La muerte de Abdelmalek Droukdel, reconocido como máximo dirigente de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), por un bombardeo de tropas francesas en Mali, coloca sobre el tablero de la guerra en la región africana del Sahel una posibilidad de hacer retroceder al menos por un tiempo la ejecución de proyectos extremistas en el área.
Aunque sin ser una acción determinante, el hecho de aniquilar a uno de los principales responsables de la inestabilidad en esa franja territorial, de las más pobres del planeta, va más allá del hecho en sí, sino que afecta a todos los nudos de la red que causó centenares de muertos y miles de desplazados.
Mali y Burkina Faso son dos países de esa subregión africana que devinieron objetivos de frecuentes ataques terroristas, con los que grupos integristas pretenden desestabilizar toda la zona, sometida ahora por demás al dilema de la propagación de la COVID-19.
Cuando parece que todo está aparentemente inmóvil, tales sucesos hacen que se rompa la inercia y despierten sacudidos por una realidad que no perdona, más bien castiga a quien toma el camino equivocado y considera que el eterno propósito es emplear la violencia… Lo real es que quien mal anda mal acaba.
El portavoz de AQMI, Abu Abdellah Ahmed, reconoció la muerte de Droukdel, después de 27 años de actividad yihadista; días antes, la ministra de Defensa de Francia, Florence Parly, informaba que militares de ese país, apoyados por aliados africanos, mataron al dirigente terrorista y a varios de sus cercanos.
Para algunos observadores, la muerte del jefe integrista es un punto de inflexión en la campaña contra el radicalismo de base confesional islámica, porque si ya hubo un “antes” a partir de la muerte del extremista deberá ocurrir un “después” que puede ser una disminución o al contrario, un ascenso de la fiebre.
En cuanto a lo primero, las tropas galas marcaron un punto, pero amenazadoramente Al Qaeda en el Magreb Islámico reaccionó fuerte, al decir que la actividad de sus combatientes continuará “hasta que salga el último soldado francés de África musulmana” y multiplicó sus ofensas respecto a los aliados de París en la zona.
Las agresiones que ocurren en la región del Sahel son parte de un proceso de causa-efecto con matices y motivos no solo de carácter religioso, si no también económicos y sociales, que imponen la dura realidad en esa área muy golpeada por la pobreza y la marginalización, en la cual resulta en extremo difícil concretar todo empeño de recuperación.
Una dura vida en un escenario hostil. (Tomada de vaticannews.va)
Así, el camino de la radicalización comienza por la invitación al cambio con celeridad, con la premura que excluye el análisis sereno, se pisotea la utilidad de sobrevivir pese a todo, para correr el riesgo del suicida que en nombre de una confesión rechaza el humanismo y se hace estallar en cualquier paraje.
Eso es todo un homenaje al descontrol porque en la subregión las amenazas a la seguridad se entremezclan: el islamismo combatiente se fusiona con el terrorismo internacional, la piratería con los tráficos ilícitos, las antiguas redes y las recientes se solapan sin distancias y fronteras para respaldar la criminalidad.
El analista Aarón Raiss Costa, en su texto La evolución del terror en el Sahel, expone esas características, las que Europa con sus tropas en el terreno intenta revertir y eso lo hace con el empleo de dos tácticas, una la experimentó Abdelmalek Droukdel, la otra el Viejo Continente la identifica con el envío de una ayuda para compensar.
La Unión Europea (UE) movilizará fondos por valor de unos 52,5 millones de euros, para apoyar programas en la región africana del Sahel y del lago Chad y se pretende que ese fondo financiero ayude a enfrentar la COVID-19 y a consolidar la estabilidad y la seguridad de la región, afectada por la insurgencia extremista.
Tras eso se percibe una lógica pragmática compartida por la parte africana, que beneficia a la UE en lo que considera la estabilidad de su estratégica frontera sureña, es decir, se mueven criterios que tocan problemas esenciales, se extienden más allá de la defensa desde de punto de vista militar para llegar al problema medular: el subdesarrollo.
No obstante, el auxilio inmediato no resolverá de por sí la amplia gama de fragilidades que sufre la franja semidesértica africana, pero al menos reconoce la necesidad del equilibrio en el tratamiento del asunto, aunque de ese requerimiento seguro conocen demasiado tanto el donante como el receptor.
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