Muchos meses atrás (y debe recordarse el episodio por lo sonado de semejante disposición), Washington decidió de forma unilateral salirse del acuerdo internacional sobre el uso pacífico por Teherán de la energía atómica.
El protocolo, suscrito inicialmente por los Estados Unidos, Rusia, China, Irán y varias naciones europeas, se supone ponía fin a toda una larga etapa de tensiones en que un occidente liderado por la Casa Blanca pretendía desvirtuar y desmantelar los esfuerzos iraníes por dotarse de energía nuclear como fuente adicional para su desarrollo económico y social.
La buena voluntad de la República Islámica no se estrenaba con esa firma, todo lo contrario. Durante largo tiempo defendió su derecho al uso pacífico del átomo, colaboró con entidades portadoras de políticas y posiciones sensatas en cuanto al asunto, y abrió sus puertas a toda solución sopesada, justa y en nada atentatoria contra su independencia.
Desde la Oficina Oval, no obstante, y mucho menos con un presidente que solo admite soluciones unilateralistas, las presiones, agresiones, sanciones y campaña de descrédito no cesaron ni un minuto contra un país de invariable verticalidad ante los intentos oficiales gringos de subvertir y dominar Oriente Medio y Asia Central, considerados históricamente por los ideólogos imperiales como vitales en el dominio mundial.
- Consulte además: El nuevo paso de Irán en el acuerdo nuclear
De ahí que, a apenas a tres años de suscrito el acuerdo de marras, en 2018, ordenara Donald Trump desentenderse de un pacto en el que no pudo imponer sus designios antiiraníes, e incluso llegar en este 2020 a intentar vetar la disposición que puso fin al embargo del comercio de armas sobre Irán, a cuenta de su probado cumplimiento de las cláusulas de 2015.
Esta última maniobra no pudo ser más frustrante para la Casa Blanca, toda vez que ninguno de los restantes firmantes declinó su compromiso, incluso, bajo amenazas de renovadas sanciones gringas, países como Rusia consignaron con especial fuerza que impulsarán sus lazos con Teherán en materia de cooperación militar y producción y comercialización de equipos bélicos.
De todas formas, las noticias más recientes sobre Irán tampoco son buenas para Washington. Se trata de la visita de Rafael Grossi por estos días a Teherán, director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica, AIEA, quien resaltó el buen nivel de las relaciones y la cooperación entre las autoridades iraníes y esa entidad especializada.
Grossi destacó en especial las inspecciones realizadas por su organismo a dos importantes plantas iraníes para el tratamiento de uranio, y manifestó que el país persa no posee en estos momentos una cantidad significativa de ese elemento como para poder entregarse a la fabricación de armamento atómico.
La Agencia informó que Irán incrementó, hasta el pasado 25 de agosto, sus reservas de uranio poco enriquecido en comparación con la última cifra reportada el 20 de mayo, pero especificó que al mismo tiempo redujo su posesión de agua pesada, a tono con las disposiciones del Plan Integral de Acción Conjunta, nombre oficial del acuerdo nuclear multilateral que Trump desechó hace unos tres años.
También se informó que Irán trabaja en la apertura de una nueva capacidad de procesamiento de uranio, luego de que saboteadores provocaron un incendio en julio último en la planta nuclear de Natanz, hecho del cual se investiga la posible presencia de elementos foráneos hostiles a la República Islámica, y que no llegó a provocar daños de consideración, tal como pretendían los autores materiales del ataque.
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