El presidente de Burundi, Pierre Nkurunziza, reiteró que no participará en una carrera para reelegirse en los comicios de mayo próximo, decisión que contradictoriamente incrementó discrepancias entre el partido gobernante y la oposición.
Durante una conferencia de prensa, el mandatario ratificó ese criterio —ya expuesto en 2018, cuando cumplía su tercer período de mandato—, algo que causó fricciones en el ámbito constitucional y generó una crisis en el país donde habita un conjunto de comunidades nacionales (hutus y tutsis), similar a su vecina Ruanda.
El genocidio ruandés ocurrido en 1994 constituye un trágico precedente que ningún país quiere reeditar no solo en la región de los Grandes Lagos, donde se asientan esos dos Estados, que mucho antes estuvieron unidos como el reino de Ruanda-Urundi y que pasaron a ser repúblicas independientes con la descolonización.
Cada vez que se dificultan las relaciones entre esos grupos humanos se recuerda esa masacre en la cual remanentes del Ejército en retirada de la guerra y facciones extremistas Interhamwe, asesinaron a entre 800 000 y un millón de personas de origen tutsi y hutus de conducta política moderada en el curso de unos 100 días
Luego de que Nkurunziza reiteró su negativa a postularse, el partido gobernante el Consejo Nacional por la Defensa de la Democracia-Fuerzas para la Democracia (CNDD-FDD) escogió a su secretario general, Évariste Ndayishimiye, como candidato para las elecciones del próximo 20 de mayo.
Aunque no sorprendió la declaración del mandatario, respaldada por su agrupación política, esta aumenta la complejidad del panorama electoral muy vinculado con la filiación étnica de sus formaciones públicas y civiles.
Lo ocurrido en Ruanda activa las alertas en África y en el resto del mundo para evitar algo similar; no obstante, la crisis social y política burundesa desatada a partir de 2015 transcurrió con violentas protestas opositoras y un intento fallido de golpe de Estado, todo lo cual causó miles de desplazados.
Según estadísticas del Alto Comisionado de ONU para los Refugiados (Acnur), en aquel año emigraron de Burundi hacia países de la región unas 500 000 personas, la mayoría encontró abrigo en Tanzania; le siguen en forma descendente Ruanda, República Democrática del Congo y Uganda.
La crisis postelectoral de 2015 creó una situación de desconcierto y se retomaron acusaciones contra las comunidades mayoritarias, así se instrumentalizó el miedo al etnocidio —como ocurrió en 1972 y 1988— dos matanzas de hutus a manos del ejército dominado por tutsis.
Burundi —un país sin salida al mar y fronterizo con Ruanda, Uganda y la República Democrática del Congo— cuenta con una composición nacional del 84 por ciento hutu, 14 por ciento tutsi y alrededor de un dos por ciento twa, una diversidad que marcó su historia en cuanto a conflictos entre las entidades nacionales.
Esa república desde 1962, antes fue reino (monarquía tradicional) de 1680 hasta 1884 y colonia alemana de 1884 hasta 1916, así como estuvo bajo dominio belga de 1916 a 1962, año en que se convirtió en Estado independiente, que arrastró las contradicciones políticas con matices étnicos potenciadas por el colonialismo.
Según convergen historiadores, tanto Alemania como Bélgica promovieron una concepción ideológica de superioridad respecto a la comunidad tutsi con relación a las demás y de ella en forma privilegiada procedían los empleados públicos, los funcionarios del aparato colonial y los mandos militares subalternos, entre otros.
Siendo minoría demográfica, su élite pasó a ser la cúpula del poder tras la independencia, con la cual se restauró la antigua jefatura, aunque como monarquía constitucional, bajo la autoridad del rey Mwambutsa IV.
La población burundesa es mayormente rural, cuyo principal sostén económico proviene del agro (58 por ciento del producto interno bruto) y en ese renglón la agricultura de subsistencia ocupa a más del 90 por ciento de la fuerza de trabajo. También posee recursos minerales como uranio, níquel, cobalto, cobre y platino.
Sin embargo, la explotación en forma primitiva y exhaustiva de las tierras por las comunidades asentadas en el área rural causaron problemas ambientales como deforestación, erosión y destrucción del hábitat, las cuales incidieron en que el país superpoblado sufriera hambrunas.
World Poverty Clock apunta que el 77,2 por ciento de los nacionales vive por debajo de la línea de pobreza. El Índice de Desarrollo Humano lo sitúa en el puesto 185 de 189 Estados.
Burundi es uno de los países más pobres del mundo, lo cual se conjuga con su crisis, desatada en 2015.
VIOLENCIA
Desde su independencia, en 1962, el país sufrió escasos períodos de estabilidad social y política, una parte significativa de ello como consecuencia del legado colonial que fracturó a propósito la unidad nacional, al hacer énfasis en la división de las comunidades según la procedencia étnica.
A partir de los años 60 fue escenario de varios golpes de Estado, tres magnicidios y algunas masacres enmarcadas en la rivalidad entre hutus y tutsis, especialmente en el periodo 1993-1999, cuando la violencia causó 250 000 muertos y centenares de miles de desplazados.
La guerra civil (1993-2005) dejó alrededor de 300 000 muertos, por eso, la decisión de Nkurunziza de no postularse nuevamente el próximo mes de mayo —a las elecciones legislativas y presidenciales— será una prueba que redefinirá su futuro político cercano luego de cinco años de agitación social.
Mientras que aumenta la tensión en el período de preparación de la consulta electoral, el principal partido de oposición de Burundi —Congreso Nacional pour la Liberte— el Congreso Nacional para la Libertad (CNL) eligió a Agathon Rwasa, un ex jefe rebelde como aspirante a suceder al saliente Nkurunziza.
Rwasa fue el principal candidato de la oposición en dos elecciones anteriores, aunque en ambos casos las boicoteó y acusó al gobierno de que en esas jornadas hubo demasiada represión contra sus partidarios. Actualmente se prevé que el opositor cambie de una conducta y acuda a las urnas.
Para muchos observadores los principales tintes electorales están bien definidos en cuanto a obediencia más étnica que ciudadana: los leales a Évariste Ndayishimiye y Agathon Rwasa tirarán de los lados de la cuerda burundesa en un pulseo vigilado atentamente por África para evitar que se desaten las furias.
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