En efecto, este miércoles el legislativo norteamericano decidirá si finalmente, como ha sido una costumbre centenaria, certifica el triunfo del demócrata Joe Biden en las elecciones presidenciales de noviembre, o se entrega al disloque político a cuenta de los caprichos egocéntricos del actual ocupante de la Oficina Oval.
Así las cosas, la prensa ha referido en estas últimas horas acontecimientos que demuestran que, pese a un escenario mayoritariamente adverso para sus pretensiones, el presidente en funciones se empeña en convertir en un verdadero gallinero una sesión parlamentaria casi rutinaria a lo largo de su historia.
De hecho, se dijo que cierto número de congresistas republicanos podrían oponerse a oficializar la victoria de Biden en las sesiones del este miércoles 6 de enero, en tanto, personajes cercanos a Trump, y el mismo mandatario, martillan que hubo un “fraude colosal” de los oponentes en el conteo de los votos.
Así, el jefe de la Casa Blanca conminó públicamente horas atrás a las autoridades del Estado de Georgia para que den marcha atrás a las cifras originales que favorecen al demócrata, y hasta fijó el monto exacto de sufragios que “debían” sumarle a su cuenta para agenciarse los resultados en aquel territorio.
Otras notas de prensa hablan de la convocatoria personal de Trump a que sus adeptos se concentran frente al Capitolio para exigirle al legislativo que revoque las votaciones y despoje del triunfo al candidato del partido azul.
Por cierto, una peligrosa convocatoria que puede desembocar en masivos enfrentamientos callejeros, una variante que algunos analistas no descartan esté entre los planes del magnate inmobiliario para desarticular la tradicional práctica política norteamericana.
Una fachada de “democracia perfecta” esta última, que el propio Donald Trump ha raído sensiblemente a cuenta de calzar sus egoístas bravatas por mantenerse al frente del gobierno cuatro años más.
Porque, ciertamente, el presidente ya es citado por muchos medios y estudiosos como el ejecutivo que más daño a propinado a la sacrosanta institucionalidad norteamericana en largos decenios, a partir de una agria y vengativa actitud que además le permite proyectar la imagen adicional de “rebelde anti sistema” con la que ha ganado espacio entre extremistas y confundidos que pasan por alto su casta de multimillonario avasallador y soez.
Con todo, según algunas cuentas de última hora, parecería que, sin obviar tal vez algún debate y la consecuente demora, para Trump parece llegar este 6 de enero la hora de tragarse la amarga taza del despido obligado.
Y la derrota, vale subrayar, debe incluir a su favor a no pocos legisladores republicanos que vienen dando la espalda sistemáticamente al interés trumpista de dejar la secuela de la duda, el malestar, la ira y la división interna para mantener las aguas revueltas en las que volver a pescar en el futuro.
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