Ni los narradores latinoamericanos más avezados, y algunos que en sus obras empleaban la exageración de lo cotidiano, hubiesen podido describir el infierno en que viven la mayoría de los pueblos de América Latina y el Caribe ante la pandemia mundial de la COVID-19, debido, salvo excepciones, a la carencia de una estructura sanitaria estatal.
La privatización de la salud pública dada por la implantación del neoliberalismo en la región en los años 70 del pasado siglo —cambiante con el triunfo de gobiernos progresistas y actualmente en su estado original— golpea ahora con fuerza a la mayoría de los 34 países latinoamericanos y caribeños, que cuentan con 610 millones de habitantes. De esa cifra, y que dependen de la salud pública estatal, hay 85 millones de pobres, y 67,4 millones adicionales en extrema pobreza.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) advirtió que la crisis de la COVID-19 19 pasará a la historia como una de las peores vividas por la humanidad, al poner en riesgo un bien público global esencial, la salud humana.
Este organismo, de reconocido prestigio internacional, precisó que cuando termine la pandemia, sin fecha fija y si los presagios de que retorne no se cumplan, elevará el desempleo en la parte sur de las Américas en un 10 %, con la consecuente alza de la pobreza y la extrema pobreza. Sus cálculos estiman que la cifra de pobres llegaría a 220 millones, y otros 90 millones de indigentes.
El crecimiento de gobiernos conservadores, que quebraron las estructuras sanitarias dejadas por los progresistas a partir de 1998, cuando el venezolano presidente Hugo Chávez, ya fallecido, inició una nueva etapa política en la zona, hizo que la presencia de la COVID-20 sea un infierno en esta zona geográfica, considerada estratégica para Estados Unidos (EE. UU.), pero que no ha enviado a sus aliados ni una mascarilla, y ni siquiera puede controlar la pandemia en su propio territorio, ahora epicentro mundial de la enfermedad.
El nuevo coronavirus hizo su aparición en Suramérica y el Caribe justamente cuando en varios países las fuerzas populares tenían en jaque a sus gobiernos —Chile, Colombia, Bolivia— y las manifestaciones populares exigían la salida de sus presidentes y otras formas estructurales para la economía y la sociedad, entre ellas nuevas Constituciones Nacionales, sin presencia privatizadora.
Este virus se conoció en China en diciembre pasado y avanzó arrasando las poblaciones de varios continentes, también se apoderó de países en crisis políticas, económicas, y sociales, por lo que, cuando se haga un balance de los destrozos dejados por la pandemia, la zona latinoamericana y caribeña pudiera ser una de las más dañadas por el desenlace final.
En lo que sí hay coincidencia entre varios analistas es que los problemas de la salud públicas serán un reclamo permanente de millones de ciudadanos a quienes el pago de la deuda externa no es una prioridad como para algunos regímenes —léase Ecuador, por citar un ejemplo— que mantienen sus compromisos en la agenda mientras cada día mueren decenas de personas.
Figuras políticas como el expresidente ecuatoriano Rafael Correa, el exvicepresidente boliviano Álvaro García Lineras y el líder opositor colombiano Gustavo Petro solicitaron —hasta ahora sin éxito— que el Fondo Monetario Internacional (FMI) condonara la deuda externa soberana de los países de América Latina e instaron a los acreedores privados internacionales a aceptar un proceso inmediato de reestructuración, que contemple una mora absoluta de dos años sin intereses.
En este infierno de infestaciones y muertes, de carencia de médicos y materiales para combatir la pandemia, de deudas externas y reducción de las producciones, queda claro que la medicina no puede ser sometida a las reglas del mercado, las cuales convirtieron al mundo en un infierno igual o peor al descrito por el poeta italiano Dante Alighieri en su Divina Comedia.
Aunque los capitalistas no quieran reconocerlo —y en eso los campeones son EE. UU. y Brasil, cuyos gobernantes pretenden desconocer la gravedad del contagio—, una verdad queda comprobada: si las naciones no se unen, dejan atrás las diferencias ideológicas y concuerdan en un frente de solidaridad y ayuda, están colaborando a la muerte de millones de sus ciudadanos.
En estos momentos de suma gravedad en todos los órdenes —el económico será uno de los más dañados—, una mayoría de gobiernos latinoamericanos aún realizan campañas difamatorias contra la medicina cubana, mientras siguen con el aplauso obediente a los bloqueos económicos, comerciales y financieros a que la Casa Blanca somete a Cuba y a Venezuela.
Un rápido panorama de la situación en la América nuestra demuestra que los gobiernos corruptos presentes en una mayoría y la violencia política, el lacayismo a EE.UU., agravan la situación de las poblaciones sin amparo del Estado y si enferman no tienen quien los cure, pues no son favorecidos por los políticos ante la demanda de la empresa privada.
