Puede casi afirmarse que, en efecto, el “plan del milenio” para Palestina que el presidente de los norteamericanos dio a conocer días atrás en Washington es el legítimo fruto podrido de una “obra colectiva” de verdaderos equivocados con respecto a los límites soportables por los demás. Es más, tiene hasta sus claras trazas de un entramado de “familiar confección”, si se tiene en cuenta que tal vez la persona más “influyente” en el asunto ha sido Jared Kushner, el inefable yerno de Trump e íntimo del gobierno israelí.
Vale indicar que el esposo de Ivanka Trump, también ella otra “figurilla de Washington” tras los calzones de papá, procede de un rancio tronco judío. Sus abuelos paternos —reseñan medios de prensa— dejaron Polonia para escapar de los nazis, cruzaron Europa y finalmente desembarcaron en Nueva York (la ciudad natal del hoy presidente), donde Charlie Kushner, el progenitor del “afortunado” muchacho, “consolidó un imperio inmobiliario, cumplió un año de cárcel por extorsionar a su cuñado y quiso convertirse, como le dijo en una ocasión a un socio, en el judío más poderoso de América”.
Su apego al sionismo ha sido tan añejo e intenso que en cierta ocasión recibió en su casa de Nueva Jersey al mismísimo Benjamín Netanyahu en los tiempos iniciales de sus correrías políticas, y el hoy primer ministro israelí durmió en la cama del joven Jared, que debió pernoctar en el sótano.
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Ya yerno del candidato republicano a la presidencia, el chico le tomó el gusto a la “novedad” de la política y junto a Ivanka se ha enrolado en no pocas de las correrías del jefe de la Oficina Oval, con tal nivel de mutua injerencia en las funciones de gobierno, que han despertado no pocos recelos y críticas públicas e internas.
No obstante, Jared, sin cargos oficiales ni nombramientos legales pertinentes, y solo por sus lazos familiares y su intenso “amor” al sionismo, fue encomendado por su suegro como partero del “acuerdo del siglo”, en estrecha consulta con Netanyahu.
¿Resultado? Un adefesio político insolente y degradante que pretende sepultar a los palestinos como pueblo, despojarlos por siempre de un espacio geográfico propio, hundir su identidad y eternizarlos como anodinos seres de segunda bajo la égida del sionismo. Documento que Trump tuvo a bien suscribir y anunciar a los cuatro vientos como una de las más notables obras diplomáticas en la historia humana.
Despojo político, eso sí, que ha recibido y está recibiendo el rechazo mayoritario del planeta, de las máximas entidades internacionales (la ONU en primera instancia), y del pueblo palestino y su autoridad nacional, que en una primera repuesta cerró todos sus vínculos con Washington y Tel Aviv, ya severamente dañados por la decisión de la Casa Blanca de trasladar su embajada de Tel Aviv a la disputada ciudad de Jerusalén, y reconocer los pretendidos derechos sionistas sobre los territorios árabes usurpados por la fuerza en Palestina y en otras partes de Oriente Medio.
Y si para no pocos observadores, incluso considerados como “identificados” con las políticas gringas, los límites esta vez se fueron de las manos del ególatra presidente y de su entrañable hijo postizo, qué restará entonces en cuanto a escala de indignación para aquellos que todos los días, en todas partes, y especialmente en Oriente Medio y Asia Central, tienen que batirse con la sangrienta agresividad, la soberbia y la maledicencia Made in USA.
De hecho, Irán, enfrentado medio a medio con el Washington trumpista, comunicó a Palestina que la fuerza QUDS, élite de los Guardianes de la Revolución Islámica, mantiene su apoyo invariable a la causa de ese pueblo hermano, con más razón ahora contra un posible intento de imposición del titulado “acuerdo del siglo” a manos de hegemonistas y sionistas.
Nada, que la “remodelación forzada de Palestina” que rezuma el “pacto del milenio” no cuenta con una pizca de futuro…
Territorios de Palestina e Israel según la propuesta de Trump:
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