No por gusto la Organización Mundial de la Salud y la ONU, tan vilipendiadas últimamente por una Casa Blanca aferrada al egoísmo, la prepotencia y los intereses electoreros, no cesan de difundir el criterio de que el nuevo coronavirus es un reto y un riesgo para todos los seres humanos sin distingos, y por tanto solo la unidad y la solidaridad pueden sacarnos, como especie, de este precipicio sanitario.
En pocas palabras, no bastan como “antídotos” los muros, cercados, estancos, barreras, empalizadas, túmulos y palacios… ni mucho menos los títulos nobiliarios o de realeza, cargos políticos claves, profesiones o cuentas multimillonarias, aviones y yates privados.
No cuenta ser un poseído, egoísta, tránsfuga o inconsciente, como desgraciadamente tampoco resulta el ser el alma más pura y dedicada del orbe. El Covid-19 sigue siendo por ahora un agente de muerte del cual solo podemos intentar poner distancia de por medio actuando de forma responsable, personas y gobiernos, a cuenta de la adopción estricta de las medidas ya conocidas para atenuar a la bestia en tanto la ciencia busca el remedio concluyente.
No obstante, y contra la sobrevivencia humana, se han cerrado en sus muy particulares casillas mentales, perdiendo incluso un tiempo precioso para sus conciudadanos, un manojo de estadistas y funcionarios que al parecer, a su incapacidad e ignorancia sumaron la pretensión de que “una gripe de chinos” nunca les rozaría siquiera, más allá de las inevitables “bajas colaterales” en escenarios sociales (sumados los propios) profundamente asimétricos y excluyentes.
La Covid 19 ha sido en esto, si se quiere, “un tanto más cruelmente democrática”, sin pasar por alto que, con todo, de los casi dos millones de infectados a escala global, la mayoría la ha puesto la gente común.
Así, entre la lista de asustados, sospechosos de contagio, y enfermos con el nuevo coronavirus aparecen nombres y linajes que nadie tal vez imaginó.
Donald Trump, por ejemplo, se las vio negras cuando recibió en su complejo residencial de La Florida a su ferviente admirador Jair Bolsonaro y su comitiva, entre la cual luego se detectarían portadores de la Covid 19, lo que obligaría al presidente brasileño a someterse a un test médico urgente para comprobar si también cargaba con la infección.
También Ivanka, la “niña” predilecta el mandatario gringo, jugó con fuego al intercambiar en Oceanía con funcionarios locales que luego resultaron hospederos del virus, según reseñaron en su momento medios de prensa.
Las respectivas esposas del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, resultaron contagiadas, en tanto la canciller alemana, Angela Merkel, se sometió a aislamiento domiciliario por haber tenido contacto con cargos oficiales infectados.
En gran Bretaña, hasta la Casa Real ha atravesado sus tragos amargos, cuando el heredero al trono con 71 años de edad, el príncipe Carlos, fue declarado enfermo de la Covid 19.
Poco después, el primer ministro Boris Johnson también fue descubierto como portador de la pandemia, y debió someterse a cuidados intensivos y a dejar por unos días sus responsabilidades de gobierno.
Las listas incluyen además a marqueses, condes, familiares y allegados a la aristocracia europea, artistas, deportistas de renombre, e intelectuales de talla internacional.
Todo ello confirma entonces que el planeta no está solo ante un problema de tercermundistas y pobres -que seguirán poniendo sin dudas la mayoría de los enfermos y muertos- porque a estas alturas los dorados condominios y palacios son perfectamente vulnerables, y las “castas” son pura entelequia ante la furia desatada de lo imprevisto y fuera de control.
Se sigue probando además que no es con sociedades parceladas y anómalas, ni con el mirar sobre los hombros a sus semejantes, que alguien asegurará su “sagrado” pellejo a cal y canto.
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