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viernes, 1 de noviembre de 2024

Chofer… a tu timón

La Unión Europea debiera ser de las más interesadas en el diseño de un mundo multipolar...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 14/02/2021
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Canciller ruso-Seguei Labrov
El canciller ruso, Seguei Labrov, se mostró sorprendido por el cambio de criterio de Josep Borrell acerca de su reciente visita a Moscú. (Tomada de hispanTV).

A la veterana Europa de los grandes imperios venidos a menos, sin dudas le convendría en mucho agitar sus esfuerzos en procura de su propia personería global, con más razón cuando acaba de vivir experiencias tan inicuas como la sarta de improperios y medidas deleznables provenientes del defenestrado gobierno de Donald Trump.

Vale recordar que desde fines de la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos repuntó como la nueva gran potencia capitalista ante una Europa devastada y colmada de penurias.

La segunda conflagración global no solo marcó el definitivo ocaso europeo —esencialmente de las grandes potencias colonialistas del occidente— como polos de poder internacional, para degradarlas a socios de segunda del Washington consolidado como líder del titulado Mundo Libre, frente al “reto” de la URSS y el campo socialista aledaño a la frontera Este del gigante euro-asiático.

Las tropas norteamericanas desplegadas en el Viejo Continente, el titulado Plan Marshall de “ayuda económica” a los añejos poderes regionales, la consolidación del dólar como moneda mundial, y el ulterior surgimiento de la belicista Organización del Tratado del Atlántico Norte como bloque militar agresivo, cerró el tejido de la hegemonía oficial gringa.

Ciertamente, importantes figuras políticas europeas fueron conscientes de los riesgosos lazos político-económicos de dependencia con respecto a la Casa Blanca, y el papel de “primera línea desechable” otorgado por los poderes norteamericanos al Viejo Continente en un posible conflicto militar y nuclear contra la Unión Soviética dentro de la titulada Guerra Fría.

Sin embargo, ni esos antecedentes, ni el escenario surgido luego de la desaparición de la URSS hasta nuestros días parecen haber calado profundamente en los gobiernos euroccidentales, que aún luego de haber sido tildados públicamente de “acomodados y oportunistas” por el expresidente Trump, no parecen todavía determinados a intentar ganar en personería propia frente a un “socio” profundamente egoísta, pancista y cada vez más en retroceso.

Así, siguen pesando en las políticas europeas las líneas de conducta negativas o cuando menos cómplices contra Moscú y Beijing, o frente a otros asuntos claves como el intento de desmembrar a Oriente Medio y Asia Central u hostilizar a Irán.

Hace unos días, por ejemplo, Josep Borrell, jefe de la diplomacia de la Unión Europea, UE, al cierre de una visita a Moscú donde se habló de la necesidad de ahondar el diálogo bilateral, destacó precisamente la valía, la apertura y la honestidad que caracterizaron sus encuentros con el Kremlin.

Sin embargo, apenas un día después, a su regreso a Bruselas, y tal vez luego de un buen regaño, el funcionario se desmintió en un mensaje virtual en el cual expresó que “una conferencia de prensa organizada de forma agresiva” (junto a la concreción de provocadores roces diplomáticos ligados al irrespeto occidental por la autodeterminación rusa) “indican que Moscú no quería aprovechar esta oportunidad para tener un diálogo más constructivo con la UE”.

Una tergiversación mediática que está en línea con la continuación del despliegue militar de la OTAN sobre las fronteras occidentales de Rusia, la absurda demanda de que Crimea (histórico territorio ruso) pase a control de Kiev, o el sabotaje a la culminación de las obras del gasoducto Nord Stream 2 que ampliaría el envío directo de energéticos rusos a territorio alemán. En pocas palabras, la prolongación de la subordinación euroccidental a Washington aún contra los propios intereses del Viejo Continente.

No obstante, ciertas voces de último minuto parecerían intentar aprovechar el cambio de gobierno en la Casa Blanca para deslizar otros criterios.

Así, el titular germano de Relaciones Exteriores, Heiko Maas, criticó las tendencias “aislacionistas” de algunos responsables europeos frente a Rusia y China, y argumentó que tales actitudes no solo perjudican al Este del Viejo Continente, sino que estimulan “la creación de la alianza económico-militar más grande que existiría en el mundo” integrada por Moscú y Beijing”.

Se trata , al menos, de una voz europea signada por rasgos de cordura y objetividad, y evidentemente preocupada por el triste papel que por decenios viene jugando el Viejo Continente como una carta más en la mesa de juego hegemonista Made in USA.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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