El universo noticioso se estremeció con el anuncio al cierre de la pasada semana del brutal atentado que costó la vida al especialista nuclear Mohsen Fajrizade, jefe de la Organización de Investigación e Innovación del Ministerio de Defensa de Irán.
El científico fue ultimado en el vehículo en que viajaba en la localidad de Absard, del distrito de Damavand, situado en el este de Teherán, la capital iraní, mediante una operación ejecutada a todas luces por un comando especializado en ese tipo de actos terroristas.
Desde luego, las primeras sospechas recaen sobre los servicios secretos de Israel y los Estados Unidos, sin dudas sobre la base de datos de inteligencia, y por la reincidente hostilidad de Tel Aviv y Washington contra la verticalidad de la República Islámica y su programa para el desarrollo del uso pacífico de la energía atómica, al que el sionismo y Washington se esfuerzan por demonizar como “un serio peligro” regional y global aún cuando hace decenios los arsenales israelíes acumulan cientos de proyectiles nucleares no declarados.
Fuentes persas recordaron que este atentado no es el primero orquestado y realizado por fuerzas especiales sionistas y gringas contra especialistas nucleares iraníes a tono con los programas agresivos adoptados en ese sentido desde 2003, y que obedecen a las “conclusiones” del Mossad israelí y la CIA norteamericana de que, para frenar el desarrollo atómico de Teherán, era indispensable desencadenar “acciones encubiertas que van desde sabotajes directos hasta el asesinato de sus quince figuras clave.” Es más, Fajrizade ya había logrado escapar en 2008 de un fallido plan para eliminarlo.
Por otra parte, analistas apuntan el hecho de que la eliminación física del notable científico persa se produce en instantes muy particulares para la derecha gringa y sus aliados sionistas.
Así, Donald Trump deberá salir de la Casa Blanca en cuestión de semanas e ingresaría a la Oficina Oval una administración proclive a retomar el acuerdo multinacional sobre el uso pacífico por Teherán de la energía atómica, del cual el magnate inmobiliario decidió separarse por propia cuenta.
En consecuencia, no es ocioso pensar que golpear a Irán antes de recoger las maletas pretenda precisamente ponérsela difícil al demócrata Joe Biden en su pretendida vuelta al mencionado protocolo.
Por demás, sería el último intento del equipo saliente favorable al régimen de Tel Aviv, un verdadero “chico mimado” de Washington en la arena internacional, y al cual dio grandes muestras de apoyo en los últimos cuatro años con el reconocimiento de Jerusalén como capital sionista, el traslado de su embajada a esa urbe, la aprobación a la anexión de territorios árabes usurpados, y el plan de destrucción de las demandas palestinas de un estado independiente, entre otros “obsequios.”
Por demás, fuentes de prensa indicaron que hace apenas unos días Trump estuvo incluso considerando con sus asesores un posible ataque militar de último minuto contra Teherán, aunque al parecer no pudo convencer a sus allegados.
No obstante, desde Tel Aviv se filtró la posible movilización paralela de las fuerzas armadas israelíes ante esa eventual contingencia militar.
Vale subrayar además en ese sentido que, luego del asesinato de Mohsen Fajrizade y de las advertencias iraníes de que habrá respuesta a esa agresión, el Pentágono ordenó el envió de un portaviones y varios buques de guerra al Golfo Pérsico, en tanto Israel reforzó su vigilancia militar y la seguridad de sus embajadas, en lo que apunta a favor del desencadenamiento de un conflicto mayor.
Mientras, el asesinato de Fajrizade ha recibido el rechazo de la Unión Europea, de numerosas naciones del mundo (incluida Cuba), y de varias agrupaciones internacionales, entre ellas entidades de Naciones Unidas, que lo consideran un acto brutal y sumamente peligroso que atenta contra la estabilidad global.
Para Teherán el golpe ha sido sensible, pero sus autoridades han asegurado que el plan nuclear nacional seguirá adelante y no podrá ser coartado por ningún acto terrorista y agresivo.
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