Molesta con el desafío adicional que le viene imponiendo el desarrollo de las industrias defensivas rusa y china, la Casa Blanca acaba de reafirmar que sancionará a aquellos países que no otorguen a los Estados Unidos el sello de “socio preferente” en la adquisición de equipos bélicos. Se trata, al decir de analistas, de una acción prepotente y agresiva destinada a intentar perpetuar el actual monopolio del comercio global de armamentos por el complejo militar industrial gringo —de amplia influencia en los sectores políticos norteamericanos— y que solo el pasado año acaparó 61 % de esas operaciones.
De hecho, uno de los primeros afectados ha sido Turquía, cuyo gobierno decidió tiempo atrás la compra a Rusia del sistema de misiles S-400, uno de los más efectivos de su tipo a escala mundial.
De manera que, en materia militar, los Estados Unidos no solo dedican a ese aspecto los más abultados montos presupuestarios del planeta (mayores que la suma de los gastos bélicos de los diez países que le siguen en esa lista), sino que además pretenden ser los únicos abastecedores globales de pertrechos militares a cuenta del chantaje a los posibles clientes.
Este paso se suma, sin dudas, al hostil devenir oficial norteamericano y de sus aliados con respecto a Moscú y Beijing, considerados los dos grandes “retadores” del interés hegemonista Made in USA, y que se materializa, entre otros lesivos pasos, en apretar el cerco de la OTAN sobre las fronteras rusas y convertir los mares cercanos a China en un hervidero de bases y naves militares norteamericanas.
Y ante semejante cúmulo de amenazas, nada más lícito que las “víctimas anunciadas” avancen en su necesaria defensa. En el caso de China ha advertido severamente que su integridad territorial es inviolable y, en consecuencia, despliega las contramedidas prácticas para garantizar ese derecho reconocido internacionalmente.
Por su parte, en los últimos tiempos, Rusia, con igual disposición en torno a lo inalienable de su soberanía, ha fortalecido la Flota del Mar Negro alrededor de la península de Crimea, al tiempo que acaba de instalar un puesto naval en las costas de Sudán, de cara al Mar Rojo, a partir de la autorización del gobierno de esa nación africana.
La base da servicio a cuatro naves de propulsión nuclear de gran porte y, según los términos del protocolo ya citado, “ayudará a fortalecer la paz y la estabilidad en la región y no está dirigida contra ningún otro Estado”. A cambio, Moscú proporcionará a Jartum armas y equipamientos militares. Los expertos indicaron que la nueva base podrá albergar hasta trescientos militares y civiles y mejorará la capacidad operativa de Rusia en el océano Índico.
Por demás, y también por estos días, las fuerzas nucleares rusas ejecutaron ejercicios de prueba de sus armamentos, que incluyeron el lanzamiento de un misil intercontinental, otro desde un submarino, así como disparos de cohetes crucero de alta precisión y alcance desde aviones Tu-160 y Tu-95MS.
No obstante, y a raíz de los citados ejercicios supervisados por el propio presidente Vladímir Putin, el Kremlin reiteró que “nunca hará uso de sus armas, incluso nucleares, a menos que vea amenazada su seguridad nacional por las actividades provocativas de otros países”.
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