Washington tiene una vieja y pésima manía: la de contar la historia a partir de un prisma exclusivista que impide deliberadamente visiones objetivas y es, a la vez, también con toda mala intención, terreno fértil para cuantas tergiversaciones se le ocurran.
Siria es un ejemplo clásico. Desde septiembre de 2015, y por pedido expreso de las autoridades legítimas de ese país, militares rusos, de Irán y del Hizbolá libanés colaboran con las tropas de Damasco en la lucha contra los contingentes extremistas que por una década, apañados por la Casa Blanca, sus más íntimos aliados de Occidente, el Israel sionista, y las satrapías regionales, intentan consumar en suelo sirio las prácticas destructivas que bajo el pretexto de “lucha contra el terrorismo” permitieron a USA descalabrar a Afganistán, Iraq y Libia, a la vez que agudizar el injerencismo hegemonista en esa estratégica zona geográfica.
Pero, según la versión gringa y de sus comparsas, Moscú, Teherán y los combatientes del Líbano no pasan de ser burdos agresores externos que coparon el escenario para “complicarlo todo”, y por tanto, y a pesar de las contundentes palizas a engendros como el genocida Estado Islámico, la primera potencia capitalista “tiene el deber sagrado” de insistir en su presencia y accionar militar en el área, aun cuando viole toda disposición y regla de convivencia internacional y todo derecho ajeno.
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De hecho, la valoración más contundente de semejante dislate y de su solución recta y definitiva, corresponde por estos días al ayatolá Seyed Ali Jamenei, líder de la Revolución Islámica de Irán, quien en reciente intervención pública sentenció que la paz en Oriente Medio y Asia central solo depende del retiro de las tropas agresoras norteamericanas y del cese de las políticas interventoras de la Casa Blanca, erigidas en los grandes obstáculos para toda solución definitiva de los actuales conflictos y de sus secuelas de violencia y destrucción.
Y, en ese camino, los verdaderos amigos de Siria han reiterado su disposición a insistir en la defensa de su integridad territorial y su soberanía, y en apoyar en todo lo que esté a su alcance en la simultánea tarea que enfrenta Damasco por la reconstrucción nacional.
Justo en esa cuerda, el canciller ruso, Serguei Labrov, en conferencia de prensa realizada muy recientemente en Doha, la capital de Qatar, luego de una gira que incluyó también a Arabia Saudita y los Emiratos Arabes Unidos, denunció que tanto la ilegal presencia militar gringa como las injustas sanciones de Washington a Damasco conforman un cuadro negativo que hace más difícil la tarea de reconstruir la vida y el desarrollo económico y social sirios.
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El titular de exteriores recalcó la necesidad de respetar la soberanía de Siria y de resolver la larga crisis del país árabe a través de medidas políticas, y precisó que el pueblo sirio tiene el derecho de decidir sobre el futuro de su país sin la intervención extranjera, tal como lo refrenda la Resolución 2254 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
También llamó a facilitar el regreso de los desplazados sirios a sus hogares y a acelerar el proceso de recuperación de una nación que enfrenta una década de guerra sucia que ha costado 1,2 billones de dólares en pérdidas, decenas de miles de muertos y heridos, y millones de refugiados.
En pocas palabras, todo un grueso folder de verdades que debían esclarecer para muchos lo que realmente viene aconteciendo en un área que nunca ha estado ausente de la mirada geopolítica y las apetencias de los poderes más sórdidos con etiqueta Made in USA, y que al parecer no ceden en influencia y peso decisorio, no importa quien llegue a la Oficina Oval.
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