Con la aprobación por la reina Isabel II de la reciente moción parlamentaria que certifica la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea al cierre de este enero, termina una larga disputa nacional que data de casi cuatro años atrás.
En efecto, en junio de 2016, en referendo público, los británicos adoptaron por exigua mayoría la decisión de cortar sus lazos económicos comunes con el resto de Europa, entusiasmados por la idea de que el divorcio sería sinónimo de “independencia y total control de los destinos nacionales.”
Vale indicar que, de todas formas, Londres no fue un socio totalmente integrado a la UE, y en el terreno monetario, por ejemplo, nunca adoptó el Euro como moneda y mantuvo vigente la libra esterlina como su propio patrón cambiario.
Con todo, el proceso de separación generó largos y hostiles desencuentros entre adeptos y oponentes, y costó incluso su puesto a la primera ministra Theresa May, que no logró conciliar los intereses de las fuerzas políticas locales ante la puesta en marcha del proceso de salida.
Ha sido bajo la dirección de otro jefe de gobierno, el conservador Boris Johnson, también sin no pocos litigios y riesgos en su contra, que hace apenas unas horas la Cámara de los Lores decidió dar concluyente luz verde al controvertido proyecto.
Para ello fue necesaria incluso la convocatoria en diciembre último a nuevas elecciones generales, donde Johnson, conocido como el Donald Trump británico por su físico y sus maneras similares a las del presidente gringo, logro una decisiva mayoría legislativa favorable a sus planes separatistas.
Todo terminó con la ulterior remisión del acuerdo al palacio real para ser acuñado por la monarca británica.
Solo resta ahora que la UE certifique la solicitud británica en los días por venir, así como la discusión de las nuevas reglas que regirán los vínculos comunitarios con el país saliente, un proceso que Londres desea acelerar, pero que sus ex socios estiman trabajoso y lento, a partir del gran cúmulo de asuntos que deben ser anulados, cambiados o reformulados.
Al término del proceso el primer ministro británico declaró eufórico que “hubo momentos en que parecía que jamás llegaríamos a la meta del Brexit, pero lo hemos conseguido”.
No obstante, vale recordar que la salida de la UE no es para nada una decisión de aceptación aplastante en Gran Bretaña, y que incluso existen regiones donde la salida ha despertado tradicionalmente una importante oposición popular y de los dirigentes locales, lo que puede ser fuente de no pocos disturbios en el futuro inmediato.
De hecho, precisan fuentes de prensa, “una vez anunciada la aprobación real, el legislador del Partido Nacional Escoces Ian Blackford, declaró que el Reino Unido se encuentra en una crisis política” debido a que los parlamentos de Escocia, Gales e Irlanda del Norte no apoyan el Brexit.”
“Boris Johnson –añadió el diputado escocés- ha aplastado las voluntades democráticas expresadas en Edimburgo, Belfast y Cardiff".
El Partido Nacional de Escocia insiste además en que esa región realice un referéndum sobre la independencia con respecto al Reino Unido, algo que Johnson se niega a permitir.
Por demás, otros medios políticos y populares británicos están preocupados por los proyectados nuevos vínculos económicos de Londres con los Estados Unidos a partir de la ruptura con el Viejo Continente, toda vez que temen que el otrora Imperio derive, con un peso añadido, hacia una mayor dependencia con relación a la primera potencia capitalista, donde un gobierno como el de Trump reclama imponer su omnipotente voluntad incluso a sus más cercanos e íntimos socios globales.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.