El presidente de los norteamericanos había declarado tiempo atrás que “nunca soportaría el no ser reelecto” en los comicios programados para noviembre de este año que recién comienza.
Era sin dudas la expresa advertencia de que estaría dispuesto a hacer todo lo que estuviese a su alcance para satisfacer su arrogante capricho de mantenerse por otros cuatro años al frente de la Casa Blanca, y seguir actuando como le venga en ganas en su papel de “líder” de la primera potencia capitalista.
De ahí que uno se pregunte qué puede tener de extraño que todo cuanto ha acontecido por estos días en Oriente Medio en materia de loco incremento de las tensiones sembradas por la permanente presencia militar norteamericana en el área (en especial su estadía bélica por dieciséis años consecutivos en Iraq), esté relacionado íntimamente con el intento trumpista de manipular a su favor los ánimos previamente deformados de la opinión pública estadounidense con netos fines eleccionarios.
Todo empezó a fines de diciembre con un presunto ataque con misiles a una base militar gringa en suelo iraquí, que de inmediato Trump atribuyó a “milicias pro iraníes” sin que mediase confirmación alguna.
La “venganza” se concretó con el bombardeo estadounidense a posiciones de tales “enemigos” en Iraq y Siria, que a la vez fue respondido por “revoltosos anti norteamericanos” con el asedio a la embajada de Washington en Bagdad.
Y el punto culminante de esta cadena de peligrosos acontecimientos (por lo menos hasta que se escriben estas líneas), resultó al asesinato este enero en Bagdad del general iraní Qassem Soleimani, mediante el uso de helicópteros y drones Made in USA, y previa orden de la Oficina Oval.
El destacado oficial persa fue calificado de inmediato por el presidente de los norteamericanos y sus mandos del Pentágono como “uno de los grandes promotores de agresiones contra soldados y diplomáticos de Estados Unidos en Oriente Medio”, mientras que para millones de ciudadanos de esa región se contaba en verdad entre los grandes artífices de la derrota del terrorista Estado Islámico en Iraq y Siria, un neto ejército de criminales pagado, entrenado, armado y aupado por Washington y sus más cercanos aliados.
Semejante barbaridad no solo complica seriamente el tenso clima que reina en aquella área bajo la constante injerencia de la primera potencia capitalista, sino que acerca la posibilidad de un nuevo conflicto armado esta vez con el involucramiento directo de Teherán, y refuerza los criterios de no pocos gobiernos locales, incluido el iraquí, de que la presencia militar norteamericana solo aporta desestabilización e inseguridad a sus respectivos países, y por tanto es totalmente “innecesaria e injustificada”.
Pero Trump requiere de semejante teatro por dos razones personales claves: la primera, ya lo decíamos, potenciarse como “garante inflexible de la protección de sus tropas y de los intereses nacionales en el exterior” y por tanto merecedor de prolongar su permanencia en la Oficina Oval.
Segundo, embotar los espacios mediáticos con los “acontecimientos” acerca de un conflicto internacional de sonadas dimensiones donde el “hombre fuerte” que se considera resulta figura clave, justo en instantes en que está por reanudarse en el legislativo gringo el proceso de juicio político en su contra por abuso de poder y chantaje a un gobierno extranjero para obligarle a obtener y procesar información contra un rival político interno, el exvicepresidente Joe Biden, uno de los aspirantes a la candidatura demócrata para los comicios de noviembre.
Por lo demás, no son pocos los que se preguntan hasta donde es cierta toda la trama justificativa que hoy agita Trump para su nueva “ofensiva bélica mesoriental”, en un área donde Washington controla a grupos terroristas y autoridades afines que han sido utilizados más de una vez para actos de provocación y manipulación informativa favorables a sus planes hegemonistas.
Una duda que, por cierto, tiene sólidas bases históricas que incluyen, desde la provocada explosión del acorazado Maine en la Bahía de la Habana para justificar la oportunista guerra de rapiña a cuenta del caduco colonialismo español; el titulado incidente del Golfo de Tonkín para intensificar la agresión a Vietnam; o la invasión a Iraq hace más de década y media a cuenta de eliminar los arsenales de armas de destrucción masiva de Sadam Husein que nunca nadie ha podido encontrar ni mostrar; hasta la verdadera génesis de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 donde fueron sacrificados unos tres mil inocentes conciudadanos de un presidente capaz de todo… y de mucho más… por preservar la batuta.
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