En Brasil, por ejemplo, donde el presidente Jair Messías Bolsonaro viola las normas de su propio Ministerio de Salud y ordena continuar trabajando, la rápida expansión de la COVID-19 aumentó la hospitalización por problemas respiratorios graves en un 400 %, según datos oficiales.
En Costa Rica, la economista Berta Mora criticó las medidas del mandatario Carlos Alvarado: “Costa Rica, sino es el único, es uno de los pocos países que veo yo que propone un impuesto en épocas de crisis para sortear la crisis”, afirmó durante el programa Nuestra Voz, aduciendo que pensar en nuevos impuestos es desconocer la realidad del país y el nivel de endeudamiento que tienen las familias en este momento
La desesperación de los panameños se grafica en el alza de hurtos, vandalismo, saqueos y capturas, en consonancia con la pandemia. Aprovechando la situación de excepción e incertidumbre provocada por la crisis sanitaria, distintos establecimientos del país fueron afectados. Por ejemplo, 5100 dólares en mercancías fueron sustraídos en un supermercado en Chame. No es el único caso.
En México, el gobierno izquierdista de Andrés Manuel López Obrador trata a la COVID-19 como enfermedad grave de atención prioritaria, por lo que se detonó un proceso de atención por parte de la Secretaría de Salud para proteger a los más vulnerables.
El presidente argentino Alberto Fernández decretó una cuarentena total y limitó los movimientos de la población solo a encomiendas imprescindibles para tratar de poner una barrera física al contagio.
Para el científico y físico español Antonio Turiel, el daño sistemático causado ahora y que todavía se extenderá durante varias semanas es irreparable. Es el inicio, auguró, del fin del capitalismo.
En la obtusa y obsesiva política contra Venezuela, y en medio de esta grave crisis sanitaria, Nicolás Maduro, denunció la persecución de EE. UU. a aviones y barcos que transportan alimentos a su país, y sostuvo que está dispuesto a ir al infierno con tal de conseguir ayuda, luego de que el Fondo Monetario Internacional rechazó prestarle cinco mil millones de dólares.
Hasta ahora, solo Cuba, China y Rusia —los ejes del mal para EE. UU.— salieron al mundo a brindar su ayuda desinteresada en el combate a la epidemia. Catorce brigadas cubanas del contingente Henry Reeve, especializadas en desastres y epidemias están colaborando en igual número de países, no solo con un respaldo profesional, sino también con un medicamento probado contra el coronavirus, el Interferon Alfa 2 Recombinante, creado por expertos cubanos y fabricado en la isla y en China, en una industria conjunta.
Países que denigraron injustamente a la medicina cubana y sus profesionales, como Ecuador, Bolivia y Brasil, que en épocas progresistas ayudaron allí a más de tres millones de personas, y operaron de la vista a otros tantos, abandonaron a su suerte a sus pueblos ante la actitud egoísta y virulenta contra la isla caribeña, una potencia médica en América Latina y el Caribe, y así lo ha demostrado en 60 años de Revolución.
La conciencia colectiva exige a sus gobiernos la presencia del Estado y la participación social organizada, que garantice el acceso a la salud y a las necesidades básicas de manera igualitaria.
América Latina y el Caribe, salvo aquellos Estados que sitúan la vida humana delante de la economía —entre otros Cuba, México, Venezuela, Argentina, San Vicente y las Granadinas— saldrán más fortalecidos de las dificultades creadas por la COVID-19, pero ninguno será el mismo después de la experiencia.
En un artículo, el politólogo uruguayo Aram Aharonian, fundador de Telesur, afirmó en Resumen Latinoamericano: “La crisis sanitaria global no solo es un gran desafío para los sistemas de salud y la economía en el mundo, sino que constituye un problema biosocial que obliga a las naciones a volver al desaparecido sentido de comunidad internacional¨.
Cabe preguntarse a estas alturas, ¿logrará la comunidad mundial doblegar el egocentrismo estadounidense para que deshaga los nudos de los bloqueos impuestos a Cuba y Venezuela? ¿Podrá el sistema capitalista salir adelante ante la recesión económica que se avecina? ¿Serán capaces los pueblos de distinguir cuál es el sistema que les beneficia y aquellos que les negaron ayuda?
Son muchas las interrogantes y pocas respuestas para todas. La única posible, ahora, es que luego del Coronavirus, ya muchas cosas tienen que ser distintas en el castigado planeta Tierra.
Mapa del coronavirus en el mundo para el 30 de marzo de 2020.
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