El Salvador, el país más pequeño de Centroamérica, amaneció este domingo en ambiente electoral, a pesar de la pandemia de COVID-19, con la expectativa de que gane el oficialista partido Nuevas Ideas y el presidente Nayib Bukele domine el espectro político nacional.
De los resultados de estos comicios del último día de febrero depende como se proyectará el gobierno de Bukele, el político nacido en 1981, de raíces palestinas, alcalde en dos ocasiones por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), del cual fue expulsado por discrepancias internas. Creó su partido Nuevas Ideas, con el cual prometió cambios en el país, donde priman la corrupción, el narcotráfico y las bandas de delincuentes juveniles.
Los votantes salvadoreños, en el rango de los cinco millones, tienen la responsabilidad —el punto más cruento— de elegir a los 84 diputados a la Asamblea Legislativa, 20 al Parlamento Centroamericano y 262 alcaldes.
De la composición del nuevo órgano legislativo —que acompañará al mandatario los tres años restantes de su administración— dependerá en buena medida cómo será la restante gestión del empresario y político.
Si gana su partido en la Asamblea Legislativa tendrá vía libre para implantar sus criterios más populistas que populares, pues hasta ahora nada mostró en el arte de determinar el rumbo de un país y su población, estimada en 6 453 553 personas, y de ella un 48 % viviendo en condición de pobreza y pobreza extrema.
Uno de los peores signos de su gobierno son las discrepancias con los actuales diputados, que no respaldan la mayoría de sus débiles iniciativas.
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De suma importancia para el presidente es también que una mayoría de los alcaldes respondan también a su línea política neoliberal, ya separada de los sentimientos integracionistas e izquierdistas que un día mostró a los salvadoreños.
En ese escenario, Bukele podrá aprobar las leyes y decretos que precise, elegir a los magistrados de la Corte de Cuentas y tener una mayoría en la Corte Suprema de Justicia.
La abogada Ruth López aseguró al semanario Orbe, editado por la agencia Prensa Latina, que “a su vez, instituciones como la Corte Suprema de Justicia o la Fiscalía General de la República quedarían cooptadas por el Ejecutivo”.
La también catedrática de la Universidad Centroamericana afirmó que un dominio oficialista en el parlamento de ese país “afectaría también la credibilidad de los mecanismos para regular al Ejecutivo e impedirle que cometa arbitrariedades”.
La oposición tendría que ganar hoy al menos 29 curules, un tercio del total más uno. Es la única manera de que el oficialismo se vea obligado a negociar durante la nueva legislatura 2021-2024.
Desde hace días algunas voces de Nuevas Ideas —como parte de la estrategia de la derecha en América Latina en caso de que pierdan los comicios— hablan de un presunto fraude electoral, lo que contradice el resultado de las encuestas locales, según las cuales ese partido arrasaría en las urnas.
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Para algunos analistas, como Leonel Herrera del portal Puro Periodismo, desde el punto de vista democrático, lo peor “sería que Bukele y los suyos consigan la soñada mayoría absoluta que les permitiría apoderarse del resto del aparato estatal”.
Según Herrera, a los deseos del antiguo alcalde se oponen las proyecciones —que él considera demasiado optimistas— de los partidos de la oposición, pues están seguros de que Nuevas Ideas ni siquiera alcanzará los 43 diputados para conseguir la mayoría simple.
Difícil de predecir en una nación aun herida por los vestigios de una guerra civil (1980-1992 ), que dejó más de 75 000 muertos y desaparecidos, y un éxodo masivo de individuos en busca de una relativa tranquilidad y empleo.
Por su extensión territorial, 21 040 km2 el llamado Pulgarcito de América es el país más violento de América Latina y El Caribe, aún cuando los índices de homicidios bajaron el pasado año por un llamado control territorial de las bandas de delincuentes Maras Salvatruchas.
Aunque la mayoría de los barrios de ese país están tomados por las llamadas fuerzas del orden institucional, e incluso hay brigadas formadas por vecinos para proteger a sus familias, la muerte continúa a un ritmo alto.
