Ciertamente, cuando los estamentos políticos y gubernamentales se embeben de esquemas inamovibles y presuntas “verdades únicas y reveladas”, cierran los ojos a las realidades, y acomodan su hacer en hormas estrechas y cuajadas de permisibilidad, inconsistencias y contradicciones, entonces ni esperar que algo pueda marchar bien.
Y la historia tiene no pocos ejemplos viejos, más recientes, y actuales sobre lo que supone semejante discurrir, y, por cierto, no pocas veces van más allá de la geografía y las opciones políticas de los involucrados.
Así, en el caso concreto de los Estados Unidos de nuestra hora (motivo central de este comentario) estamos asistiendo en los inicios de la presidencia Biden a los clásicos enredos y vicios de sus tradicionalistas antecesores con su exuberante carga de manipulaciones, parcialización, y obediencia sectorial.
¿Caso evidente? Pues la tardanza, los resquemores y el estira y encoge de Washington para reincorporarse al acuerdo con Irán suscrito en 2015 por la Casa Blanca, Rusia, China, Alemania, Gran Bretaña y Teherán, y relativo al programa de la República Islámica para el uso pacífico de la energía nuclear.
Como se sabe, en 2018 el entonces presidente en funciones Donald Trump decretó la salida unilateral norteamericana de dicho pacto por considerarlo inadecuado, e implementó nuevamente un programa de sanciones contra la nación iraní.
También es conocido que desde entonces Teherán se ha armado de paciencia para intentar la sobrevivencia del acuerdo, a pesar de que los aliados europeos de USA firmantes del protocolo poco o nada han hecho para conjurar los riesgos derivados de la renuncia gringa.
Según las promesas electorales de Joe Biden, su país retornaría al pacto una vez iniciado su ejercicio personal en la Oficina Oval, sin embargo la postergación es notoria y se explica por la pretensión oficial de imponer a Irán nuevas condicionantes a cambio del retorno gringo, a lo que se suman por estos días demandas de titulado Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (el lobby pro sionista del Congreso) para no revivir el acuerdo nuclear de 2015 en su formato actual.
La petición está encabezada por el senador demócrata Bob Menéndez y el republicano Lindsey Graham, e insta a las instancias legislativas a rechazar la vuelta al acuerdo nuclear con Irán si no se incluyen demandas adicionales en el documento.
Por supuesto, para muchos analistas ello equivale a un abierto sabotaje a la propia existencia del también llamado Plan de Acción Conjunta, toda vez que Tel Aviv aseguró públicamente que sus vínculos con Washington podrían agriarse si la primera potencia capitalista se enrola nuevamente en la lista de firmantes sin lograr “modificaciones adecuadas.”
En ese sentido, medios de prensa citaron afirmaciones del jefe del estado mayor israelí, el general de división Aviv Kochavi, quien advirtió a USA que el regreso al pacto nuclear con Irán sería “incorrecto desde un punto de vista operativo y estratégico”, y amenazó con planes operativos propios contra Irán.
Del otro lado, y en reciente visita a Teherán, Rafael Grossi, director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica, AIEA, se refirió a la prórroga de noventa días concedida por Irán en el diferendo para que los firmantes del Plan de Acción Conjunta busquen fórmulas que mantengan vivo el acuerdo, y exhortó a los aludidos a no desconocer esa “ventana de oportunidad diplomática” abierta por la República Islámica.
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