuado el 8 de julio de 1888, en el que, entre otras piezas, interpretaron, la romanza “Stelle d´Amore”, de Laureano Fuentes Matons. Uno de los miembros de este trío era Guillermo Tomás, el cual, además de desempeñarse como flautista, sería el gran amor de Ana. Fue a partir de un acercamiento constante en los ensayos y actuaciones que surge un amor que tuvo como pretexto a la música. Intereses comunes e ideales compartidos marcarán la vida y la obra de estos dos artistas, que, por encima de todo, profesaban su pasión por Cuba.
Partitura original de la obra “Elegía”, dedicada a Ana Aguado tras su fallecimiento.
Al poco tiempo Guillermo le propone a Ana marchar hacia los Estados Unidos, por la convulsa situación que vivía el país. Ella acepta y el 19 de mayo de 1890 ocurría la unión matrimonial de ambos en Brooklyn, Estados Unidos. Desde entonces se incorporaron al movimiento de emigrados revolucionarios presidido por el pianista y profesor de canto Emilio Agramonte. Fueron partícipes de innumerables conciertos con fines recaudatorios bajo los auspicios de los clubes revolucionarios cubanos, entre ellos el Club Los Independientes. En este sentido, se destaca la actuación del 16 de junio de 1890 en el Hardman Hall, cuya organización estuvo a cargo de José Martí. En el programa del concierto se interpretaron obras de compositores cubanos como, “Vals” y “Stella d´Amore” de Laureano Fuentes Matons, y “El Arpa” de José Manuel (Lico) Jiménez. Días antes de efectuarse esta actuación, el 7 de junio, José Martí le escribe una carta a Ana Aguado donde reconoce la labor que ella y su esposo realizan por la causa cubana:
“…mis compañeros y yo estimamos la benevolencia con que se presta usted a ayudar, con la fama de su nombre y el encanto de su voz. Los tiempos turbios de nuestra tierra necesitan de estos consuelos. Para disponerse a morir es necesario oír antes la voz de una mujer”.[4] Y continuaba expresando: “[…] Lo muy atareado de mi vida, y el temor de parecerle intruso, han sido la causa de que no fuese en persona, como me lo manda mi sincero afecto, agradecer a usted y a su esposo el servicio que nos presta, y es a mis ojos mucho mayor por lo espontáneo. Pero tendré, a la primera ocasión, especial placer en estrechar la mano del señor Tomás, y ponerme a los pies de nuestra noble y admirada artista […]”.[5]
Otra interpretación magistral de Ana es la que tiene lugar el 12 de diciembre de 1896, organizada por la Sociedad de Literatura Hispanoamericana, en The Berkeley Lyceum, con una orquesta de cámara, compuesta por flauta (Tomás), violín (Pedro Salazar), violonchelo (Leótine Gaitner), piano (Yara Fuentes e Isabel Caballero) y harmonium (Rafael Navarro).
“Conformó el trío francés La Montañesa (integrado por piano, violín y flauta), formato que se caracterizaba por la interpretación de contradanzas, minués, gavotas, paspiés”.
Luego de una larga estancia del matrimonio de Ana y Guillermo en tierra norteamericana, deciden regresar a la patria para continuar, ahora desde su país y siempre desde la música, la lucha por la independencia. Para esa época Ana comenzaba a sentir un desgaste en sus cuerdas vocales debido a las constantes giras y conciertos, con el fin de obtener la mayor cantidad de fondos para la causa independentista. Por esta razón, cuando termina la guerra y se instaura la República, la familia que ya contaba con un descendiente[6] deja atrás el acomodo, las alabanzas, y el porvenir ya asegurado en el mundo musical de los Estados Unidos.
