Finalmente Joe Biden y Kamala Harrys son el presidente y la vice mandataria de los Estados Unidos, respectivamente. Y lo hicieron en una ceremonia en muchos sentidos inédita en la historia nacional.
Nos referimos, por una parte, a la estrictas, extendidas y severas medidas de seguridad a cargo de unos 25 000 efectivos militares, más de dos veces el número de tropas norteamericanas que toman parte en las acciones agresivas y hegemonistas en Iraq y Siria. De la otra, el peso de la negativa sombra de un presidente saliente que en sus estertores de último minuto no cedió en su capricho de negar su derrota eleccionaria, elevó al pináculo de la gloria sus cuatro años de dislates al frente de la nación, se atribuyó dejar un “país espectacular” a su sucesor, y se dijo promotor del “exitoso” descubrimiento de la vacuna contra “el virus chino”, justo en la nación que su mala gestión sanitaria como “líder” contribuyó a convertir en el prolongado epicentro global del mortal flagelo.
Indicar en ese sentido que en los instantes de la juramentación Biden-Harrys se anunciaba una nueva cifra récord de muertes diarias en los Estados Unidos a cuenta del letal flagelo.
Por demás, Trump envió un “sentido saludo” a los “buenos norteamericanos” que le apoyan, y aseguró su cierto regreso a la escena nacional. De hecho, medios de prensa le atribuyeron el plan de crear una organización propia para futuras acciones políticas bajo el rótulo de “Partido Patriota”.
Mientras, en su primer discurso público como jefe de la Casa Blanca, y según se había adelantado, insistió Biden en estimular un clima de distensión interna de manera de construir un nuevo espacio nacional, invocado todo sobre la necesidad de que la primera potencia del planeta siga “siendo la luz del mundo”.
En pocas palabras, al decir de los primeros análisis especializados, la urgencia de resolver los enormes problemas locales —racismo, extremismo violento, terrorismo interno, división política intensa, crisis económica, aislamiento global y pandemia del coronavirus, entre otros dislates— para contar con un país fuerte y capaz de cumplir con su “destino providencial” de llevar su virtuosa impronta al resto del orbe.
Así las cosas, y por lo pronto, el nuevo binomio en el gobierno logró al menos escenificar una ceremonia de investidura al parecer serena en medio de un océano de conjeturas e incertidumbres locales (hubo incluso avisos de una bomba colocada en el edificio de la Corte Suprema a minutos de la ceremonia en el Capitolio), aun cuando, ciertamente, los grandes retos están justo detrás de la puerta y golpeando insistentemente la aldaba.
Lo cierto es que la potencia capitalista ha vivido y vive días de experiencias que debían ser asimiladas en lo inmediato por su clase política. De hecho, conoció que su sacrosanta democracia tiene muchos y serios huracos, que se ha fomentado un voluminoso terrorismo interno capaz de las más incivilizadas y bochornosas acciones, y que los Estados Unidos navega hoy en un escenario internacional donde las historias de supremacía y predestinación inviolables, propias de pretendidos señeros globales, tienen que ser sustituidas, a cuenta del bien de todos, por el respeto mutuo, el diálogo decente, el comportamiento racional y equilibrado, la concertación sincera, y la colaboración ventajosa para los interesados.
Lo demás son palabras dulces, empalmes retóricos y la irresponsable vuelta a la burda noria que desde hace largos decenios mantiene en vilo a la propia existencia del género humano.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.