En medio de la campaña y de la pandemia de la COVID-19, ante el electorado se presenta un cuadro poco halagüeño, pues cualquiera que sea el resultado habrá un empeño de Bukele en desarticular el Congreso y dominar otros poderes que no fiscalicen su gestión, frenen eventuales abuso de poder presidencial y generen diálogos con los opositores.
El pasado 31 de enero fueron asesinados dos miembros del FMLN que salían de un acto proselitista y luego se conoció que los homicidas, entre ellos un agente policial, eran empleados gubernamentales.
Bukele ni siquiera se pronunció por el brutal ataque y usando las redes sociales como principal agente de comunicación, en especial enfocado a la juventud, continuó con su programa de hablar mucho y hacer poco o nada en su primer año de gobierno.
En un principio parecía inexplicable que un joven de 37 años ganara a políticos de amplia experiencia y rompiera la añeja tradición bipartidista entre la derechista ARENA y el FMLN, que gobernaron El Salvador durante décadas.
Como no podía entrar en el campo electoral por motivos burocráticos, se inscribió en la ficha del derechista GANA, una escisión de ARENA salpicada por casos de corrupción, a la que se inscribió en el último momento.
Con más del 53 % de los votos, Bukele ganó en primera vuelta con más votos que sus dos oponentes juntos, un hecho poco común en un país acostumbrado a las segundas rondas electorales.
Para los salvadoreños, refirió Walter Araujo, expresidente de ARENA y promotor de Nuevas Ideas, al no estar vinculado a ese pasado político en el que las opciones oscilaban entre la izquierda y la derecha, Bukele ofreció una nueva posibilidad al país.
“Es un hombre sin prejuicios ideológicos, no mira hacia atrás sino que piensa en construir un futuro diferente para el país”, señalaba Araujo poco después del triunfo del candidato de GANA, aunque destacó que se había presentado sin un programa de gobierno claro.
Pocos meses después de su asunción comenzaron a aparecer las fricciones entre el jefe del Ejecutivo y el Congreso Nacional, una situación insostenible que le impedía llevar a cabo ciertas legislaciones enviadas a los diputados. Una de las actitudes dictatoriales del mandatario ocurrió cuando, en absoluto irrespeto al Parlamento, lo tomó por la fuerza un domingo en el que citó a los legisladores siendo feriado y ninguno se presentó.
En lo que muchos políticos salvadoreños consideraron “una payasada”, Bukele, rodeado de soldados, empezó a llorar y rezar y luego dijo, ante cientos de seguidores que lo esperaban a las puertas del Legislativo, que había hablado con Dios y este le pidió paciencia.
Sin un proyecto de país, salvo incumplidos anuncios populistas, ya que no hay un plan quinquenal en El Salvador, en 20 meses de gobierno asume de manera reiterada actitudes que recuerdan las del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, en especial por el uso de las redes sociales y el irrespeto a las instituciones.
El portal El Faro aseguró que su estrategia política es populista, autoritaria, neoliberal y tiene acuerdos con las pandillas para que bajen las cifras de los homicidios. Una tarea de exterminio que pasó, al parecer, a los llamados Escuadrones de la Muerte salvadoreños.
Ante la presunción del peor escenario que sería un régimen dictatorial, un grupo de la sociedad civil elaboró una Plataforma por la defensa de la Democracia y la República, a la que se adhirieron 150 aspirantes a una banca de los diferentes partidos, pero ninguno de los oficialistas Nuevas Ideas y GANA.
La normativa de la plataforma incluye compromisos sobre la transparencia, rendición de cuentas, respecto a la institucionalidad, perfil de idoneidad de funcionarios electos por la Asamblea y otros aspectos democráticos.
Al final de esta jornada, cuando se cierren las urnas y se cuenten los votos, luego de meses de discursos de odio, de confrontaciones, a lo que se une la popularidad de Bukele, se sabrá el rumbo político de este empobrecido país.
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