Al llegar a la patria, en enero de 1899, Ana y su esposo se incorporan como profesores del Conservatorio Nacional de Música que dirigía el compositor Hubert de Blanck. Para ese entonces fueron recibidos por el crítico Serafín Ramírez. Durante los años de exilio, el matrimonio había conocido al maestro holandés-cubano Hubert, el cual subsistió en Nueva York impartiendo clases privadas y como pianista acompañante. Se vinculó además con el grupo de artistas cubanos que recaudaban fondos para la independencia de Cuba, entre los que se encontraban Ana, Guillermo, el pianista y profesor Emilio Agramonte y el notable tenor Emilio Gogorza. Por esa época Hubert compone la obra “Paráfrasis”, para piano, basada en el Himno Nacional cubano, la cual se estrenó en una de las veladas musicales patrióticas organizadas por el grupo. Deviene así la amistad que estableció con el matrimonio y que trascendería al llegar a La Habana e incorporarse ambos como profesores del Conservatorio Nacional de Música que él dirigía, sito en la calle Galiano n. 124 (altos).[7] A pesar de la prosperidad que logró alcanzar este Conservatorio, se cometieron muchos desaciertos que ocasionaron no solo el desencanto, las quejas y las censuras, sino el alejamiento de profesores y alumnos de mérito. La situación vivida por Ana y Guillermo Tomás en el Conservatorio sirvió como antecedente y experiencia para la creación de nuevos proyectos.
Con el paso del tiempo el interés de la señora Aguado de Tomás por la creación de un instituto especializado en la técnica vocal se hizo cada vez mayor. Por tal motivo el matrimonio funda el Instituto Vocal Aguado-Tomás situado en la calle Reina, número 120. En uno de los sueltos que se imprimieron para la propaganda del mismo se ubicaba una frase de Schumann, que se avenía muy bien al interés de tal Instituto: “Si tienes una buena voz no pierdas la oportunidad de cultivarla, pues es el don más precioso que te ha venido del cielo (…)”.[8]
Programa de un concierto efectuado en el Hardman Hall, Estados Unidos, coordinado por José Martí, en el que participa.
El Instituto, según declaraban sus directores fundadores, se creaba bajo los métodos de la escuela neoyorkina de Agramonte y de las escuelas europeas. Recordemos que Emilio Agramonte fungió como profesor de canto de Ana Aguado en la Escuela de Ópera y Oratorio de Nueva York, la cual dirigía. Sobre esta institución, en uno de sus escritos, José Martí señaló: “(…) Emilio Agramonte logra establecer la Escuela de Ópera y Oratorio de Nueva York, con las ramas de lenguas, elocución y teatro correspondientes, sobre un plan vasto y fecundo como la mente de su pujante originador (…). Respira nobleza y abundancia el prospecto lógico y superior a todos los de su clase, de la que puede ser muy pronto la primera escuela de canto en América, la Escuela de Ópera y Oratorio de Nueva York, de un cubano, de Emilio Agramonte”.[9]
Por otra parte, la escuela europea partía de la concepción tradicional del conocimiento que encontró su concreción en los siglos XVIII y XIX con el surgimiento de la Escuela Pública, no solo en el viejo continente sino también en América Latina, con el éxito de las revoluciones republicanas de doctrina político-social del liberalismo.
Las tendencias pedagógicas que lo caracterizan son propias del siglo XIX. Su concepción descansa en el criterio de que es la escuela la institución social encargada de la educación pública masiva y fuente fundamental de la información, la cual tiene la misión de la preparación intelectual y moral.[10]
No obstante, es criterio de esta autora analizar otros posibles enlaces que definieron también a la época. Desde los finales del siglo XIX, José Martí en el periódico Patria del 17 de noviembre de 1894, en su artículo: “José de la Luz y Caballero”, dejaba claro a través de la personalidad de Luz, el trabajo desde su conciencia en la educación, el conocimiento y la cultura, para que así nacieran los hombres que redimieran a la patria y, desde el conocimiento de los males del país, fundaran un pueblo nuevo. Luz se resignó a que la obra que le pudo haber dado pompa y fama se redujese ante la que juzgó fundamental, el magisterio. Se definió a través de estas dos sentencias: “para que Cuba algún día sea soy yo maestro de escuela”; “tengamos el magisterio y Cuba será nuestra”. Por medio de la educación, dedicó todos sus esfuerzos y su salud a formar hombres libres de consciencia y no vasallos, que a través del ejercicio del pensamiento, no solo conquistaran la independencia de su pueblo, sino que fueran capaces de construir la nueva nación.[11]
“Con el paso del tiempo el interés de la señora Aguado de Tomás por la creación de un instituto especializado en la técnica vocal se hizo cada vez mayor”.
