Sonada en su época la diatriba de Francis Fukuyama luego del desmonte del socialismo en Europa del Este y la disolución de la Unión Soviética. La historia —concluyó el citado vocero norteamericano de origen japonés- ha llegado a su fin. El capitalismo vino para quedarse.
Le seguirían, por supuesto, otras “ideas” claves, como la que establece que Estados Unidos no admitiría más la existencia de otras superpotencias, no importa el precio de ese capricho.
“Era, al decir de un colega, la pretendida concreción del sueño de los añejos cabecillas de la nación elegida, y de los neoconservadores que a fines de la década del setenta del pasado siglo, en el titulado Programa de Santa Fe, sentenciaron que la distensión mundial era equivalente al suicidio del gran imperio, y hasta se mostraron agresivamente proclives a sepultar a la Organización de Naciones Unidas, ONU, tildada entonces de estrado anti norteamericano en manos del comunismo internacional y sus satélites del Tercer Mundo”.
Y desde luego, hubo multitud de confusiones, deslealtades, y hasta deserciones perentorias frente a los sonados acontecimientos políticos que pusieron fin al mundo bipolar.
Solo que una vez más resultó válida aquella frase que anuncia que las grandes calamidades suelen promover también las grandes soluciones, y la humanidad comprendió las nuevas reglas de juego y supo desentrañar lo tremebundo de los mensajes triunfalistas con factura Made in USA.
A su vez, la desaparición del “socialismo real” se convirtió, de tragedia, en referente excepcional para los pueblos, y las renovadas fuerzas progresistas afloradas en más de un gobierno a escala mundial sepultaron los viejos dogmas, asumieron los sesgos positivos de la historia, y elaboraron y elaboran sus rutas a partir del más cardinal principio revolucionario: transformar con apego a la realidad y a las condiciones propias.
Porque, sentenciaba un estudioso, “ningún proyecto revolucionario admite copias al calco, ni se empaca y dicta desde los sectarios olimpos, la imaginería caudillista, o el peso de los decretos. Lo decide y valida, inexorablemente, la propia vida.”
De manera que si el imperio moviliza sus recursos y aliados a favor de su hegemonía, el resto del orbe, aquellos que hemos sido focalizados como “trofeos de caza”, no podemos menos que hacer lo mismo en nuestro terreno para evitar cerrojos. Y es que, inexorablemente, la seguridad y la integridad están ligadas al apremio de crear un poder alternativo a la altura del que despliega el gran depredador, o al menos capaz de disuadirle tanto en el terreno económico y militar como en el político.
En consecuencia, nacen entidades como el llamado BRICS, integrado por poderosas economías emergentes como China, Rusia, Brasil, la India y Sudáfrica, que ya disputan grandes espacios globales a la vieja autocracia económica occidental, al tiempo que en regiones como América Latina, agrupaciones como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América, ALBA; UNASUR, o la novel Comunidad de Estados de América Latina y le Caribe, CELAC, aseguran un nuevo futuro participativo, integrador y justo en esta, nuestra parte del planeta.
Ello sin olvidar al Movimiento de Países NO Alineados, que desde su creación formal en 1961, y hasta su más reciente cumbre en Teherán, este 2012, ha mantenido su línea de consenso en la defensa de los intereses tercermundistas, la lucha por un universo de paz e igualdad, el respeto a la autodeterminación y la integridad de los pueblos, y la más absoluta democratización de las relaciones y los organismos internacionales.
En pocas palabras, que a todas luces el sueño de poder universal de los poderosos tal vez nunca fue menos viable que en nuestros días, porque más que bridas a partir de una destrucción militar mutua entre dos colosos, se trata ahora para los predadores de enfrentar e intentar destruir la proliferación de una conciencia generalizada en torno a la locura de admitir y asumir sus proyectos absolutistas e inmovilistas.
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