El 2020 pasará a la historia como el tiempo de redoblada infamia con respecto a la lucha del pueblo de Palestina y su inalienable aspiración de contar con una patria unida e independiente.
Ha sido el período en que Donald Trump, a tono con los gustos de su “amado” yerno de origen hebreo Jared Kushner, devenido por puro capricho presidencial en cuasi director absoluto de la política externa gringa para Oriente Medio, ha puesto en marcha el titulado Plan del Siglo, legajo que puede resumirse en el intento de consagración del Israel sionista y la crucifixión total de la nación palestina.
Por demás, ha resultado también la hora de la “búsqueda de consenso” entre los sectores reaccionarios árabes para no solo santificar de una vez y por todas el despojo palestino, sino restablecer “lazos de reconocimiento, amistad e intercambio” con un Tel Aviv regido por personeros guerreristas, genocidas y depredadores.
Kushner, vale recordarlo, es viejo íntimo del mafioso Benjamín Netanyahu, y partidario acérrimo de la prevalencia del sionismo como socio preferencial de los Estados Unidos en Oriente Medio, y, por tanto, del descoyuntamiento, sin alternativas, de todo lo que en esa región se oponga a semejante meta.
Todo empezó entonces tiempo atrás con el reconocimiento por Washington de Jerusalén (Al Quds) como capital israelí, y el traslado de su sede diplomática en Tel Aviv hacia esa disputada e histórica ciudad.
A seguidas llegó el aplauso a la política sionista de colonizar territorios palestinos ocupados, y por estos días la anuencia final de Washington a esa “expansión e incorporación” forzosa, que también se extiende a los predios sirios enajenados en las Alturas del Golán, por ejemplo.
Y no es solo asunto de palabras, hace muy poco el secretario de Estado gringo, Mike Pompeo, realizó una “visita oficial” a tales territorios anexados de manera de mostrar bien claro quién disfruta de la más absoluta preferencia de la Oficina Oval.
Así, a días de su tormentosa salida de la Casa Blanca, y cuando los norteamericanos se adentran en un período navideño infectado de coronavirus hasta el tuétano, parecería que el criminal trazado trumpista en torno a Palestina y la unidad árabe ya acumulará trecho como para entorpecer cualquier cambio que al respecto pueda asumir la nueva administración demócrata.
A ello se añade el extremo celo norteamericano por conservar en sus reservorios intervencionistas a contingentes terroristas del Estado Islámico y de las nuevas versiones de Al Qaeda, como instrumentos de sus acciones desestabilizadores regionales.
Asimismo se suma la permanencia en Siria, contra la voluntad de Damasco, de las tropas gringas que ilegalmente ocupan determinados puntos geográficos del país, donde se entregan el robo descarado de petróleo.
Por cierto, que en ese mismo sentido, y como una noticia digna de un “fin de año intervencionista”, en Oriente Medio se supo que los militares ladrones del crudo sirio se han planteado el transporte de ese combustible, que hasta ahora se hacía en caravanas de carros cisterna, a través de proyectados oleoductos construidos con total desparpajo en una nación libre e independiente.
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