Cuba y África han compartido en el último quinquenio su solidaridad en el ámbito humanitario durante los brotes de la fiebre hemorrágica del Ébola en el oeste del continente y ahora en la batalla contra la pandemia del nuevo coronavirus. Ambas partes demuestran, en un mundo globalizado y también aterrado por la influencia negativa del palpable egoísmo, que existe la posibilidad de salvarse, pese a que la supervivencia en general está amenazada por una infección pulmonar de nueva generación.
La asistencia médica cubana en territorio africano no es novedosa, como tampoco lo es la presencia de sus cooperantes, una historia que comenzó con el envío de personal a Argelia en 1963, pocos años después del triunfo de la Revolución y cuando Estados Unidos reforzaba sus acciones para despojar a la isla de galenos.
Más de 3000 médicos abandonaron el país estimulados desde Estados Unidos, algo similar ocurrió con el pueblo argelino, independiente desde 1962 y que sufría el abandono en masa de sus profesionales hacia la exmetrópoli, Francia.
Desde entonces Cuba —que anda de hermana con las naciones del mundo— compartió sus exiguas riquezas, entre ellas el conocimiento y el nivel científico paulatinamente alcanzado con coraje y decisión, con la madre África, lo cual compensa una deuda de gratitud con la historia, este año en condiciones especiales.
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El 25 de mayo, Día de África, convida al recuento de hasta dónde se llegó desde el siglo XIX, cuando miles de hijos del continente empuñaron el machete mambí para conquistar la libertad en una tierra donde se unieron todas las etnias para concebir un nuevo cuerpo, el de la entidad nacional, el criollo, el nativo, el cubano.
Hay que precisar que en este mestizaje esencial se incorporaron otras fuentes procedentes de diversos lugares del mundo, que enriquecieron esa combinación y por eso es más fácil tal vez entender la afinidad con lo que antes se identificaba solo con el cosmopolitismo y hoy definimos con exactitud: internacionalismo.
Así, sin titubeos y tras más de seis siglos de interacción cultural (que algunos definen como intercambio civilizatorio) y aparte de la base material africana en la formación socioeconómica y política cubana, sobresale la existencia indudable de un vínculo materno-filial entre la madre África y sus hijos en esta tierra.
Además de una historia material compartida hay una vital trayectoria de coincidencia ideológica, de similitudes psicológicas y componentes de la espiritualidad que más que acercar a las dos partes las funden en un modelo de concordia coronado por el coraje para sangrar juntos, tanto en la manigua mambisa como en la sabana africana.
LA UNIDAD
Para los cubanos África no está lejos y viceversa, y mucho menos su organización continental, la Unión Africana (UA), que el 25 de mayo cumple 57 años y es la sucesora de la Organización de la Unidad Africana, una construcción basada en los principios del panafricanismo.
La UA es una agrupación política contemporánea que surgió como una necesidad de erradicar los atavismos coloniales, defender la libertad y la soberanía de cada Estado y promover su desarrollo socioeconómico en un ámbito de lealtad y fraternidad, todo lo cual constituye la base de la convivencia civilizada y sostenible.
Es así como la Unión Africana se reúne para ofrecer soluciones a los sujetos del escenario continental, aportar opciones de mejoramiento socioeconómico y de perfeccionamiento político, esto último accediendo a los campos de paz y la democracia, meta aún sin lograr totalmente, pero en la que se avanzó a grandes pasos.
Aún con asimetrías en los niveles de crecimiento y potenciales productivos inexplorados, así como los incipientes esfuerzos para la incorporación plena de la ciencia y la tecnología a la estructura de la región, sin dudas, en los últimos tiempos África cambió y hoy evidentemente es más promisoria.
Uno de sus aciertos es el fortalecimiento en el área de la institucionalidad de la presencia de la mujer en las cuestiones de Estado y otra es, por ejemplo, el reconocimiento del imperativo de ofrecer una educación pública incluyente y de calidad, así como dar suma prioridad a los asuntos de la salud.
Aún sin llegar a la cima se percibe que la distensión ganó adeptos, pese a que la violencia terrorista asociada al radicalismo confesional cada vez cobra más víctimas en la región, lo cual convoca al empleo de la fuerza “antes de que se desborde la taza” y se desate la ingobernabilidad.
EL DECORO
La historia de la Unión Africana demuestra que, más allá de las diferencias, su cohesión radica en la obediencia a los principios establecidos por los fundadores del grupo, devenidos próceres, así como las adiciones ideológicas de otros que luego ampliaron la senda del nacionalismo, del panafricanismo, del pensamiento progresista.
En ese respeto está la dignidad del proyecto que construyeron con devoción Nkwame Krumah, Jomo Kenyatta, Sekou Touré, Julius Nierere, pero también otros que sin estar en la cumbre de Addis Abeba de 1963 poseen méritos suficientes para ocupar un sitio en la galería del honor, como Patricio Lumumba, Nelson Mandela, Amilcar Cabral y Thomas Sankara.
Todos ellos —ayer y hoy— integran la nómina del decoro y son quienes cada año colocan más alto la personalidad y la fidelidad de la Unión Africana, más allá del 25 de mayo.
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