Se deduce por tanto que aunque el matrimonio Aguado-Tomás, se hubiese declarado como seguidor de la escuela neoyorkina de Agramonte, un ambiente de ideas, proyecciones y concepciones de esencia patriótica y pedagógica, ya pululaba en el imaginario de la sociedad intelectual cubana de finales del siglo XIX. La música y su enseñanza no quedarían relegadas. Sería el Instituto Vocal Aguado-Tomás, aunque de corta duración, el primer proyecto importante de los cienfuegueros en la capital cubana. Dentro de las asignaturas que llamaríamos hoy que se encuentran dentro del currículo base de un plan de estudios se encontraban: en el primer y segundo año Fisiología, mientras que en el último año Estudios de Estilo y de Repertorio, Análisis e Interpretación. Al currículo propio pertenecerían: Vocalización, Ejercicios Preliminares y Graduales, Canto Llano, Música Secular y Música Religiosa. Las clases se impartían tres veces a la semana. El diseño curricular trazado por el Instituto junto a la correcta determinación del para qué se aprende y enseña, quedaban saldados. El aprendizaje de la técnica vocal con todo el complementario proceso formativo, ya significaba un avance para la didáctica artístico-musical de la época.
Por otra parte se conoce que, en el cumpleaños 35 de Guillermo Tomás —que para ese entonces era el director de la Banda Municipal de La Habana y de la Academia de Música Dr. O´Farrill— los profesores de tal Academia concurrieron a su casa y le dedicaron una linda serenata. La gran sorpresa de la noche fue el coro integrado por los músicos de la banda, quienes llevaban algún tiempo ensayando obras corales, además del canto de Ana, quien, acompañándose ella misma al piano, le dedicó la romanza “¡No me amaba!” y la canción descriptiva “The Tempest”.[12]Tiempo después aquel coro que había invadido la casa del maestro —bajo la asesoría de Ana Aguado y la dirección de Guillermo Tomás— se convertía en un Orfeón nombrado La Lira Habanera, que, con el paso del tiempo cambió su denominación a Orfeón Municipal, en busca de un mayor carácter oficial. Una de las piezas que integraba su repertorio era “El Credo de la Misa Santa Cecilia”, de Charles F. Gounod (1818-1893), lo que denota el alcance y profesionalismo de este orfeón.
“Sería el Instituto Vocal Aguado-Tomás, aunque de corta duración, el primer proyecto importante de los cienfuegueros en la capital cubana”.
La unión incontenible —en el trabajo y en la vida— de Ana y Guillermo hizo relucir proyectos que sembraron precedentes para la historia de la música cubana. Cada uno brillaba con su luz, pero juntos podían derribar cualquier barrera. Con solo 55 años de edad, Ana Aguado fallece. Era la madrugada del 6 de mayo de 1921, cuando su esposo recibió tan duro golpe. Guillermo, que para ese entonces gozaba de gran madurez musical, inspirado en su recuerdo compone “Cuentas de mi rosario”, la cual constó de cuatro partes: “Rogad a Dios por su alma”, “La voluntad de Dios”, “Eterno recuerdo”, “Yo la sostuve en mis brazos” […] Como ilusión se deshizo, como fantasma se fue [calderón].[13] Fue estrenada por la Banda Municipal de La Habana en el acto conmemorativo lírico-literario que tuvo lugar, al año siguiente, en el Teatro Nacional en la tarde del 8 de mayo de 1922.
