Tal vez a estas alturas Donald Trump haya entendido que la altanería, la guapería y la insolencia pueden no surtir el enervante efecto deseado para “encantar” a los norteamericanos, con más razón cuando un monstruo como la Covid-19, ido de las manos en la primera potencia capitalista, se enfila a ponerlo todo de cabeza.
Y cuando decimos todo, cuentan con especial peso los comicios presidenciales de noviembre cercano, para los cuales el presidente, loco por la reelección, parecería no tener los altos índices de ventaja con los que esperaba realizar su ambición de repetir en la Casa Blanca.
El hombre que se autotituló hace poco como “el presidente para la guerra” acumula, según analistas y medios de prensa, el fardo de haber sembrado la incredulidad entre muchos de sus compatriotas al convertir desde un inicio el tema del nuevo coronavirus en “un asunto sin mayor importancia” y hasta objeto de sus frecuentes chanzas, para ahora —desconcertado ante una avalancha que no imaginó— intentar borrón y cuenta nueva y proyectarse como el gobernante único y decidido que “salvará a los Estados Unidos”.
Solo que luego de casi 33 060 ciudadanos contagiados, 420 fallecidos, y la realización de menos de 12 000 exámenes para la Covid-19 en una población de 330 millones de habitantes… la mayoría de ellas a un costo de miles de dólares del bolsillo de cada paciente.
En consecuencia, el clima interno raya en el caos, e importantes figuras médicas oficiales norteamericanas lo califican como “totalmente fuera de control”.
Mientras, Trump moviliza la Guardia Nacional hacia las regiones más afectadas, habla de enviar recursos médicos y exámenes gratis que no aparecen, y hasta exalta como remedio santo “la milagrosa” (para él) cloroquina, un fármaco que de inmediato la propia Administración Nacional de Alimentos y Medicamentos desestimó por completo, al tiempo que expertos en salud tildaron de “gran riesgo para la vida” por sus numerosas contraindicaciones y su no autentificada validez contra la Covid-19.
Pero hay más, y en el terreno económico, donde el presidente se precia de sus “éxitos” a partir de reformular tratados a capricho y de su guerra arancelaria contra Beijing.
Sobre el particular, las instituciones locales Morgan Stanley y Goldman Sachs Group Inc. dijeron que el coronavirus causará un mayor sufrimiento económico de lo que se esperaba, y advirtieron de una caída récord de la producción norteamericana en el segundo trimestre, como parte y de una profunda recesión mundial. Ambas entidades ya anticipaban una baja del 24 por ciento en este indicador nacional antes de la explosión de la Covid-19.
Según las mismas fuentes, el producto interno bruto estadounidense se reducirá en 30,1 por ciento en el período abril-junio, y ello implicará una tasa de desempleo de 12,8 por ciento, lo que indica que Trump perderá mucho de lo que pretendía jactarse.
Del lado demócrata, frente a la extensión de los contagios, la maquinaria electoral disminuye en velocidad, y los candidatos a encabezar la boleta azul, Joe Biden y Bernie Sanders, anuncian debates televisivos sin asistencia de público, al tiempo que se suspenden las votaciones primarias en diversas ciudades y regiones a la espera de “mejores noticias sanitarias”.
Entre los interesados en esta lid partidista, y en medio de la actual pandemia, también empiezan a ser preocupaciones la edad y la salud de ambos rivales, Biden, con 77 años y un aneurisma cerebral en su expediente, y Sanders, de 78 años y con un infarto cardíaco hace menos de seis meses. Aunque Trump, con sus 74 años y sus muchos trastornos, no es precisamente un “pepillo” ingenioso y en flor.
Vale afirmar entonces que, de la noche a la mañana, los destinos de la dirección ejecutiva en los Estados Unidos empiezan a ligarse en mucho con lo que suceda en torno al avance o el conjuro de la Covid-19 en aquellos patios, y las secuelas que pueda dejar en una sociedad que ni es tan sólida ni tan invulnerable como la pintan.
Javier Hernández Fernández
29/6/20 22:30
Covid-19 peso pesado elecciones.
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