Siempre recuerdo la advertencia de un analista norteamericano que cuatro años atrás, a las puertas de la presidencia de Donald Trump, vaticinó con todo tino que el magnate inmobiliario sería el mandatario con el cual los Estados Unidos iniciarían su retroceso como primera potencia mundial.
Y, ciertamente, no pocos coinciden con ese pronóstico, habida cuenta que el período de bonanza hegemonista inmediato al derrumbe soviético y del campo socialista europeo fue rápido pasto de la mala política de Washington y de sus tradicionales y embotados patrones de comportamiento imperial.
Si por un momento USA pensó en domar definitivamente a Rusia y China, no podía ser lo suficientemente capaz de intentar hacerlo de forma inteligente, pausada y midiendo todas las aristas concurrentes.
El resultado fue que sus obsesas presiones sobre Moscú y Beijing contribuyeron en buena medida a que ambos gigantes convergieran frente a un oponente común, y hayan promovido una irreversible vigencia de la multilateralidad planetaria.
La realidad histórica es que el surgimiento, existencia y desarrollo capitalista de los Estados Unidos y su consolidación como primera potencia imperial luego de la Segunda Guerra Mundial, ya contenían —desde los balbuceos de la Unión— el recurrente virus del insalvable retroceso.
En el campo económico, el quehacer gringo derivó cada vez más, de la expansión territorial, hacia el derrame externo en busca de mayores réditos y los desproporcionados gastos militares a tono con la garantía de ejercer su papel como “gendarme universal”.
Los “patronos de la guerra” por tanto, devinieron controladores de gran envergadura con respecto a la política nacional, y a nombre del “poderío global” no solo impulsaron la costosa Guerra Fría, sino que se embarcaron hasta hoy en innumerables “conflictos de baja intensidad” (según se les denominó en una época) en su sempiterna avidez por jugosas ganancias y más influencia interna.
Mientras, viejos enemigos vencidos como Japón y Alemania, sancionados a desentenderse del perfil militar, colocaron esos recursos en la masiva producción de bienes de consumo y el desarrollo tecnológico, con abrumadora capacidad de inundar el mercado estadounidense.
Por demás, en su caza permanente de ganancias, los consorcios gringos adoptaron la sumamente expandida modalidad de la recolocación industrial fuera de territorio norteamericano en busca de mano de obra y materias primas bien baratas.
El resultado ha derivado desde hace decenios, y con más fuerza con la explosiva sumatoria del avance productivo y comercial de China, en una dependencia superlativa del mercado interno estadounidense con respecto a los proveedores foráneos, un evidente atraso en la posibilidad de los productores locales de competir con éxito ante tales suministradores, y un endeudamiento comercial de armas tomar.
Y aunque Trump juró regresar a casa a los que invierten afuera y conjurar el “abuso exportador” chino, lo cierto es que muy pocos han obedecido a sus presiones y bravatas por aquello de que con el dinero no se juega, mientras que Beijing ha respondido golpe a golpe tales actos agresivos.
Eso por un lado. Por otro, bajo este gobierno que está por cerrar, los presupuestos bélicos marcan alzas históricas, lo que indica que el famoso “complejo militar industrial” sigue calzando el número mayor entre los poderosos decisores de la suerte del país y de sus políticas.
Ello explica la cadena de siembra de tensiones externas que se proyectan con el pretexto de la urgencia de “defenderse” de aquellos que “envidian la democracia norteamericana”, y las interminables sanciones y querellas contra Rusia y China, especialmente enfocadas por los sectores reaccionarios gringos como los dos grandes peligros internacionales que hoy no solo tienen capacidad de disuadir y frenar cualquier aventura militar de Washington, sino además de asegurar un escenario global cada vez menos favorable a los conatos unilateralistas.
En pocas palabras, que la mezcla inevitable del afán irrefrenable de beneficios pecuniarios y del ejercicio de la gendarmería global, al final han hecho poco favor a su impulsor, hundido hoy en un atolladero que no admite salidas sustantivas si tan controvertida mezcla no pasa a mejor vida.
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