Contra reloj, el ofuscado personaje que deberá dejar la presidencia estadounidense en apenas unos días se esfuerza por tejer el más enredado escenario político global, de manera que sus trazos entorpezcan por largo tiempo las políticas que pueda adoptar en ese sentido su sustituto demócrata.
Así, incluyó a Cuba nuevamente en la espuria e unilateral lista de naciones patrocinadoras del terrorismo con el propósito de elevar el grosor del desaforado fólder de sanciones aplicado contra la isla durante su mandato. O alienta por estos días, mediante su injerencia directa, el conflicto fronterizo entre Guyana y Venezuela en torno al Esequibo, sin que falte, desde luego, la disparatada y trasnochada intención de, a estas alturas, intentar involucrar a Teherán con los controversiales atentados extremistas de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
Comentario aparte merece la prolongada tirantez con China, que suma una irracional guerra arancelaria y la mar de sanciones y presiones sobre empresas del gigante asiático consideradas “enemigas” por infundadas “razones de seguridad nacional”.
A ello se añaden los peligrosos e insultantes episodios injerencistas ligados al intento de desestabilización de Hong Kong y, sobre todo, de reconvertir a Taiwán en renovada punta de lanza contra Beijing. Vale rememorar que ese territorio, que China considera una porción inalienable de la nación, fue el reducto donde los intereses imperialistas instalaron un régimen derechista frente al espacio continental liberado por el Partido Comunista y su brazo armado, luego de la Segunda Guerra Mundial, y convertido en la República Popular China.
Durante decenios Taiwán asumió, gracias a presiones gringas, la representación de la nación china en el seno de la ONU, hasta que la farsa terminó con la justa devolución de esa personería a las autoridades de Beijing.
No obstante, en los cuatro años de gobierno trumpista, y como otra provocación a un enorme país considerado por la ultraderecha norteamericana como un “enemigo mortal”, la Casa Blanca se ha esforzado en crear tensiones militares en los espacios marítimos que circundan Taiwán y en intentar brindar un mayor “reconocimiento oficial” a las autoridades de ese territorio.
Asimismo, y cerca del cierre de su presidencia, el díscolo Donald Trump ordenó ventas de equipos militares a las autoridades taiwanesas en al menos seis ocasiones, y por estos días de su ocaso político pretende acelerar y sistematizar los contactos bilaterales con dicha administración, de manera de hacer mella en los reclamos chinos que proclaman la existencia de un solo país soberano e indivisible.
Se precisa anotar que estos pasos pretenden dejar a Joe Biden un esquema oficial en torno a la situación con Taiwán que, de no ser revocado, mantendría la tirantez con el gigante territorial y poblacional que con sus avances económicos y tecnológicos ya desplaza a los Estados Unidos de no pocos nichos estratégicos.
Trump se propuso mellar el desarrollo integral de China y no prestar oídos a la política de Beijing de diálogo serio y respetuoso sin dejar de lado la defensa a brazo partido de sus derechos nacionales y de su integridad territorial, tal como corresponde a todo Estado que se respete.
Es de esperar que, si hay objetividad y claridad en las futuras autoridades estadounidenses, cese la atiborrada colección de maniqueísmos impuestos con relación a China, un paso que no solo beneficiaría unos vínculos bilaterales de extraordinaria importancia, sino que además contribuiría a instaurar un escenario internacional más constructivo, distendido y promisorio.
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