Este programa estuvo conformado por siete momentos, en los cuales se intercalaban, junto con la música dedicada a Ana Aguado, poemas compuestos por destacadas personalidades de la cultura cubana y cienfueguera. Se pueden destacar en el mismo la plegaria “A Anita”, de Modesto Fraga, interpretada por la Banda Municipal, los fragmentos del estudio biográfico “Ana Aguado y Andreu”, por Miguel Ángel de la Torre, leídos por el señor José Sánchez. José Antonio Rodríguez estrenó la suite “Elegiaca”, que contó con tres partes, la primera “El Dolor”, la segunda “La Oración” y la tercera “La Resignación”. Ese día también se interpreta por la Banda Municipal la pieza “Elegía”, dedicada a la memoria de Anita y compuesta por Rafael Pastor; en el impreso del programa se evidencia junto a la pieza el siguiente texto: “(…) hasta que una madrugada, la madrugada de un día sereno del florido mes de los Ensueños, al escalofriante tañido de broncínea esquila, vibró la luz, y mil ángeles rodearon. Su lecho de dolor, y ella les sonrió y con ellos se fué”. (sic)[14] El concierto termina con “Cuentas de mi rosario”, del maestro Guillermo. Esta obra también venía acompañada de un pequeño fragmento: “Vosotros que la conocisteis, que la amasteis porque comprendisteis la pureza de su corazón, ¡levantad los ojos al cielo y rogad a Dios por su alma!”. (sic)[15]
La vida de Ana Aguado, aunque corta fue muy intensa. Su excepcional voz la hizo triunfar no solo en su tierra natal sino, en los más aristocráticos escenarios de España y Estados Unidos. Su devoción junto a su esposo por la ansiada libertad de Cuba, la convirtió en un referente de mujer cubana, patriota y artista, lo que fue reconocido por José Martí en la emigración. Por otra parte, la creación de su Instituto Vocal, como uno de los primeros instituidos en la Isla, sentó pautas para la pedagogía vocal-coral en Cuba. Este centenario de su fallecimiento nos debe llevar hacia la más profunda reflexión de los auténticos valores de una mujer, que ante todo, luchó por el amor de su patria.
Notas:
[1] Sus hermanos fueron: Antonio Rafael (1867), Inocencio Enrique (1869) y Juana Locadia (1876).
[2] Hermana de José I. Andreu considerable impresor y periodista creador del periódico Diario Nuevo, además de aficionado a la música.
[3]Carmen Hernández: Biografía de la genial, artista y ferviente patriota cienfueguera Ana Carlota de la Cruz Aguado y Andreu de Tomás, Imprenta y papelería de Rambla, Bouza y CA. Habana, 1922, p. 18.
[4] José Martí: “Carta a Ana Aguado de Tomás, 7 de junio de 1890”. En: Obras completas. La Habana, Editorial Ciencias Sociales, 1975, t. 20.
[5] Ibídem.
[6]Eduardo Tomás Aguado, que contaba con dos años de edad en 1898.
[7]Este Conservatorio se había fundado por Hubert —en su primera entrada a Cuba— el 1.ro de octubre de 1885, para ese entonces se denominaba Conservatorio de Música y Declamación, y se ubicaba en la calle del Prado.
[8] Suelto sobre la fundación del Instituto Vocal Aguado-Tomás, 1899.
[9] José Martí: “La Escuela de Ópera y Oratorio de Emilio Agramonte” y “Emilio Agramonte”. En: Obras completas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, t. 5.
[10]Rita María Álvarez De Zayas: Hacia un curriculum integral y contextualizado, Editorial Academia, Colección ALSI, La Habana, 1997.
[11] Eduardo Torres-Cuevas: En busca de la cubanidad, T. III, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2016.
[12] Revista Artístico Literaria Cuba Musical 1903-1905, 1.ro de abril de 1905, n. 39. Director-propietario J. Marín Varona.
[13] Signo ∩̣, que representa la suspensión del movimiento del compás.
[14] Plegable de promoción del Concierto de la Banda y Escuela Municipal de Música de La Habana en conmemoración lírico-literaria del triste aniversario del fallecimiento de la señora Ana Aguado de Tomás, 8 de mayo de 1922 en el Teatro Nacional a las 4:30pm de la tarde: hora fija.
[15] Ibídem.
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