Hace unos días, el presidente Joe Biden, luego de un diálogo virtual con las máximas autoridades canadienses, anunció la concertación mutua para “poner freno a China.”
Se trata de otro indicio que se suma a pronunciamientos anteriores del mandatario demócrata en el sentido de insistir en “recortar bridas” al gigante asiático, que debió enfrentar las torpes decisiones de Donald Trump en sus cuatro años de inquilinato en la Casa Blanca con respecto a las relaciones bilaterales.
De ahí que para no pocos analistas, salvo tal vez alguna que otra seña salteada, el meollo del encono estadounidense contra su “gran competidor” global no adelanta un cambio de estrategia, lo que augura hasta el momento nuevos tiempos de encontronazos con Beijing.
No sorprende, desde luego. Al final las políticas partidistas norteamericanas son dos ramas del mismo torcido árbol, y los propósitos de preponderancia global les son totalmente comunes, solo que de vez en vez cada quien gusta de sus propias tácticas.
Por otro lado, y justo por conocer semejante “intimidad” política gringa, ni Beijing, ni tampoco Moscú, batieron palmas de alborozo por el cambio de administración en la Casa Blanca, aún cuando han ofrecido a Biden la posibilidad de un diálogo respetuoso y constructivo entre iguales.
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En el caso chino, en fecha muy reciente, Yang Jiechi, director de la Comisión Central de Asuntos Exteriores del Partido Comunista, se refirió a las continuas acciones provocadoras que han realizado las administraciones estadounidenses contra el gigante asiático, y precisó de forma contundente que “ninguna fuerza detendrá el desarrollo del país”.
Para el funcionario, lo que Washington debe “superar es la obsoleta mentalidad de rivalidad, reanudar los contactos y dejar de entrometerse en los asuntos internos de China.”
Hay que recordar que los vínculos bilaterales enfrentan tensiones riesgosas en todos los sentidos, desde la generalizada guerra arancelaria desatada unilateralmente por Donald Trump, hasta la injerencia desestabilizadora en Hong Kong y el apoyo militar y político a Taiwán, que son partes inviolables de China.
Y todo, porque el gigante asiático se ha erigido en un formidable oponente al expansionismo hegemonista gringo, y va camino de arrebatar a la primera potencia capitalista los cetros globales que apenas logra sostener a estas alturas de la historia.
Así, los más recientes informes económicos indican que el pasado año, “mientras el Producto Interno Bruto norteamericano decreció 3,5 por ciento, un nivel que no se producía desde la Segunda Guerra Mundial, el de China se incrementó en 2,3 por ciento para superar ampliamente el monto de 15.4 billones de dólares.
Por su parte, y según medios de prensa, el Centro británico de Investigación Económica y Empresarial indicó que el gigante asiático se convertirá en 2028 en la mayor economía del planeta, dejando atrás a los Estados Unidos cinco años antes de la fecha estimada previamente.
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Para esa entidad, “Beijing se pondrá a la cabeza de la clasificación en ese año y no abandonará el primer lugar durante todo el horizonte de las previsiones que se extiende hasta el 2035.”
Agregó además que la potencia estadounidense mantendrá el segundo lugar mundial, aunque amenazada muy de cerca por el alza de la India “que a partir de 2030 pasará a ser la tercera economía del orbe.”
Y esa realidad, aseguran los expertos, no podría alterarla nadie a estas alturas, a menos que la especie humana sucumba…de manera que, a una Oficina Oval bien entendedora debían bastar pocas palabras.
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