Suele suceder, por desinformación o ingenuidad, que alguna gente todavía se “desayune” con ciertas prácticas agresivas y deformadoras que, sin embargo, integran el profuso y tradicional arsenal de quienes siempre han perseguido imponerse a otros.
En consecuencia, la deformación informativa- hoy mediática- de las realidades y las personalidades de los oponentes, y su conversión en clichés inamovibles y absolutistas, es en esencia una muy vieja y usada “moda” cuya transformación en el tiempo se ha relacionado mucho más con el desarrollo y alcance de las tecnologías y técnicas divulgativas, que con cambios en su acuciante e indecoroso sustrato de orden estratégico.
No es difícil entender en consecuencia este “gatuperio”, y para ello tomemos a Rusia, el ejemplo de hoy mismo, y retrocedamos en el devenir mediático diseñado desde Occidente para el gigante euroasiático, visto, en especial desde 1917 luego del triunfo de la revolución bolchevique, como una amenazante pústula política que debe desaparecer.
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Ya desde entonces el triunfante alzamiento anti zarista, la creación del primer Estado de obreros y campesinos de la historia humana con las conformación de la URSS, y el Partido Comunista y su directiva liderada por Vladímir Ilich Lenin, fueron estigmatizados desde el Oeste como burdos, salvajes, obtusos, crueles, destructivos y enemigos de cuanto oliese a libertad y democracia.
Nadie del bando calificador intentó jamás una visión objetiva y humana de aquellos “fenómenos”, y solo el mencionarlos ha resultado por largos decenios, y entre millones de personas, la base de un imaginario donde no pasaban de monstruos peligrosos y arteros, capaces de las atrocidades más bárbaras.
Paradoja con respecto a una sociedad que, aún con insuficiencias, errores y traumas (como toda obra humana perfectible) resistió el perpetuo cerco y la agresión de un entorno capitalista generalizado y guerrerista, y que en apenas siete decenios de existencia convirtió al imperio semifeudal del “padrecito Zar” en una de las dos grandes potencias rectoras del siglo veinte.
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La imagen sombría y osca de la realidad rusa se mantuvo incluso en los trágicos días del “retorno capitalista” que siguió a la disolución de la URSS, aún cuando en el Moscú oficial de entonces se hizo de todo por los “sucesores” de turno para ser aceptados en el coro gringo otanista en calidad de “nuevos socios carnales”.
Y hoy, cuando el Kremlin ha visto violado por USA y el resto de Occidente todo resquicio de respeto a su seguridad e integridad nacionales mediante una pretendida “marcha militar al Este” sin freno alguno, y una Rusia renovada planta cara al festín para la cual ha sido designada “plato principal”, asistimos de nuevo al reverdecimiento de los sellos marcados con fuego para que Vladímir Putin se nos proyecte y presente como un redivivo y sombrío dictador a la usanza de lo que en su tiempo “fueron” Lenin o Stalin, y Rusia se trastoque otra vez en el gran enemigo de la pretendida “humanidad democrática y defensora de los derechos del hombre”
Esa que, precisamente, colocó unilateralmente sus cañones en la sien del que hoy no ha tenido otra alternativa que defenderse o dejarse matar para, en definitiva, no dejar de ser en el remolino mediático Made in USA, aún con semejante hipotética muestra de pasividad, una tierra de “salvajes, inmundos, descreídos e inútiles, aunque ahíta de todos los recursos que tanto desearía controlar el emporio del absolutismo, el egoísmo y la prepotencia de nuestro tiempo.
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