África subsahariana es víctima de peligros como el extremismo confesional y un aumento de la delincuencia, ambos debilitan la estabilidad, pero pese a ello la región consolida su futuro en este complejo momento mundial.
Las citadas son solo dos causas y existen más por las cuales el continente, para su preservación, está obligado trabajar con mucha eficacia en su seguridad integral, no solo fomentar la paz entre sus pueblos, sino también avanzar en el tema clave del desarrollo y el progreso social.
Una gran región -30 272 922 kilómetros cuadrados y unos 1300 millones de habitantes- presenta escandalosas disparidades entre sus inmensas riquezas y los bajos coeficientes de aprovechamiento en función su desempeño socioeconómico, toda vez que permanece sujeta a un modelo ahora globalizado de intercambio desigual.
Se observa claramente cómo opera ese vínculo a través de renglones como la deuda externa (e infame) y en la manipulación de inversión de capitales procedentes de Occidente. Se dice que cada dólar que llega a África por ese concepto retorna multiplicado por 10 a las arcas de procedencia.
El continente empobrecido y atrapado en las redes del neoliberalismo es un exportador neto de capital hacia las potencias centrales; cálculos conservadores apuntan que en el período 1981-2011, es decir en 30 años, transfirió en total 400 000 millones de dólares.
Otro dilema africano es la lucha contra la pobreza familiar, que en extensas zonas se identifica como miseria. También afecta al área el deterioro climático y de su ecosistema porque tan importante es enfrentar la desertización en la región del Sahel como detener la sobreexplotación del fondo marino en el litoral de Somalia.
Estos últimos ejemplos generan inconvenientes sociales: las escaladas de flujos migratorio sahelianos hacia Europa, y la persistencia de la piratería en la humilde costa somalí, respectivamente, y esos dos son aspectos negativos que inciden y fragilizan la seguridad regional.
La Unión Africana, consciente de su papel de institución de salvaguarda, concede prioridad en su agenda a todos esos asuntos, que poseen repercusión global y en tanto que obstáculos inmediatos entorpecen las gestiones estratégicas, abren puertas a soluciones de fuerza y desdeñan la capacidad e inteligencia autóctona.
Incontables operaciones militares y complots preparados por los servicios secretos de Occidente, se dirigen a crear situaciones favorables para supeditar los propósitos africanos a los intereses de las potencias centrales, matrices de las firmas trasnacionales, arterias de la estructura imperialista y que profusamente expolian al continente.
Al respecto, la reacción ante a los problemas de la región abandona la versión de la zanahoria y pasa a ser el empleo del garrote, lo cual es una modalidad que no requiere camuflarse, sino resultar siempre más ejecutiva y funcional, según se observó a lo largo de la historia principalmente después de las independencias.
OPCIÓN DE FUERZA
Es perenne sobre el tablero regional la propuesta de Occidente de enfrentar violencia con más violencia, extirpar con cañonazos dificultades enraizadas y tratarlas como contrariedades coyunturales y no esenciales con lo que le saca el cuerpo a procurar soluciones de fondo constructivas.
Así hay que entender la visita realizada a la región por el general estadounidense Stephen Townsend, comandante del Comando de África (Africom), quien estuvo en Djibouti y después viajó a países de África occidental,incluido Níger, donde Washington tiene una base de drones (aviones autómatas).
En Niamey, la capital nigerina, el general se reunió con el presidente, Mahamadou Issoufou, y con altos oficiales de las fuerzas armadas, con todos discutió temas sobre la seguridad y la defensa, así como la presencia de Níger en operaciones multinacionales para contrarrestar las amenazas múltiples en sus fronteras.
La excusa estadounidense para establecerse en Níger era la construcción a un costo de 120 millones de dólaresde la Base Aérea 201 para operar con drones, MQ-9 Reaper, como ordenóel presidente Barack Obama en 2014, la cualtiene una pista de más de 2 000 metros de largo y 45 de ancho, expone el periodista Guadi Calvo en alainet.org.
“Hasta la llegada de Trump la dotación de boinas verdes era de unos 100 efectivos, número que ya se elevó a 800”, añade y amplia que desde esa base se operó contra Somalia y el sur de Libia, y además desde allí se vigila a presuntos grupos extremistas que actúan en Chad, Camerún y Nigeria.
Durante bastante tiempo las operaciones con drones se realizaban desde Camp Lemonnier, en Djibouti, pero esa práctica se extendió, pues tales acciones permiten desde posiciones remotas controlar o destruir objetivos en el escenario bélico correspondiente con bajos costos en cuanto a pérdidas.
“En operaciones, la Base 201 simplificará los ataques contra Libia y Somalia, pero también permitiría articular operaciones con las fuerzas francesas del norte de Mali, que desde el 2012, con la operación Serval y continuada con la Barkhane desde 2013, (cuenta) con cerca de 3 000 efectivos”, adelantó alainet.org.
El interés en imponer el quehacer manu militari, es el escalón previo al reforzamiento del saqueo de las riquezas por parte de las trasnacionales, primero es asegurar de cualquier forma las fuentes de suministro ya sea con el gendarme en la puerta o con los drones en el firmamento.
Esa versión que mata al hombre no al hambre, es, sin embargo, parte de una madeja política en la cual todo conflicto se identifica con los asuntos de seguridad, algo que es una visión estrecha del dilema africano, la cual a la larga proyecta la imagen del continente como la del temido espantajo de la barbarie, truco mediático contemporáneo.
Queda por ver si los bombardeos con aviones-robot resuelven los entuertos –algo muy dudoso- o lo empeora –lo más probable-.
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