En un planeta machucado por la virulenta pandemia de la COVID-19 y por un sin fin de cuentas pendientes en materias económica, política y social, finalmente despertamos en las últimas horas con una noticia cuando menos esperanzadora.
Se trata de que el añejo acuerdo bilateral entre Washington y Moscú sobre limitación de artefactos nucleares conocido por START, y que tenía fecha de caducidad el cercano febrero, acaba de ser extendido otro quinquenio por los firmantes a pocos días del estreno de Joe Biden en la Casa Blanca.
El cambio en el timón ocurrido en la Oficina Oval a inicios de este enero sin dudas tiene que ver con el suceso, toda vez que bajo la administración del saliente Donald Trump el trascendental protocolo se encontraba virtualmente en capilla ardiente a partir de la recurrente práctica trumpista de desbaratar cuanto entendimiento internacional no se acomodase a sus particulares caprichos y concepciones.
Parecería entonces que con Biden la carencia de cordura vigente no pocas veces en la historia del comportamiento oficial norteamericano, acaba de asumir algo de carga positiva, sobre todo en un asunto crucial para la supervivencia del género humano.
De hecho, el entendimiento sobre el START tuvo lugar durante la primera conversación telefónica entre el nuevo mandatario estadounidense y el presidente ruso, Vladímir Putin, donde además se examinaron otros temas vitales en el escenario bilateral y global, y en la cual el jefe del Kremlin insistió en que “la normalización de las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos respondería a los intereses de ambos países y, teniendo en cuenta su especial responsabilidad de mantener la seguridad y estabilidad en el mundo, de toda la comunidad internacional”.
Según Moscú, se trató de un diálogo “profesional y sincero”, términos que suenan a algo así como el abrir de una ventana en medio de los hoy enredados vínculos mutuos.
Lo cierto es que ambas partes acordaron alargar la vida del START en su letra original y sin las absurdas exigencias de la época Trump acerca de incluir a China (jamás presente en el tratado), aun cuando, según medios de prensa, Rusia sugirió sumar al protocolo límites también a los armamentos no nucleares.
En consecuencia, y con su vigencia por otro quinquenio, el START limita nuevamente los peligros de una renovada carrera armamentista, aun cuando la armazón internacional enfilada a reducir los riesgos de conflicto atómico perdió sensible terreno y efectividad en los últimos cuatro años. Cabe recordar en ese sentido que Donald Trump se deshizo, entre otros compromisos globales gringos, del acuerdo sobre el control de misiles de medio y corto alcance, del protocolo internacional con Irán acerca del uso pacífico de la energía atómica por la nación persa, y del tratado de cielos abiertos, amén de abandonar la convención de París sobre el medio Ambiente, la membrecía norteamericana en la Organización Mundial de la Salud, y un sinfín de pactos comerciales.
Para analistas, la extensión de la vigencia del START podría ser una señal del inicio de un trabajo más mancomunado entre grandes poderes globales cuyo eje común de acción debería asentarse de una vez en el equilibrio, el diálogo, la seriedad, la responsabilidad, la objetividad, el respeto y la decencia, los únicos atributos que a estas alturas históricas pueden asegurarnos a todos un planeta más llevadero y promisorio…y, ciertamente, a quien le sirva el sayo… que se lo ponga.
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