Un informe del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de África (CDC-África) señaló que Guinea y República Democrática del Congo (RDC) reportaron 30 casos del virus del Ébola y 15 muertes a mediados de marzo.
Según ese organismo dependiente de la Unión Africana se registró una tasa de mortalidad del 50 por ciento en los dos países, donde todo anuncio al respecto alarma porque rememora el grave impacto causado por la enfermedad en 2013-2016, cuando segó más de 11 300 vidas y registró unos 28 600 casos.
Guinea reportó un caso en una región sureña, próxima a Liberia, en la que reapareció el virus a finales de enero, anunció por su parte un comunicado de la Agencia Nacional de Seguridad Sanitaria.
Es lógico que, teniendo en cuenta los antecedentes, la lucha contra la dolencia comenzara temprano: se instó a los países africanos a establecer puestos de detección y realizar exámenes sanitarios a los viajeros con signos de contagio para evitar la propagación del mal y su letal secuela.
Asimismo, el CDC-África llamó a implementar medidas de salud pública en los pasos fronterizos con la vigilancia de la temperatura y otras prácticas de control sanitario aplicables a migrantes con signos sospechosos de portar la enfermedad, eso unido a la cautela diseñada para enfrentar a la COVID-19.
Además se les recuerda a todos los Estados miembros de la Unión Africana la necesidad de continuar el rastreo de contactos y el seguimiento de todos los casos probables y/o confirmados, fortalecer las medidas preventivas y de control del contagio en los centros sanitarios, a fin de evitar la formación de focos de expansión del mal.
También la agencia de salud de la organización continental actualmente hace hincapié en la necesaria protección de los trabajadores del sector, quienes enfrentan las epidemias en la primera línea y, en los casos específicos de decesos por Ébola, emplear métodos de inhumaciones seguras y dignas.
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Esa enfermedad, considerada potencialmente mortal, la provoca un virus del mismo nombre —el de un río en la RDC— y se identifica como una de las más graves conocidas por la humanidad. Su sintomatología incluye fiebre, vómitos, diarrea, dolor o malestar generalizado y, en muchos casos, hemorragias internas y externas.
Desde su identificación en 1976, con brotes simultáneos en los pueblos de Nzara (Sudán) y Yambuku (hoy Congo Democrático) se registraron 26 brotes epidémicos, mayormente en el continente africano, con una mortalidad superior al 90 % en sus cepas más letales, que son cinco, indican monografías científicas.
Conforme con esas fuentes, la trasmisión de la fiebre entre seres humanos ocurre por contacto con fluidos corporales, como la sangre, el sudor o el semen de los enfermos y tiende a infectar a quienes tratan directamente con los pacientes, quienes les cuidan, alimentan e hidratan.
Un individuo infectado generalmente sufre en los primeros días tras su contagio irritación ocular, dolor muscular o estado febril y si se determina que está enfermo, debe aislarse y su diagnóstico confirmarse con una prueba PCR-RT (reacción en cadena de la polimerasa con transcriptasa inversa), capaz de detectar al virus.
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Según un informe publicado hace poco más de dos años en Emerging Infectious Diseases, una amplia gama de trastornos suele persistir entre los sobrevivientes de Ébola en Sierra Leona, incluidos accidentes cerebrovasculares y dolores de cabeza migrañosos e, incluso, algunos sobrevivientes no pueden cuidar de sí debido a esas secuelas psiquiátricas y neurológicas.
La aplicación de severas medidas restrictivas para evitar la propagación del Ébola constituye la principal forma de prevención y sigue siendo primordial, pese a que se cuenta con una vacuna cuyas alta probabilidades de efectividad generan esperanzas entre los científicos de resolver un dilema vital.
Unas 11 300 dosis de la Merck, suministradas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) contra la fiebre hemorrágica, llegaron a finales de febrero a Guinea tras conocerse que reapareció la enfermedad y concederle máxima responsabilidad al enfrentarla con la mayor rapidez posible para evitar la propagación a otros países vecinos de África occidental.
Es evidente que otro problema por resolver en el continente es la propiedad y distribución del antígeno para combatir la enfermedad, algo que muestra los perfiles políticos, económicos y sociales del escenario africano, pocas veces beneficiado con repartos equitativos como ahora parece plantearse con el proyecto Covax, de distribución de vacunas orientado contra la COVID-19.
El Covax es un sistema de repartición de medicamentos, promovido por la OMS y respaldado por Naciones Unidas y la Unión Africana, que puede ayudar al continente con la tenencia de fármacos vitales requeridos contra un haz de peligrosas dolencias —el Ébola, Malaria y Poliomielitis, entre otras— que sufren los países de menores recursos financieros y escaso desarrollo.
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