Bajo el innegable influjo de una China que algunos definen como “la fábrica del mundo”, acaba de producirse en Hanoi, la capital vietnamita, el nacimiento del mayor acuerdo de libre comercio del orbe.
En efecto, el protocolo, apegado a una visión cooperadora y equitativa de la inevitable globalización económica, suma al gigante asiático, a una decena de integrantes de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, ASEAN, y a otros cuatro países del área Asia-Pacífico.
Con el rótulo Acuerdo de Asociación Económica Integral Regional, el protocolo pone final a las laboriosas negociaciones de un conglomerado que supone “treinta por ciento del Producto Interno Bruto Global y aproximadamente la misma proporción de la población mundial.”
Según el comunicado fundacional, dicha agrupación “liberalizará el comercio y será un mecanismo capaz de sortear las políticas proteccionistas tan al uso, o a situaciones coyunturales similares.”
Otra característica clave es la ausencia de los Estados Unidos en este protocolo, cuya delegación abandonó las negociaciones por orden de Donald Trump a tono con su capricho de no acceder a acuerdos donde el equilibrio multilateral y los intereses comunes sean la base de las conversaciones.
Lo interesante en esto último es, según expertos, que si Washington consideró haber dado un golpe mortal al diálogo, lo sucedido este noviembre en Hanoi indica que los Estados Unidos resulta ya prescindible en temas comerciales fundamentales para el resto de la comunidad global, y que su protagonismo decisivo de antaño está en pleno descenso.
Asido a una visión imperial de la globalización, a la que quiere como medio de imposición y dominio, la todavía activa administración gringa solo ha logrado un grado de auto aislamiento mundial de dimensiones proverbiales.
Por otro lado, el gigante asiático, sin dudas motor de la economía internacional, parece haber dado en octubre último un giro trascendente a su amplio espectro exportador, en lo que analistas definen como “una nueva estrategia económica que marca un giro casi total de lo que ha sido China hasta ahora, y que afecta de lleno a la economía mundial.”
Se trata de, según el estudioso Alberto Cruz, “sin cerrarse a las inversiones occidentales o renunciar a las exportaciones, mirar decididamente “hacia el interior del país en temas como la producción, distribución y consumo, con la determinación de reducir su dependencia de la tecnología y de los mercados financieros.”
El plan de marras, añade Cruz, autoriza al gobierno a adoptar respuestas contra cualquier país que “abuse de las medidas de control de las exportaciones y represente una amenaza para la seguridad nacional y los intereses de China.”
Apunta también contra las maniobras económicas externas que pueden perjudicar el desarrollo económico local, y constituye la primera ley de su tipo aprobada por el país desde su incorporación a la Organización Mundial de Comercio en 2001.
Por demás, el décimo noveno pleno del Comité Central del Partido Comunista chino, realizado también este octubre, se decidió claramente por la conversión de la economía nacional en la más fuerte del orbe, elevar en términos sustanciales los ingresos de los ciudadanos, dar preferencia al consumo interno, y “reemplazar las tecnologías norteamericanas en áreas centrales de la economía” mediante el impulso a la investigación y la innovación.”
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